lunes, 2 de noviembre de 2015

La maldita Dedocracia

             Murieron cientos de miles de personas, la mayoría de ellos guillotinados, para que la ancestral costumbre humana por la que el título valiera más que el hombre fuera desterrada de nuestra civilización occidental. Incluso Napoleón Bonaparte, en plena expansión de las ideas revolucionarias, dijo aquello de que «todo soldado francés porta un bastón de mariscal en su mochila», haciendo alusión a la posibilidad de ascenso que tenía todo hombre, independientemente de su nacimiento, a diferencia de lo que había ocurrido en los siglos anteriores.
            Pero todo esto resultó ser falso, ya que sólo cambió el «quién», pero no el «cómo». Dos siglos después, seguimos avalando y sosteniendo un sistema que favorece los amiguismos y los contactos, o sea, la Dedocracia. Como en el más sórdido ambiente de la «cosa nostra», nuestra sociedad se vale más de hacer favores y cobrarlos, en todos los ámbitos de la misma, que de la propia valía de los individuos.
            Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de los asesores de los políticos. Personas que cobran más de 3.000 euros al mes por hacer prácticamente nada, ya que la mayoría de ellos no poseen las cualidades oportunas para ejercer aquello para lo que han sido contratados, en puestos en los que no ha habido concurso, oposición ni concurso-oposición. Como el caso del asesor técnico de la Consejería de Salud de Baleares (en este caso, impuesto por el PSOE, porque la corrupción no entiende de ideales), con un sueldo de más de 46.000 euros anuales, pese a tener sólo 20 años y ni siquiera una triste carrera universitaria con la que avalar dicho nombramiento, puesto que aún no tiene edad para ello. Lo curioso del tema es que el chaval dimitió al ver el escándalo que se había formado, y ya es un haber en su currículo, el haber dimitido en un país en el que no dimite ni el tato.
            En Andalucía vivimos en una sociedad expectante de las subvenciones y paguitas a las que podamos acceder, de una forma u otra, o por una razón o por otra. No importa nada más y para eso nos vendemos al mejor postor, que, de momento, sigue siendo el PSOE andaluz, o eso parece, porque supongo que si otro partido llegase al gobierno en Andalucía, seguiría con las mismas costumbres, si quisiese perpetuarse en el poder.
            En la empresa privada también se dan casos de nepotismo, lo vemos todos los días cuando vamos a cualquier tienda o llamamos a cualquier profesional para que nos solucione lo que sea. Nos damos de bruces, constantemente, con empleados desganados y malhumorados, irresponsables e ineptos, preguntándote siempre si no había más personas que contratar que ésas con las que nos topamos, con la de desempleados que hay. Pero claro, seguramente esos trabajadores estarán puestos ahí a dedo y conocerán al dueño de la empresa, o a alguien que conozca al dueño de la empresa y, ya una vez contratados, son más difíciles de echar. De todas formas, en la empresa privada es más disculpable, puesto que el empresario debiera saber lo que hace y si, por culpa de su desganado empleado, pierde clientes, peor para él. Es su penitencia.
            Lo que más fastidia es ver el nepotismo en el mundo de la cultura. Éste tendría que ser un mundo donde sólo el talento debiera ser el baremo para que alguien tenga o no éxito, pero a diario nos encontramos con casos que desmienten este axioma: buenos actores que jamás reciben un premio, mientras hay pésimos actores y actrices que no paran de trabajar y cuyas rodillas deben estar descarnadas; directores de cine que no paran de sacar adelante sus proyectos, aunque nadie vaya a ver sus películas, por infumables, pero que reciben millones de euros en subvenciones, a la vez que no se sienten españoles (p.e.: Trueba); juntaletras que se dicen escritores, cuyos libros sólo servirían para contrarrestar la cojera de una mesa, pero que son invariablemente publicados y premiados, quizá por sus bien atados contactos, más relevantes en el mundo editorial que una construcción literaria bien acabada o una historia interesante que contar.
            El problema de todo esto es que no paramos de quejarnos de la corrupción de los políticos españoles y, si algo son los políticos españoles, es eso, que son españoles. Nuestros políticos son el reflejo de nosotros mismos y nuestra sociedad, en general, es corrupta. Todos, alguna vez, hemos pagado o cobrado en «negro», todos alguna vez hemos, o hemos querido, defraudar al fisco, aunque, claro, no es lo mismo defraudar dos euros que dos millones, y todos nos hemos visto en la tesitura de tener que favorecer a un familiar o amigo, o a un familiar o amigo de un familiar o un amigo, pasando por encima de las leyes escritas o de las leyes de la decencia, tanto da. Está, pues, en nuestra naturaleza, por lo que podemos quejarnos de la corrupción imperante de nuestra sociedad, pero con las boquita pequeña, pues debemos ser honestos con nosotros mismos y respondernos con sinceridad a la pregunta «¿qué haríamos nosotros en su caso?».
            Y os diréis que es curioso que esto lo mencione alguien cuyo nombre de bloguero sea El Condotiero, haciendo referencia a los capitanes mercenarios que pululaban por la Italia bajomedieval y renacentista. Pues sí, desengañaos, porque todos tenemos nuestro precio. Y es lo justo. De quien jamás os debéis fiar es de aquéllos que se dan golpes en el pecho y prometen que ellos son incorruptibles, porque no es cierto y, por tanto, ya os están intentando engañar. La virtud es enemiga del ser humano, pues ninguno somos Dios y tenemos nuestros defectillos, unos más y otros menos. Como ejemplo, tenéis al propio Hitler, que ni fumaba ni bebía alcohol ni comía carne, puesto que era vegetariano. Si alguien no fuma ni bebe, no te fíes de él/ella, porque seguramente tendrá otros defectos escondidos, que serán aún peores.

            El Condotiero

No hay comentarios:

Publicar un comentario