lunes, 23 de noviembre de 2015

La sistemática destrucción del estado del bienestar

             Asistí con interés a la entrevista que un periodista español, de los pocos no amordazados, o al menos eso parece, realizó al británico Owen Jones, con referencia a la situación que se está dando en el Reino Unido con los «canis», allí denominados chavs.
            Me parecieron muy curiosas algunas de las afirmaciones que hacía este joven escritor, ya que son tremendamente similares a algunas de las que yo hago, o mejor dicho, algunas de las que yo hago son similares a las suyas, puesto que él las dijo antes y además es alguien reconocido, no como yo, que soy un don nadie. Cierto es que sus estudios sociales recaen en la situación de su país, Reino Unido, pero no es menos cierto que podrían extrapolarse al nuestro, España, puesto que somos países pertenecientes a la misma civilización, la occidental, y al mismo ámbito político-social, esto es, la Unión Europea. Aunque puedan existir ciertos matices diferenciadores, el problema de base es absolutamente similar.
            La destrucción sistemática de la clase media española, bombardeada sin piedad desde los estamentos políticos y empresariales, desde que comenzó la crisis económica, allá por el año 2008, no ha tenido respuesta alguna por parte de aquellas fuerzas estabilizadoras que deberían haber contrarrestado ese desequilibrio social. Todo ello ha sido consecuencia de una galopante miopía sufrida por la clase alta, ya sean políticos o grandes empresarios. En la entrevista se dijo que los logros conseguidos por la clase obrera no habían sido donados por las clases altas, sino conquistados por aquélla. Los derechos no se prestan, se consiguen y, normalmente, después de una lucha a brazo partido. Esto no es discutible al 100%, aunque tampoco es del todo cierto. La segunda Revolución Industrial creó una numerosa clase social, la proletaria o trabajadora, que apenas ganaba para subsistir, vivía en insalubres cuchitriles de ladrillo rojo por donde la enfermedad pululaba a sus anchas y sus hijos apenas recibían educación, porque desde muy pequeños se veían forzados a trabajar para aportar algo a la maltrecha economía familiar. Pensar que estos esclavos modernos consiguieran promover el estado del bienestar por sus propios medios es, como mínimo, estar tuertos ante la verdad. Por supuesto que su participación fue necesaria y concluyente, pero no fue unitaria ni independiente. Fueron muchos los visionarios de las clases más altas los que apoyaron a las clases más bajas para luchar por sus derechos, como Henry Ford en EE.UU. y Harriet S.Weaver en Gran Bretaña. Y es lógico que esto sucediera, ya fuera por justicia social o por poseer una gran visión de futuro, como tuvo Ford, ya que es mejor ser el más rico en un país de ricos que ser el más rico en un país de pobres.
            Esta visión se está perdiendo en Europa occidental, pero sobre todo en España, donde los ricos son cada vez más ricos, la clase media se está empobreciendo y la clase trabajadora ha pasado a ser pobre. Hace sólo siete años el que era «mileurista» parecía el paria de nuestra sociedad y ahora ser un «mileurista» es un auténtico logro. Las clases altas de nuestra sociedad están ciegas ante el futuro que nos espera si esto no se arregla, pero es que el problema principal proviene de aquéllos que debían oponer resistencia a este distanciamiento de clases. Sí, me refiero a los sindicatos. Parece ser que en Reino Unido también están en franca decadencia, pero lo que ocurre en España es ya un esperpento. Han perdido todo su poder y, lo que es peor, el respeto de aquéllos a los que supuestamente representan. Están totalmente vendidos al Gobierno, aunque jamás lo reconocerán. Luego se quejan del franquismo y del Sindicato Vertical, o de los sindicatos amarillos creados por grandes grupos empresariales, pero ellos son exactamente lo mismo, aunque arropados con las banderas izquierdistas. Y no sólo me refiero a los escándalos de corrupción en su financiación o a los cursos de formación, de los que tanto conocemos en Andalucía, me quejo sobre todo de la indefensión en la que han abandonado a millones de personas, pertenecientes todas a la clase trabajadora, que se había convertido en la clase media-baja de nuestra sociedad, sostenedora del funcionamiento del estado, gracias a sus impuestos.
            Pero esto que digo no es nuevo, ya todos lo sabemos. Entonces, ¿por qué está indolencia del español medio? ¿Estamos tan lobotomizados por los medios de comunicación que no nos importa nuestra pérdida constante de derechos? A esta conclusión también ha llegado Owen Jones, al igual que yo, tal y como ya comenté en Ficción democrática en España, pues cuando unos pocos medios de comunicación controlan el panorama informativo, terminan siendo ellos los que gobiernan el sentir de la población. Ellos controlan qué se dice, cómo se dice y cuándo se dice, poniendo en la picota a quien quieren y dando relevancia a quienes les interesa. Mientras tanto, minuto a minuto perdemos más libertad, para contrarrestar el problema yihadista, algunos propietarios pierden sus casas, para ir a parar a manos de los bancos que nosotros hemos rescatado con nuestros impuestos y varios miembros de la clase media son expulsados de sus trabajos donde recibían nóminas de 1.500 €, para poder contratar a dos empleados a media jornada por 600 €, para ahorrarse algo de dinero mientras nuestro Gobierno se coloca medallitas porque el número de parados disminuye. Y lo consentimos, porque los medios nos hacen mirar hacia otro lado y porque mientras le pase al vecino, no me pasa a mí.
            Hemos perdido la conciencia de clase, que en España nunca ha sido muy fuerte, desde luego, pero nos hemos individualizado de forma feroz, impidiendo así la posibilidad de plantar cara de forma eficaz a todos aquellos que desean mantener sus privilegios por encima de lo moralmente aconsejable, porque yo no estoy en contra de los ricos (de hecho, quisiera ser uno de ellos), sólo estoy en contra de aquéllos que insisten en ser ricos a mi costa.

            El Condotiero

4 comentarios:

  1. No hay duda que los sindicatos tienen mucha culpa de lo ocurrido. Te recuerdo que la perdida de derechos laborales empezó con ZP.Y este gobierno termina de acabar con tus derechos en una reforma laboral la cual no consigue generar empleo, sino que lo destruye y el que se crea es precario.
    Lo que más me sorprende , como sindicalista, es que la clase trabajadora no se ve como tal(que bien funcionan los medios de manipulación) sigue creyendo en el coche de marca, viajar a NY, que su hijo sea periodista en paro y si tiene algún problema vendrá algún ente y se lo resolverá, porque el esta muy cómodo viendo el Madrid-Barça.
    Pan y circo, pan y circo, querido camarada.
    Salud y Libertad.

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    1. Y es que la solución a esto es tan clara y evidente que da miedo: los sindicatos no deberían estar subvencionados. Es verdad que un sindicato no subvencionado, solo mantenido con las tasas pagadas por sus afiliados, sería más caro para los mismos, pero en contrapartida sería mucho más útil. ¿Para qué quieres tener un sindicato que no te representa? Porque es evidente que uno es de quien le paga. Los sindicatos actuales engañan a los tabajadores diciendo que los representan, pero solo se representan a sí mismo y a sus puestos de trabajos, sin querer hacer mucho ruido no vaya a ser que el Gobierno le reduzca las subvenciones o les retiren los derechos de los cursos de formación. Hay que ser valiente y arriesgado. Lo demás, ya sabemos todos lo que es, más de lo mismo.

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    2. Los sindicatos, iglesia , círculos de empresarios, mutuas, cofradías, asociaciones de vecinos, colegios concertados...demasiadas subvenciones. Claro,¿ quien le pone el collar al perro?.
      Los cursos de formación son una estafa. Esto lo digo con pleno conocimiento, ya que los recibo, y solo sirven para darles dinero a empresarios, sindicatos y empresas de muy dudosa formación.
      Los cursos deberían darlos los colegios o institutos públicos , por personal docente y con validez real en el mercado de trabajo, es decir avalados por industria.
      De todos los cursos recibidos en 10 años en la empresa privada, solo uno me sirvió para mi trabajo, con validez en todo el territorio nacional y avalado por industria.
      Salud y Libertad.

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    3. El tema de los cursos podría ser así: el Gobierno paga 1.000 € por un alumno para un curso determinado. Esos euros son nuestros, es decir, de todos los españoles, porque debemos recordar que el Gobierno es pobre de solemnidad. Todo su dinero es de todos, por lo que debería estudiar bien qué hace con él. Siguiendo el ejemplo, le da esos 1.000 € a un sindicato, el que sea, para que forme a un trabajador. El sindicato en cuestión no se come el tarro, quedándose con 400 € por la patilla y dándole 600 € a una empresa de formación amiga para que haga el curso. La empresa, que está conchabada y su propietario no es tonto, se queda con 300 € y le da los otros 300 € a una academia cualquiera con la que tenga firmado un convenio de formación. La academia, que tampoco trabaja por amor al arte, se queda directamente con 150 € y los otros 150 € los destina a pagar las instalaciones (alquiler, luz y agua), sus sueldos de administración y un ridículo sueldo a un profesor que buscan para un trabajo por horas. Si queda algún mísero euro, será para algo de material. Lógicamente, cuando tú le pagas una miseria a un profesor para que dé un curso, no puedes esperar que imparta una enseñanza de calidad. Irá, como el resto de la cadena, a cumplir el expediente y punto. Demasiados intermediarios interesados en meter la mano y en que el expediente del curso sea perfecto, para que no echen para atrás la subvención. La calidad del curso, ¿a quién le importa?

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