miércoles, 9 de noviembre de 2016

Susto o muerte

             Pues sí, parece ser que muchos se han llevado el gran susto de su vida una semana después de Halloween, y no precisamente por mediación de un payaso diabólico... ¿o sí?
             El caso es que las élites de la sociedad ven con malos ojos la elección de Trump por parte del pueblo norteamericano. De hecho, el mismo Ibex ha caído tres puntos nada más abrir sus puertas, con la noticia aún fresquita. Y es que parece que Hillary iba a cambiar el mundo a mejor, o al menos eso querían hacernos creer. Los «expertos» preguntados, todos, alucinan y se llevan las manos a la cabeza: ¿cómo ha sido posible tal despropósito? ¿Acaso el electorado norteamericano, quizá el más experimentado del planeta, no sabe lo que hace? ¿Qué ocurrirá a partir de ahora?
             Bien, son muchas preguntas y a lo que se deberían dedicar esos «expertos» es a analizarlas con profundidad y buen juicio, en lugar de decir tantas tontunas como estoy escuchando. En primer lugar habría que decir que realmente no estoy seguro de que sea un despropósito. Muchos electores han optado por el «ani-mal menor», parafraseando a Jack Aubrey en Master and Commander. Si te dan a elegir por apostar a quién ganaría en una carrera de cien metros lisos, tú querrías hacerlo por Usain Bolt, apuesta segura, pero si las opciones que te dan son entre el Cojo Manteca y una tortuga, las cosas cambian, ¿verdad? Pues eso mismo ha ocurrido en EEUU. No estoy del todo seguro que Hillary Clinton fuera mejor opción que Donald Trump, y no había otra posibilidad, por lo que era o la sartén o el cazo. De Trump han dicho de todo, pero me gusta en particular que sea proclive a sospechar de los informes gubernamentales sobre el 11-S, que estuviera en contra de la invasión de Irak, con todo lo que ello ha conllevado (inestabilidad general de la zona, aumento desmesurado del Islamismo, creación y consolidación del DAESH, etc), y que también haya criticado otras actuaciones hegemónicas del gobierno norteamericano. Por contra, la Hillary de la que todos hablan tan bien ha estado a favor de varias de las más sonadas cagadas exteriores de EEUU, como la ya mencionada invasión de Irak, la de Afganistán, el bombardeo de Serbia, el apoyo a la Primavera Árabe, etc... De hecho, si las figuras fuertes del republicanismo norteamericano han sido conocidas como los halcones, ella se ha ganado el sobrenombre del Halcón Demócrata, y por algo será.
             ¿Y por qué el electorado norteamericano, el más experimentado del planeta, ha cometido semejante error? Y digo que es el más experimentado porque, al fin y al cabo, es el que más años lleva eligiendo a sus representantes, no por otra cuestión. Habría que ver si el fallo del electorado es un error o no y para quien. Lo que los periodistas que se tiran de los pelos no llegan a comprender es que la población de la Civilización Occidental está muy cansada. No deberían, de ninguna manera, creer que los norteamericanos sean ahora populistas, o que los europeos sean neonazis, habida cuenta del ascenso de la ultraderecha europea, o que los españoles seamos trotskystas porque un partido como Podemos haya subido como la espuma en sólo un par de años. No, lo que los miembros de la cada vez más deprimida clase media occidental está cansada es de «más de lo mismo». La clase media es la que sufre los recortes; la que se ve abrumada por la presión fiscal, mientras los potentados, tanto políticos como empresariales meten su dinero en lugares como Panamá y Andorra; la que ve cómo sus impuestos son lapidados sin compasión sin que lleguen a revertirle de una forma ecuánime; la que ve cómo su capacidad adquisitiva va disminuyendo de forma gradual, mientras que proporcionalmente las grandes empresas y los grandes empresarios aumentan su poder económico sin freno alguno, puesto que los controles políticos que deberían equilibrar la balanza están rendidos a sus pies. ¿Qué quieren, pues, las fuerzas vivas de nuestra civilización, que también dominan la prensa? ¿Quieren que sigamos sin más votando a los mismos?, ¿para que sigan haciendo lo mismo? No, y deben dar gracias que no salimos a la calle reivindicando la era de las guillotinas. Hacemos lo que podemos, y es votar a alguien que quizá, y sólo quizá, no haga lo mismo que los anteriores. A ver si me comprenden, en principio entre Dios y el Diablo, prefiero a Dios, pero si éste me fustiga a cada minuto, probaré con el otro. Total, de perdidos al río.
             Pues esto tan sencillo parece ser que los «expertos» y demás analistas no son capaces de ver: el hastío de la baja clase media autóctona de los países occidentales.
              Terminando ahora con la última pregunta, ¿qué ocurrirá a partir de ahora? Pues desgraciadamente creo que nada. El sistema está tan bien montado, de forma que un loco no pueda hacerse con todas las riendas del poder de una nación, que su figura ha quedado casi en nada. Sería exagerar decir que Trump mandará menos que yo, pero... Recordemos todo lo que quería hacer Obama, que hasta recibió un Nobel de la Paz por sus intenciones, y que después de ocho años se ha quedado todo en aguas de borrajas. No, tranquilos, Trump no hará nada de nada, para bien o para mal, puesto que el sistema no se lo permitirá. Eso sí, le vendrá muy bien el carguito de cara a sus futuros negocios. Pero nada más.
             Resumiendo, que es gerundio y hay a los que les molesta, pues que los ricos pueden estar tranquilos porque seguirán siéndolo y los pobres continuaremos con nuestro enchabolamiento dirigido. Es lo que nos queda, puesto que peor sería que llegase un iluminado que cambiara las cosas, nos metiera en una guerra contra los enemigos de Occidente y acabáramos siendo carne de cañón, puesto que, no lo olvidemos, por mucho que en apariencia cambien las cosas, los ricos y sus hijos siempre se acaban librando de esos marrones, mientras que los demás somos los prescindibles de la población.

              El Condotiero

miércoles, 26 de octubre de 2016

Involución o de cómo las neuronas disminuyen entre nuestros políticos

             Y es preocupante, oiga, porque queramos o no son ellos los llamados a gobernarnos. Que es evidente que el PSOE no está para gobernar nada, ni siquiera a sí mismo, pero al menos debería ocupar el puesto que los votantes le han otorgado, que no es otro que el del principal partido de la oposición, y hacerlo con la mayor dignidad posible y la mayor eficacia deseable.
             Todos sabemos a estas alturas que nuestros políticos no son lo mejorcito que hay en la Europa occidental, pero el circo que han montado y siguen montando es para pensarse aquello de la involución. Claro, es que cuando Darwin pensó en el método usado por la Naturaleza para adecuar la Evolución en plantas y animales no cayó en la cuenta que existía ya un animal, el Hombre, que se pasaba sus leyes por el arco del triunfo. No sólo los menos cualificados de la especie no tienden a desaparecer, sino que los aupamos a puestos de mayor poder, donde enchufan a sus seres más cercanos, iguales de torpes al parecer, por lo que serán los que más se reproduzcan, involucionando 100.000 años de logros humanos.
             Y no lo digo por decir. El PSOE es un partido político con mucha historia, con sus aciertos y sus errores, unos más y otros menos, dependiendo del pie con el que cojee el que lo lea, pero nadie puede decir que no sea un partido que haya luchado por la democracia española, primero poniendo su granito de arena en la época de la Transición Democrática y después perdiendo a mártires políticos en guerra abierta contra gentuza como los etarras. Pero lo que está ocurriendo en los últimos tiempos es deleznable desde todos los puntos de vista. Que los políticos de un partido se tiren los trastos a la cabeza es, hasta cierto punto de vista, normal. Siempre ha ocurrido y siempre sucederá. Recuerdo ahora una frase atribuida al genial parlamentario británico del S.XIX Benjamín Disraeli, que, a una pregunta sobre sus enemigos sentados en la bancada frente a él, el mismo contestó: «no se confunda, caballero, los que tengo frente a mí son mis adversarios, puesto que mis enemigos están sentados justo detrás de mí».
             De esta forma podemos ver que la lucha de poderes en los partidos políticos no es algo nuevo, incluso es algo bueno que puede hacer que las facciones dentro de un partido estén acostumbrados a la lucha dialéctica y, así, no se queden anquilosados en sus puestos de poder. Aunque siempre haciéndolo de la manera más solapada posible. Es evidente que nadie llega a presidente de un partido sin haber dejado por los escalones montones de cadáveres políticos, pero de ahí a hacerlo tan públicamente como lo está haciendo este PSOE, que incluso logra hacer que se tambalee la democracia española, hay un buen trecho.
             Lo último, la que están montando entre las distintas facciones por el tema de la abstención. Se están metiendo en un fregao que a ver cómo salen de él. Algunos quieren seguir con su idea del «no», por ganar réditos políticos ante sus votantes, como los socialistas catalanes, mallorquines y gallegos. Otros querrán seguir anclados en su «no» por ideas trasnochadas que nada tienen que ver con la democracia. Pero están en su derecho y obligarles a que se abstengan puede ser un error, ya que si no se atienen a la disciplina del partido las consecuencias pueden ser bastantes nocivas para el mismo PSOE. ¿Qué podría ocurrir? Si los echan del grupo parlamentario socialista, que es lo que tendrían que hacer si quieren mantener su estatus de poder, pasarían al grupo parlamentario mixto, por lo que en esta legislatura perdería el PSOE su posición de principal partido de la oposición, quedando por detrás de Podemos en número de diputados, con lo que el famoso «sorpasso» tendría lugar finalmente.
             Con esto podemos observar que el problema no tiene fácil solución, excepto la que yo he pensado, que al parecer a ningún magnífico gerifalte socialista se le ha ocurrido. Puestos a necesitar que Rajoy sea investido presidente por la mínima, sin mayoría absoluta y debiendo negociar todas y cada una de las leyes que el PP quiera sacar a relucir durante esta legislatura, situación nada mala para un PSOE que necesita como agua de mayo estos próximos cuatro años para su reestructuración, y que tampoco el PSOE pueda rendirse con armas y bagajes, sino dando una imagen de fortaleza como debiera ser en un partido abocado a dirigir la oposición parlamentaria, no veo el problema en que Susanita, como persona de gran influencia, junto con sus más allegados, convenzan a once parlamentarios socialistas para que se abstengan... pongamos quince, para mayor seguridad, anunciando posteriormente que el PSOE dará libertad de voto a sus parlamentarios a la hora de la investidura de Rajoy. Éste no necesita de la abstención de los 85 parlamentarios socialistas, le basta sólo el número propicio para que los «síes» sean más numerosos que los «noes» en una segunda ronda de votaciones. ¿Cuál es el problema? Ninguno. ¿Por qué a nadie se le ha ocurrido? Por el tema de la involución, seguro. ¿Por qué están todos ellos cobrando miles de euros a finales de mes y yo comiéndome los mocos? Creo que va a ser de nuevo por el tema de la involución...

             El Condotiero

miércoles, 5 de octubre de 2016

La cultura de la violencia

             En estos días que nos rodean, donde el tema recurrente de conversación es la caída al precipicio de Pedro Sánchez y su PSOE, yo me niego a tratar sobre él, precisamente porque me violenta. En cambio, mi deseo es divagar por algo que últimamente me preocupa bastante, y es la violencia que se está imponiendo a las formas. No una violencia física, que en ocasiones también, sino una violencia generalizada, en todos los ámbitos de nuestra vida, sin la cual es más que difícil sobrevivir en la sociedad actual. Lo increíble, lo realmente increíble, es que después de tantísimas etapas en la evolución humana y con tanta legislación que tenemos, parece como si en lugar de avanzar hacia una sociedad donde todos, y todas, no vaya a ser que alguien se me violente, pudiéramos convivir de forma pacífica con nuestros vecinos, estuviéramos involucionando y volviendo a la edad de las cavernas, donde el más fuerte hacía su voluntad.
             Como digo, vengo un tiempo observando que con buenas palabras no se llega a ningún sitio. Olvidaos ya de todo aquello que os enseñaron vuestros padres y analizad el mundo de hoy en día. Para ello no hace falta irse muy lejos, sólo con ir a la tienda de debajo de vuestra casa o coger el teléfono por una llamada recibida podréis confirmar de lo que os hablo. La inmensa mayoría de la gente se ha creado un escudo contra las buenas costumbres y la buena educación. Es casi imposible conseguir algo con buenas palabras, intentando llegar a entenderse con civismo y elocuencia. Si deseas que te hagan caso y no te tomen por el pito del sereno, lo mejor es hablar malsonante, para que tu interlocutor no confunda educación con debilidad; con un par de decibelios de más, no vaya a ser que confunda comedición con inseguridad; y de forma amenazadora, para que te escuche con atención y no crea que eres un pagafantas. Así, por lastimoso que parezca, mi experiencia de los últimos tiempos me ha enseñado que la única forma de que te tomen en serio es ir amenazando a todo el que se te cruza y no hay mejor frase que aquélla de «que estoy mu loco».
             Y no vayan a creer esto último de mí, puesto que si lo piensan bien es la absoluta verdad. ¿Cómo queremos, por tanto, que el mundo vaya bien si para cualquier tontería nos vemos obligados a sacar nuestro lado más violento?
             Llevo varios años ya flipando con lo que ocurre en EE.UU., con eso de las muertes indiscriminadas de afroamericanos, en español, negros, por parte de policías caucásicos, en español, blancos. Ha llegado la situación a tal punto que los mismos policías negros, en lugar de ponerse del lado de las víctimas de su misma raza, se dedican también a disparar primero y a preguntar después. ¿Y qué hacen las autoridades norteamericanas? Nada de nada. Siento decir esto, pero la minoría negra norteamericana no conseguirá arreglar el problema hasta que no salga a la calle y policía blanco, policía muerto. Es así, porque la violencia que se ha instalado en nuestra sociedad ha corroído todos los engranajes de ella. Hoy en día sería imposible un Mahatma Gandhi, aunque es probable que haya habido varios y los hayan masacrado, por imbéciles pacifistas.
             ¿Quién tiene la culpa de todo esto? Creo que es bastante complicado buscar un único culpable, porque en realidad todos tenemos nuestra pequeña parte de culpa. Desde los que ven cómo los violentos abusan de los más débiles en las escuelas y no sólo no hacen nada por evitarlo, sino que ríen las gracias; desde los que ven cómo se fraguan los acosos en los puestos de trabajo y no hacen nada, no vaya a ser que los siguientes sean ellos; desde que se instauró de forma desmesurada la cultura del «yo» en nuestra sociedad; desde los que compran las publicaciones amarillistas, en lugar de dejar que se pudran en los kioskos; desde los que ven programas de televisión donde se insultan unos a otros sin ton ni son, aunque sea puro teatrillo, pero algo queda; desde que programas como Gran Hermano se enseñorearon de la audiencia y los personajes más zafios y sociópatas son los que acaparan más seguidores; desde que los políticos dejaron de ser estadistas para luchar sólo por su puesto de trabajo... Hay tantos «desde que» que termina por ser aburrido, pero desde luego no ayudará a las siguientes generaciones, para que esto no siga ocurriendo, el que dejemos a nuestros hijos hacer con sus padres, vecinos y profesores lo que les dé la gana. Eso sí, hay coherencia por parte de los educadores, ya que les estamos educando para el mundo de hoy en día y en el que, supuestamente, van a vivir, porque sería contraproducente educar bien a tu hijo. Es lamentable, aunque cierto, que un niño bien educado será, con toda probabilidad, una víctima en el futuro. Para el mundo que estamos construyendo es necesario criar a los niños como auténticos tiranos que se porten como tales ante todo aquél que en el futuro se encuentren. Que el niño no será feliz en ese futuro no importa, porque ¿qué es la felicidad? ¿Se puede comprar? ¿Se puede robar al vecino? No, por lo tanto no vale nada.

             El Condotiero

lunes, 12 de septiembre de 2016

Los días de la Infamia

             El 8 de diciembre de 1941, Franklin D.Roosevelt pronunció un discurso donde anunciaba ante el Congreso, y a todo el país, la situación de guerra en la que se encontraba EE.UU. con el Japón Imperial, después del ataque recibido, sin previo aviso, en la base de Pearl Harbour, el día anterior, al que calificó como «un día para la infamia». Desde entonces, aquel 7 de diciembre es conocido como «el día de la Infamia», tanto para los norteamericanos como para el resto de los occidentales, ya que en Europa somos bastante permeables a los dictados yankees.
             Si repasáramos la historia de EE.UU., observaríamos que aquél no fue su primer «día de la Infamia»: el 15 de febrero de 1898 una enorme explosión sacudía al USS Maine en el puerto de La Habana, hundiéndolo como una plancha, a la vez que se llevaba casi trescientos miembros de su tripulación al fondo. Todos sabemos lo que ocurrió después, que William Randolph Hearst, el magnate de la prensa americana, usó el episodio como acicate a la población estadounidense contra España, a la que humillaban constantemente en sus rotativos diarios, culpándola del accidente ocurrido al malogrado acorazado, siendo una de las excusas por las que finalmente EE.UU. declaró la guerra a España unos meses después, cuyo verdadero objetivo no era, ni mucho menos, apoyar a los rebeldes cubanos, sino hacerse con las últimas colonias de un desvencijado país europeo. Así, en esa guerra no sólo terminamos perdiendo Cuba, sino también Puerto Rico, Filipinas y varias islas del Pacífico, algunas de ellas vendidas con posterioridad a Alemania, al no tener sentido ya para nuestra patética nación. Islas del Pacífico que luego arrebataría Japón a Alemania en el marco de la Primera Guerra Mundial y sobre las que se dejarían la vida montones de jóvenes norteamericanos, después del «segundo día de la Infamia». ¡Lo que son las cosas!
             Ni siquiera los intrigantes gobernantes norteamericanos fueron capaces de planear un evento tan oportuno como la explosión del susodicho acorazado, aunque luego fueron lo suficientemente retorcidos para usar dicha explosión en su propio beneficio, manipulando a la población de su país contra España, país al que por otra parte debían gran cantidad de cosas, entre ellas su independencia.
            La población norteamericana era enormemente proclive al aislacionismo, casi seguro por carecer de unas raíces nacionales profundas y por provenir sus diferentes capas sociales de la inmigración europea. Los inmigrantes eran gente que buscaba nuevas oportunidades y querían desentenderse de los problemas que dejaban atrás, entre ellos los constantes conflictos bélicos que se vivían en Europa. Si algo sacaron en claro los gobernantes estadounidenses, tanto de la guerra hispano-estadounidense como de la Primera Guerra Mundial, es que la población de su país necesita de una clarísimo casus belli para poder dedicar sus esfuerzos a una guerra y para, más importante aún, reelegir al presidente belicista, porque, no lo olvidemos, EE.UU. sigue siendo una democracia.
             Así, Franklin D.Roosevelt y sus allegados, que tenían unas ganas locas de meterle mano a Japón y a la Alemania nazi, esperaron con paciencia infinita la ocasión, mientras iban fastidiando como podían a ambos países: a Alemania, con ingente ayuda militar al Reino Unido, apoyando sus convoyes con navíos de la Marina de EE.UU., navíos que Hitler prohibía a sus «lobos marinos» que fueran torpedeados, y a Japón, cortándole el suministro de petróleo y de otros minerales estratégicos, ahogándolo en su propia pobreza de recursos. No es que el ataque de Pearl Harbour fuera planeado por EE.UU., pero sí que había cierto número de personas que sabían lo que iba a ocurrir, incluso el día y la hora. La propia inteligencia norteamericana llevaba varios meses descifrando los mensajes de la Marina Imperial nipona, por lo que la propia tragedia que se viviría el 7 de diciembre de 1941 podría haber sido evitada. EE.UU. habría entrado en guerra de todas formas, pero si el ataque hubiera sido rechazado, o al menos minimizado, el odio de las bajas capas de población estadounidense no hubiera tenido lugar, y eran esas capas las que ofrecerían sus hijos para ser enrolados en los diversos ejércitos, las que trabajarían en las fábricas de armamento sin descanso y las que comprarían miles de millones de dólares en bonos de guerra. Total, después de todo sólo morirían 3.000 norteamericanos en el ataque a Pearl Harbour... y se destruiría un número bastante irrisorio de buques de guerra obsoletos, ya que, curiosamente, ninguno de sus modernos portaaviones estaba en ese momento en el puerto hawaiano... ¡Qué casualidad!
             Con todo esto, quiero ahora comentar, en el decimoquinto aniversario del 11-S, que no debemos olvidar los casos que he expuesto anteriormente. Como se demostró en la guerra de Vietnam, un país paupérrimo con una población irrisoria, EE.UU. puede vencer en cualquier guerra si su población lo da todo, pero de igual forma puede perder cualquier guerra si no está convencida de su misión salvadora o vengativa. En un mundo donde el principal enemigo, la URSS, se había desvanecido por sí solo, y en el que el petróleo parecía tomar cada vez más importancia, las altas jerarquías norteamericanas debían planear un golpe a partir del cual pudieran aposentar su hegemonía militar y moral. Los halcones que sobrevolaban a Bush, Ramsfield y Rice sobre todo, pergeñaron un ataque a suelo patrio que les daría todas las cartas de la baraja: un casus belli contra quienes ellos quisieran, sólo era cuestión de culpar al que ellos apuntasen con el dedo; el apoyo incondicional de la población norteamericana, necesario, como ya hemos visto, para ganar cualquier guerra; y la oportunidad de dictar nuevas leyes restrictivas con las que controlar de manera más precisa a esa misma población que debía apoyarles.
             Las mentiras del 11-S son tantas y tan increíbles que alucino con que la gente me llame «conspiranoico» mientras sigue viendo el Sálvame. No sé ya si es una cuestión de ceguera o es que quizá sea mejor vivir con la ignorancia, porque corazón que no ve, corazón que no siente.
             Como ya dije en su momento, sólo hay que hacer el doble ejercicio de «a quién beneficia» y el principio de la «navaja de Ockham», para darse cuenta de quién pudo perpetrar el atentado del 11-S. Pero no sólo eso, sino que también hemos sufrido la mayor crisis económica desde el «crack del 29» y también ha venido como un ataque de EE.UU., con la idea de despojar de su bienestar a la clase media y tenerla más agarrada por el cuello. Por último, un ejercicio de ingeniería financiera hizo posible la bajada a los infiernos de Grecia, con lo que se buscaba desestabilizar a la Unión Europea, gran competidora económica de los EE.UU.
             Evidentemente, es mejor pensar que estoy loco y seguir soñando con que los ricos sólo quieren repartir sus ganancias con los más necesitados y que los políticos y los gobiernos de los países occidentales sólo buscan el bienestar de sus electores, trabajando por y para ellos, con una generosidad y un altruismo que nos harían enrojecer. Pensad que eso es precisamente lo que ellos quieren que sintáis y os daréis cuenta que lo único que conseguís cerrando los ojos a la realidad es hacerles el juego. Aunque sólo sea para fastidiarles ese juego suyo, yo denuncio estos hechos, ya que reconozco que poco más puedo hacer.

             El Condotiero

miércoles, 10 de agosto de 2016

Los egos y las egas

             Pues sí, señores, lo que creo que está ocurriendo en España desde aquel 20 de diciembre de 2016 es una lucha de egos (y de egas, para que no se me enfaden ciertos sectores de población con poco conocimiento pero mucha indignación uterina). La verdad es que a ninguno de nuestros «magníficos» políticos les importa un cuerno el bienestar del país y de su gente, sólo les interesa el poder que puedan llegar a acumular y el silloncito sobre el que puedan posar sus posaderas, valga la redundancia.
           En este verano, a ningún español le importa un pimiento la cuestión de la gobernación de nuestro país, más pendientes de sus vacaciones, del calor inaguantable que estamos sufriendo o, algunos, del escaso rendimiento de los deportistas españoles en Río de Janeiro, posiblemente contagiados por el pobre rendimiento de nuestros políticos. También podría ser una cuestión de hastío, además del estío, ya que los españoles hemos ido a la las urnas en dos ocasiones para absolutamente nada, excepto gastar un montón de millones de euros, y nadie es capaz de asegurar si volveremos a ir en un futuro cercano.
           Y esto es algo lógico cuando los ciudadanos no vemos interés ninguno por parte de nuestros políticos en salir de la situación que ellos mismos han creado. Si tuviesen el más mínimo interés por echar a Rajoy (excepto Rajoy, claro), lo que harían sería abstenerse en la investidura del mismo. Sí, no estoy loco. Lo mejor es dejarle que gobierne, que al fin y al cabo es lo que han decidido los españoles, aunque no en su mayoría, pero hacerle frente en las posibles medidas que quiera tomar durante el resto de la legislatura. Al no tener mayoría absoluta en la cámara de representantes, no podría legislar a golpe de maza, sino que ahí sí que debería llegar a acuerdos puntuales, de forma que las leyes que sacaran adelante estarían consensuadas entre varios grupos políticos y, así, dejarían de ser armas arrojadizas para posteriores legislaturas alternantes.
           Porque no debemos olvidar que ésta está siendo la legislatura más larga de la democracia española, que ya va por casi cinco años. De acuerdo que el gobierno está en funciones, pero aunque él no gobierne, tampoco lo hacen otros. ¿Hasta cuándo quieren el resto de partidos prolongar el mandato de Rajoy? De seguir así, puede convertirse en nuestro presidente eterno, pifia electoral tras pifia electoral, con el hándicap de que cada una de ellas el PP gana más votos, quizá porque el españolito de a pie opine que es mejor tener un mal gobierno que no tener ninguno.
           ¿Y cuál es el problema para que esto tan sencillo no sean capaces de verlo ni Sánchez, ni Iglesias ni Rivera? Volvemos a lo del ego. Para algunos de ellos sería cavar su propia tumba el abstenerse a la investidura de Rajoy, ni que decir tiene el dar el «sí» a ella. Sobre todo uno que para no dar demasiadas pistas diré que su apellido comienza por «Sán» y termina por «chez». ¿Qué importancia tiene el bienestar del país cuando uno se juega su propio culo? Pero no sólo el suyo, sino el de todo aquél que lo rodea, porque cuando un líder cae, su séquito muere con él, casi como los antiguos jefes tribales celtas. Ésa es la razón por la que los líderes de los partidos no se sienten solos ante sus estúpidas posiciones políticas, ya que siempre tienen furibundos acólitos que los adoran cual Primigenio emergente.
           En fin, sé que esto que digo no es nada nuevo y todo el mundo lo reconoce como dogma, pero es algo que nadie les dice a la cara y los pone en su sitio. Mientras esperamos la siguiente sesión circense, voy a poner el ventilador y a ver la siguiente derrota de la ÑBA contra Las Islas Vírgenes Perdidas de la Mano de Dios, que aunque sólo hayan venido con tres jugadores, al menos creen en el país al que representan.

           El Condotiero

sábado, 16 de julio de 2016

Estamos en guerra, ¿y qué?

             La mayoría de la población española que vive hoy en día ha nacido en los últimos tiempos del Franquismo o ya con la democracia, por lo que no conoce el fenómeno de la guerra. Es una palabra que asusta por todo lo que arrastra tras ella, pero sobre todo por lo desconocida que nos parece. Lo que no creo que sepa la gente es que realmente la situación de paz es lo extraño en nuestra historia, siendo casi excepcional, ya que, en los 524 años que tiene nuestro país, muchos más de la mitad ha estado involucrado en alguna guerra. La disputa es el estado natural del hombre, ya sea dentro de una comunidad de vecinos, en las luchas internas en las empresas, o, formando sociedades, en guerras entre países. Es de lo más normal, siempre lo ha sido y siempre lo será. El hombre es así y no podemos cambiarlo. Que hoy en día los combates son económicos en canchas financieras y no en campos de batallas no hacen las guerras menos cruentas.
           Dicho lo cual, repito lo que he escrito en el título de esta entrada: «estamos en guerra». Que no haya sido declarada no la hace menos guerra, aunque si escuchamos a ciertos iluminados religiosos, sí que ha sido declarada. Sólo hay que echar un vistazo a cualquier periódico de los últimos años y darse cuenta de la escalada brutal de violencia que se está produciendo en el mundo. Pero no es la única guerra, lo que ocurre que la violencia es la única arma que ciertos sectores de la población tienen para combatir, puesto que las armas financieras les resultan totalmente prohibitivas.
           Cuando escribimos Historia nos encanta ser subjetivos y buscar las justificaciones posibles para dictaminar qué bando era el «bueno» y cuál el «malo», tergiversando los hechos a nuestro beneficio. Por lo tanto no es cuestión de buscar qué bando es qué, ya que si estamos nosotros involucrados, evidentemente nosotros somos los «buenos», simplemente por una cuestión de supervivencia moral, aunque no sea del todo cierto. Así zanjamos pronto las razones que puedan tener los yihadistas para hacer lo que hacen. No importa sus razones, nos atacan a nosotros y a nuestra forma de vida y con eso es ya suficiente para tildarlos de «malos» en la Historia que escribimos a diario, aunque ellos no hagan otra cosa diferente a lo que les hacemos nosotros en sus países.
           Dicho esto, parece difícil ponerse a intentar esclarecer las razones de las guerras actuales. No son diferentes de las razones de los últimos dos mil años, y me refiero al monoteísmo. No quiero decir que cuando existían sociedades hegemónicas politeístas las guerras no se produjeran, pero sí que es verdad que no había un caldo de odio subyacente. Los monteísmos, desde sus primeras apariciones, con el dios Atón amarniense, han sido destructores de per se. Después, con la llegada del Cristianismo y finalmente con el Islamismo, las guerras han sido más continuas y mucho más intransigentes. Hoy en día pensamos que es el Islamismo la religión que se lleva la palma en lo que se refiere a intransigencia y odio, porque la comparamos con nuestro cristianismo actual, que después de dos mil años ha aprendido a convivir con el resto de creencias. Pero estamos totalmente equivocados, ya que el cristianismo que nos ha quedado, en occidente, ha dejado prácticamente de ser una religión para convertirse en algo parecido al folclore. En occidente hemos cambiado al Dios de la Biblia y al Jesucristo de las Sagradas Escrituras por el Dios Dólar, o por el Dios Euro. Ésa es la auténtica religión de Occidente y no otra, y en aras de esos nuevos dioses sí que masacramos pueblos enteros, destruyendo su presente y su futuro. Si alguien no me cree, que revise bien lo que hacemos en el mundo por conseguir petróleo, coltán, árboles amazónicos, diamantes, oro, prendas baratas, etc.
           Puesto que nosotros somos los «buenos» en esta guerra, al estar involucrados, no porque la razón nos asista, debemos pensar qué hacer para poder ganarla. Nadie entra en una guerra para perderla. Creo que todos sabemos cuáles son las medidas que debemos tomar para ganarla: expulsión de los musulmanes que viven en Europa, prohibición de todo lo que huela a Islamismo, destrucción de todas las mezquitas, etc. ¿Por qué no lo hacemos entonces? Es evidente que no lo hacemos porque en el fondo sabemos que no somos los que llevamos la razón en esta guerra y porque sabemos que, aunque nos maten a 84 personas con un camión, las pérdidas son insignificantes comparadas con las ganancias que obtenemos colonizando económicamente (o robando directamente) a los países de los que surgen los iluminados que sacrifican sus vidas contra su enemigo Occidente. Y no nos llevemos las manos a la cabeza por esto que he dicho, ya que no hace tanto tiempo que gaseábamos a millones de personas o arrasábamos centenares de hectáreas urbanizadas por bombardeos terroristas en la propia Europa. Lo que la Segunda Guerra Mundial nos enseñó a Europa fue a dejar de matarnos entre nosotros y dirigir nuestra mirada a países más subdesarrollados e infinitamente más fáciles de pisotear. Las ganancias son mayores y las consecuencias son mucho menores. Que de vez en cuando nos matan a 84 ciudadanos, no pasa nada; lloramos un poquito, les hacemos algunos homenajes y sanseacabó. Todo el mundo contento porque seguimos pudiendo usar nuestros móviles, viajar a donde queramos y nuestras neveras siguen repletas. Eso sí, como siempre nuestros queridos gobiernos impondrán algunas leyes un poco más restrictivas para que podamos sentirnos algo más seguros, y además les daremos las gracias por ello. Un esclavo agradecido jamás intentará quitarse las cadenas y combatir por su libertad. Está claro que el Homo Sapiens Sapiens sigue evolucionando, aunque la pregunta que me da miedo formular es ¿hacia dónde?
           Si la verdad duele y esta entrada te ofende, te pido perdón y te invito a ver el Sálvame y a continuar ciego ante lo que ocurre a tu alrededor.

           El Condotiero

martes, 28 de junio de 2016

Democracia a la carta

             Después de mucho pensármelo, o poco, ¿quién sabe?, acabé votando y acabé votando a Podemos. Ya he repetido en varias ocasiones que jamás he sido comunista ni lo voy a ser, y realmente estoy en contra de muchas de las posiciones políticas de Podemos, pero creo que lo hice más por venganza personal que por otra cosa. Sí, porque los españoles se merecen poco más que mi absoluta indiferencia. No, no se equivoquen, no lo digo por el resultado de las elecciones, que en nada va a cambiar lo que está pasando en nuestro país, ya que el cambio de sillones en el hemiciclo no va a afectar a España, en este caso, el no cambio de sillones. No creo para nada en los políticos, del signo que sean, puesto que todos buscan lo mismo: perpetuarse en el poder aquél que lo tenga, o encaramarse a él aquél que no.
              Esta entrada está más bien dirigida a mis supuestos compañeros de voto, a muchos de los que votaron a Podemos, que son de izquierdas, cosa que yo no. Si rascas debajo de un izquierdista, es fácil encontrar a un estalinista, o casi. Sé que lo que digo parece fuerte, pero es lo que pienso, y lo pienso por las burradas que he escuchado y he leído a los simpatizantes de Podemos, o Unidos Podemos, en este momento. Muchos de ellos han despotricado de los resultados de las elecciones de manera desaforada, tildando de imbéciles a los votantes, o de ineptos, o de «viejos aburridos». Suele pasar con los izquierdistas más izquierdosos que siempre tienen las palabra «democracia» en la boca, siempre están protestando de la poca democracia y transparencia que hay en España, pero cuando la misma democracia los pone en su lugar, tachan a la gente que no los ha apoyado de todo menos de bonita. Y debemos dar las gracias a esa misma democracia que evita que se enfaden, tomen los edificios de televisión y bombardeen el Congreso con el crucero Aurora (gracias también a que Madrid no da al mar, todo sea dicho).
             Lo mismo he escuchado con respecto al «Brexit», que cómo se le puede dejar a la gente, que no está preparada para ello, el tomar una decisión tan trascendental como ésa. Incluso en programas de radio, donde decían algo así como que un cirujano no pide opinión a los demás para operar, ya que él es el que está formado y tiene la experiencia necesaria para tomar las decisiones oportunas respecto a dicha operación.
              Pura demagogia, señores, o es que queremos volver al Despotismo Ilustrado, es decir, todo para el pueblo pero sin el pueblo. Quizá la solución sea algo más de inversión en educación, pero no sólo para los niños y adolescentes, sino para todas las capas de población. En una España donde triunfan los reality shows, el fútbol o Belén Esteban quizá sea pedir demasiado. Puede que ya haya varias generaciones perdidas, pero todavía quedan las más jóvenes, a las que podemos inculcar filosofía (ah, no, que la van a quitar de los colegios), la literatura (ah, no, que sólo se publican los libros de los autores mediáticos) o teatro (ah, no, que con el IVA cultural a los jóvenes les es imposible acudir por su altísimo precio)... Perdón, me he dado cuenta que no se puede hacer ya nada, que los mismos políticos que deberían procurar la autonomía intelectual de sus votantes son los que la evitan, tal vez para poder implantar ese Despotismo Ilustrado del que hablé antes.
              Esto podría tener otra lectura diferente, relacionándola con la entrada en la que hablaba de la felicidad del ignorante. En un mundo en el que es mejor para tu salud mental ver dibujos animados que las noticias, el ser humano dirige sus expectativas a ir pasando su vida minuto a minuto sin mojarse en nada ni ser útil para nadie.
             Pudiera ser que la idea inicial de tomar las televisiones y bombardear el Congreso con el crucero Aurora no sea tan mala, aunque haya que intentar meterlo en el Manzanares, que no sé yo... Pero todos sabemos cómo acaban siempre esas revoluciones llevadas a cabo por iluminados bienintencionados. Cuando alguien no está de acuerdo con la revolución, es pasado por el paredón, eso sí, por el bien de los demás, no vayamos a pensar mal.
              Recordad, de tildar a la población de no saber lo que le conviene y actuar en su beneficio al gulag hay muy pocos pasos. Repito, guardaos de los que quieren usar la democracia mientras les pueda convenir, porque debajo seguro que hay un tirano.

              El Condotiero

viernes, 24 de junio de 2016

¡Suelten lastre!

             Ésta es la orden que solía gritar el capitán cuando su barco zozobraba demasiado en una tempestad, con peligro evidente de hundimiento por hacer demasiada agua, ya que lo importante es mantener el gobierno y la velocidad para poder luchar contra los embates de las olas y dirigirlo contra ellas, evitando mayores daños. En una Europa que por momentos zozobra en tempestades como la crisis económica o la de los refugiados sirios, cuya dirección a veces no queda nada clara y donde muchos de sus miembros suelen remar a su propio ritmo, hemos tenido la ventaja que no ha habido necesidad de que nadie dé la orden: el lastre se ha soltado él «solito».
              Ya que eso es lo que siempre he considerado a Reino Unido dentro de la Unión Europea, un lastre. No porque su economía fuera pobre, ni porque sus habitantes estuvieran mucho peor preparados que el resto de europeos o porque careciese de infraestructuras suficientes, no, sino porque su idiosincrasia la ha hecho recelar de algo a lo que pertenecer sin que ellos fueran los que mandasen. Siempre han sido así, un pueblo ególatra y egoísta que se han creído superiores por haber gobernado el planeta durante casi 150 años. Pero eso ya pasó y, como el Imperio Romano, el Imperio Mogol o el Imperio Hispánico, es algo concerniente a la Historia, si bien es más reciente que estos últimos tres ejemplos, pero Historia al fin y al cabo.
             El Reino Unido no fue una de las naciones fundadoras de la Comunidad Europea, ya que fueron sólo seis: Francia, Italia, Alemania y el Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo). Yo supongo que al Reino Unido le daría algo de grima ver a los países europeos continentales unirse en una sociedad económica y, después de pensárselo mejor, decidieron unirse a esta nueva sociedad, no para hacer piña, que hubiera sido lo correcto, sino para desestabilizar, que es lo que han estado haciendo los últimos cuarenta años. Ésa ha sido siempre la estrategia británica con respecto al continente europeo: evitar que una nación se hiciera con la hegemonía, dañando de esa forma las posibilidades comerciales británicas, siempre en un peldaño superior al resto. Ellos estaban muy seguros en su isla, casi inconquistable, pero su debilidad terrestre les obligaba a unirse con el más débil contra la potencia creciente. Con el caso de la Unión Europea ha sido lo mismo, pero en lugar de luchar contra una sola nación, lo ha hecho contra una unión de naciones, y en lugar de en un campo de batalla, las batallas han sido en el Parlamento Europeo, y en lugar de luchar desde fuera, lo ha hecho desde dentro.
            Pero por fin se acabó. Ya no habrá más cortapisas británicas a las políticas europeas, ni habrá más intentos de beneficios para ellos dentro de la igualdad del resto, ni habrá más superioridades morales de la libra con respecto al euro. Se van y espero que sea para siempre. Que se queden con su reina, con su Big Ben y con su palacio de Westminster, que en Europa nos las sabremos arreglar sin ellos, o quizá no, pero tampoco es que nos fuesen a remediar nuestros errores.
             En un mundo que tiende a la unión, de una forma o de otra, la ruptura con los demás sólo puede verse como un anacronismo. La Unión Europea será lo que sea, pero hay que reconocer que en un mundo donde los franceses y los alemanes no se matan desde hace más de 70 años hay, al menos, cierta esperanza en el futuro.
             Lo que sí tengo claro es que a la Unión Europea le va a ir mejor sin el Reino Unido, puede que no inmediatamente, porque habrá que pasar el trago de desligarse con las islas, pero el horizonte está mucho más despejado. Lo que ya no puedo asegurar es que el futuro fortalecimiento de la Unión Europea, con sus políticas neoliberales, sea beneficioso para el común de los mortales. Ya lo veremos con el tiempo, aunque creo que siempre es mejor solucionar los problemas desde dentro.

              El Condotiero

lunes, 13 de junio de 2016

Capitalismo, reciescam in pace

             Yo siempre me he considerado de ideología capitalista, aderezada con una pizca de laborismo británico, o sea, lo que en el último siglo se ha denominado la Socialdemocracia, más o menos. Como ya dije en una entrada anterior, admiro el Comunismo, pero sólo en su vertiente teórica, puesto que el hombre es demasiado imperfecto para poder desarrollar semejante ideología con total honradez.
            Pero, ¿qué es realmente el Capitalismo? Hay muchas definiciones sobre tal forma de economía y muchas de ellas se ciñen según el lado ideológico en el que estén aquéllos que las den. Yo prefiero quedarme con esta explicación: «el Capitalismo es el modelo económico surgido en Europa a raíz del S.XVI y perfeccionado a lo largo del XIX y XX en el que las bases de producción se encuentran en el capital privado, dirigido esencialmente a la competencia de los mercados de consumo y regulado por las leyes gubernamentales».
           Así, en el Capitalismo el trabajador deja de ser esclavo o siervo y se convierte en un asalariado, pasando a ser otro bien comercial. Teniendo en cuenta que el Capitalismo busca un mayor rendimiento del capital y que los asalariados se convierten en el mayor porcentaje de población, a diferencia de los capitalistas, que sólo suponen una cantidad mínima aunque elitista de población, son los propios asalariados quienes se convierten en el objetivo de la producción capitalista. Como ya vieron los magnates industriales norteamericanos de principios del S.XX, los asalariados deben percibir un sueldo digno para poder consumir los artículos que ellos mismos producen con su trabajo. De tal manera, se abandonan las formas de vida que se daban con las primeras revoluciones industriales, donde el asalariado malvivía y era incapaz de consumir apenas nada.
             Aun así, y para evitar posibles abusos de estúpidos capitalistas, los laboristas británicos de mitad del S.XX inventan aquello de la «Sociedad del Bienestar», donde los trabajadores, es decir, la enorme masa de población de un país, tendrán asegurados por ley una serie de derechos. Es ahí donde los gobiernos entran en el entramado del sistema capitalista, para regular mercados, entre ellos el del trabajo, y garantizar derechos fundamentales que ya se dieron como tales a raíz de la Independencia de los EE.UU. o de la Revolución Francesa.
            Que el sistema puede que no sea perfecto..., evidente, es un sistema creado por y para el hombre, que es un ser imperfecto, por lo que es imposible que cree algo que ni siquiera se acerque a la perfección. Pero lo mismo pasa con la ley, que algunos la ponen por encima de Dios, sin tener en cuenta que es algo también realizado por el hombre y, como tal, imperfecto a todas luces. De hecho, en España nos gusta un dicho que reza: «hecha la ley, hecha la trampa».
            Ahora, ¿por qué digo que el Capitalismo ha muerto? Pues porque tal y como yo lo he definido ha dejado de existir. Los pocos rescoldos que aún quedaban de Capitalismo socialdemócrata se han extinguido a raíz de la crisis que hemos vivido en el planeta desde 2008. Una crisis, no lo olvidemos, creada por los ricos para su mayor beneficio. Con dicha crisis los gobiernos del Primer Mundo han olvidado sus tesis capitalistas para acogerse a las neoliberales... Un momento, ¿qué es eso del Neoliberalismo económico? Muy sencillo, es lo mismo que el Capitalismo, pero sin la participación de los gobiernos como garantes de los derechos fundamentales de la clase trabajadora, la más numerosa. ¿Debería suponer esto un problema? En principio, no. Si los magnates del mundo supieran lo que les conviene, tendrían a la masa de población contenta y bien alimentada, para que no se les levante y para que tengan superávit de dinero con el que consumir los productos de los propios magnates. ¿Cuál es el problema, entonces? Que los grandes potentados mundiales no saben lo que les conviene y aprovechan el Neoliberalismo para despojar a la masa trabajadora no sólo de sus derechos, sino también de su dignidad.
             Eso no puede ser, dirán algunos, ya que estás poniendo a los grandes magnates de tontos y si son magnates será por algo, ¿no? Pues creo realmente que uno puede tener miles de millones de euros y ser un imbécil. Yo sé montones de formas de ganar grandes cantidades de dinero, pero no lo hago porque no tengo el capital inicial que se necesita para lograrlo. Hay montones de ricos que lo son simplemente porque ya nacieron con la panadería debajo del brazo. Sólo con haber tenido una buena herencia, es la mar de simple acrecentarla. Recuerden que en España tenemos otro dicho que es: «el dinero llama al dinero». Y nada más lejos de la realidad. Fíjense, si no, en que las grandes fortunas mundiales están en las manos de las mismas familias desde el S.XIX. Nada ha cambiado, y eso que han ocurrido varias guerras mundiales que han arruinado a los países de los que esas familias eran originarias.
           Y en España, ¿qué está ocurriendo? A la vista está. Los partidos que han dejado, en los últimos años, que el Neoliberalismo se adueñe de todo, es decir, PP y PSOE, han caído muchos enteros. Ambos partidos se han dejado convencer por los grandes potentados para permitir que los más débiles, la masa trabajadora, sean despojados de cada vez más derechos. Los sindicatos, que en principio no son verticales, como los del Franquismo, pero que sí lo son, a la vista de que están subvencionados por los gobiernos, no protegen a la masa de trabajadores, que son su razón de existencia, pero luchan a brazo partido entre ellos para ver quién se come más gambas, pagadas por todos, eso sí.
          ¿Es de extrañar, por tanto, que ambos partidos hayan caído como la espuma? No, lo que es de extrañar es que aún queden 7 millones de personas que voten al PP y otros 5 millones que voten al PSOE. ¿Por qué hay 12 millones de ciegos en nuestro país? Simplemente porque las alternativas de voto son precarias. Votar a Ciudadanos, como todo el mundo sabe, no resolvería nada. Quizá hasta lo agravase. El único partido que se aleja de las tesis neoliberales es Podemos, ahora unidos a IU, pero sus escarceos con el Chavismo, la intolerancia iraní y los antiguos dirigentes proetarras disuaden a mucha gente (yo entre ellos) de ir a prestarles su confianza.
            Con este panorama y con unos pésimos dirigentes políticos, en España se ha instalado una continua borrasca que no augura nada bueno en los próximos años. Yo, personalmente, no veo un futuro prometedor para nuestra sociedad, a menos que se funde otro partido que se deje de chuminadas ideológicas y se dedique a luchar por el bien de todos, ricos y pobres, ancianos y jóvenes, mujeres y hombres, que, al fin y al cabo, lo único que quieren es vivir en condiciones y sin sobresaltos. Se necesita una política de altura que garantice el bienestar de la masa de población, con sueldos dignos, medidas sociales sostenibles y una justicia eficaz. ¿Es pedir tanto?

            El Condotiero

viernes, 3 de junio de 2016

La perdida cultura del esfuerzo

             En la sociedad que estamos construyendo en España, en los últimos años, esta palabra, esfuerzo, está quedando como algo del pasado, o del futuro, algo así como de ciencia ficción. El esfuerzo es algo que está, incluso, denostado. Pocas cosas se consiguen hoy en día con el esfuerzo y al que avanza de algún modo gracias a él, hasta lo miran con cara rara, como si hubiera una triquiñuela o engaño en sus palabras.
              Y no exagero. Sólo tienen que echar un vistazo a todos y cada uno de los ámbitos en los que nos movemos. ¿Para qué vas a estudiar?, si el puesto de trabajo que consigas lo harás por mediación de algún familiar, amigo o conocido. ¿Para qué esforzarte en el colegio?, si las notas que saques en él no influirán para nada en el resto de tu vida.
             Y no digan que no... Todos conocemos gente muy válida que lleva en el desempleo varios años y también empleados inútiles que nadie sabe cómo han conseguido ese puesto de trabajo y, peor aun, cómo lo siguen manteniendo. Aunque tampoco es que los empresarios, en líneas generales, puedan exigir mucho a sus empleados, total, para lo que les pagan... El salario medio español ha disminuido casi en un 50% en los últimos diez años, salvando los muebles los funcionarios, cuyo mísero sueldo apenas ha bajado, pasando de ser el hazmerreír de la masa social anterior a la crisis a los grandes privilegiados de nuestra sociedad: trabajo fijo no, anclado, y más vacaciones o días libres que la mayoría.
              Así, vuelvo a lo que muchos dicen últimamente, con cierta sorna, acerca de los consejos sobre el futuro a sus hijos: «no estudies una carrera, Manué o Jenny, ¿pa qué? Hazte futbolista, entra en un reality show o tírate a un torero o a una tonadillera. Sale más a cuenta». Y es cierto, porque hasta para ser empresario se necesita tener cierto grado de suerte o, mejor dicho, padrinos que le amparen a uno. Si están metidos en política, que es donde se corta el bacalao, mejor.
             Siempre se ha escuchado aquello de que los jefes en las empresas son los más tontos. Aunque pudiera parecer que es el típico dicho donde se observa la envidia que a un empleado le supone que otro sea el jefe y no él, no habría que descartar parte de verdad en la afirmación. A un empleado inútil es mejor quitarlo de trabajar, para que no rompa nada, por lo que lo ascendemos a jefe, también por el hecho de que son los jefes superiores quienes nombran a los jefes inferiores, y siempre es mejor tener un jefe subordinado que no te haga sombra y que, además, sea fácil de manejar. Por lo tanto es siempre mejor elegir a un tonto para jefe. Mientras, la persona que se ha estado esforzando de verdad en el trabajo queda relegado a seguir manteniendo su puesto, con el agravio de tener que obedecer a uno que, además de quitarle el puesto, estará deseoso de hacer pagar cara a los demás la osadía de haber valido más que él mismo.
             ¿Y en el mundo de la cultura? Todos conocemos ya los tejemanejes que se traen las editoriales con aquello de los premios literarios. Todos sabemos que el Premio Planeta es algo desvirtuado en sí mismo, puesto que es más una apuesta comercial que otra cosa. Pero no sólo me refiero a ese denostado premio, sino que me refiero a cualquier premio, de mayor o menos entidad, que pulule por España (el país con más premios literarios del mundo). En España, tanto para escribir como para cualquier otra cosa, si no tienes padrino no eres nadie. No importa si vales o no, lo realmente relevante es si alguien dice «oye, que éste es amigo mío; dale una oportunidad». Sin esas palabras mágicas te conviertes rápidamente en el «hombre invisible»: nadie te ve, nadie te oye, nadie te lee...
             De tal forma, en la vida existen dos tipos de personas: los visibles y los invisibles. Para cualquier cosa que un ser visible quiera comenzar o realizar, tendrá todas las oportunidades que se le puedan dar, porque «fulanito» o «menganito» le van a ayudar en su proyecto, sea cual sea, o valga lo que valga. En cambio, si eres un ser invisible, todo lo que consigas, que generalmente será poco, te costará un tremendo esfuerzo que nadie, jamás, llegará a valorar en su justa medida. Los seres invisibles, aquellos que no tienen padrino, quizá valgan más que los visibles, pero da igual, nadie nunca lo sabrá.
             Ya lo dije en otra entrada, cada uno de nosotros es nuestra circunstancia y nosotros mismos. Nos encanta decir que Pelé fue el mejor jugador de fútbol de la Historia, o Paganini fue el mejor violinista que ha habido jamás..., pero, ¿estamos seguros de ello? Quizá el mejor futbolista haya sido un chaval de Ruanda que no tuvo la oportunidad de demostrarlo antes que lo mataran, o la mejor violinista, mejor aun que Paganini, fuera una chica rumana con grandes aptitudes que a poco de comenzar su difícil aprendizaje de tan excelso instrumento fue raptada y traída a España para su explotación sexual, por lo que dejó de tocar el violín y pasó a drogarse como premio a cada sesión obligada.
              Así, moldeados por las circunstancias que nos rodean y por los hilos que logramos tejer, o que nos tejan, sólo queda una pregunta: ¿qué tipo de persona eres, de los visibles o de los invisibles?

              El Condotiero

domingo, 29 de mayo de 2016

¿A la búsqueda de qué?

             Nadie, aún, más allá de los iluminados religiosos, han descubierto el sentido de nuestra existencia y, mucho menos, el destino que nos aguarda al finalizar ésta. Como comprenderán, no es mi pretensión descubrirlo aquí, con esta corta entrada, porque ni yo estoy preparado para hacerlo ni creo que sea el lugar apropiado. Pero siempre es un buen tema de conversación, ahora que estamos ante la trascendencia de unas nuevas elecciones generales y después que el Real Madrid haya conseguido la «undécima».
            ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra?, preguntarán ustedes. Pues nada, pero todo cuando lo que intentamos dilucidar es la trascendencia de las cosas, porque lo trascendente de algo difiere de forma radical según el punto de vista del que lo vea. Es una cuestión marcadamente subjetiva, aunque nosotros pensemos que es algo objetivo. Por ello, personas como Antonio del Castillo se enfadan cuando observan que hay más personas en una manifestación apoyando al Real Betis Balompié que protestando por la injusticia del caso de su malograda hija. Que Antonio del Castillo tenga razón o no en su enfado sólo depende del punto de vista de la persona que exprese su opinión. Pienso que casi todo el mundo estará de acuerdo con él, aunque luego actuemos de diferente forma y nos movilicemos según qué cosas.
            Es chocante darte cuenta que hay personas en el África más subdesarrollada que son tremendamente felices mientras que en el Primer Mundo nos ofuscamos con cualquier nimiedad y el índice de felicidad está por los suelos. Porque si tenemos la Playstation 3 estamos enfadados por no tener la Playstation 4. Hay «expertos» que nos dicen que el ser humano es así, que nunca está contento con lo que tiene y que esa ha sido la base de nuestro incesante avance científico. Yo no estoy del todo de acuerdo, porque esa ambición desmedida quizá sea una característica inherente al hombre blanco, pero no veo que sea así en el resto de las razas. Si estudiamos la historia del Sapiens Sapiens, desde el 100.000 antes de Cristo hasta hoy en día, nos damos cuenta que sólo una pequeña porción de ese tiempo ha tenido ese dogma como credo fundamental del Hombre. Al principio, como no podía ser de otra manera, el ser humano sólo ha pretendido ser como el resto de los animales: sobrevivir un rato más y reproducirse. Ha sido a raíz de la victoria del principio de la desaforada ambición cuando el ser humano se ha separado de los objetivos primordiales de cualquier animal: ahora muchas parejas no desean tener hijos y el índice de suicidios es tremendamente alto.
              El otro día estaba departiendo con un compañero de trabajo, con uno que le gusta jugar a los juegos de conquista y dominación, a los juegos de estrategia, vaya, e iniciamos una conversación sobre lo típico acerca de por qué España desaprovechó la oportunidad que tuvo en los siglos XVI y XVII de dominar a las demás naciones. Siempre se aduce a que el problema radicó en la intransigencia de la religión católica para aceptar nuevos estudios o avances científicos, a diferencia de las religiones cristianas protestantes, que en esa época nacieron y se consolidaron, sin olvidar una profunda decadencia consanguínea de nuestra monarquía, la Casa de Austria. Que sí, que si ustedes quieren el debate se puede hacer eterno, porque habría muchas más razones que sopesar y todas las que ustedes quieran poner sobre la mesa ya las habrán discutido miles de personas antes de ustedes, entre las que me incluyo, porque las discusiones sobre lo futurible o qué habría pasado si son mi fuerte, pero ese no es el tema principal de lo que quiero hablar. Lo que quiero dejar claro es que tanto Felipe II como el más humilde miembro de la tribu de los jíbaros se llevó lo mismo al Más Allá, o sea, nada de nada. Por ello, después de haber discutido miles de horas con mis amigos sobre el tema en cuestión, ahora, con una mentalidad más madura, pienso que la razón más importante por la que España no consiguió dominar el mundo la vemos todos los días en nuestra geografía: las terrazas de los bares.
            Ya se ha dado el golpe en la cabeza, pensarán alguno de ustedes, ¿cómo que está en la terraza de los bares? Pues sí, a los españoles nos gustan las terrazas de los bares, porque nos gusta la buena compañía, al sol, refrescándonos con cerveza fresquita y alguna que otra exquisita tapita. Y eso es lo que no tienen el resto de países del Primer Mundo. Y esa es la razón del porqué hay tantos extranjeros en nuestro país, porque a ver quién es el guapo que se pone a tomar cervecita fresquita en una terraza de Hamburgo, o de Riga, o de Bergen... Y la prueba la tenemos en Cervantes. Quizá otros se fijen en otras cosas del Quijote, pero yo en lo que más me fijo es en la cantidad de platos que Cervantes documenta en su novela, porque al español, de siempre, lo que más le ha gustado es el buen comer y el buen beber, quizá adornado todo con nuestro magnífico clima, que, desde luego, no es algo exportable. El sol lo tienes o no lo tienes, pero no lo puedes robar ni comprar. Y por eso no dominamos el mundo, ¿para qué?, si todo lo que nos gusta lo tenemos aquí. ¿Para qué nos vamos a deslomar trabajando, si lo que queremos está en el bar de abajo por unos pocos euros?
              Esa es la búsqueda que debemos realizar, la de la felicidad. Hay montones de personas que lo tienen todo y no son felices, a la vez que hay otros que lo son con muy poco. Pero para ello hay que haber sido educado en la tolerancia al fracaso. El fracaso o la derrota son muy importantes cuando sabes sacar provecho de ello, cuando aprendes las razones que te han llevado a ello para no volver a repetir dichos errores y, sobre todo, la tolerancia al fracaso te ayuda de forma definitiva a saber que todo tiene solución, menos la muerte. El que se suicida ha perdido toda la fe por su futuro, o no ve que haya solución al problema que tenga más allá de su fin en esta vida. Los padres de hoy en día, ¿educan a sus hijos en la tolerancia al fracaso?, ¿les ayudan en algo dándoles todo lo que quieren? ¿Qué pasará cuando esos niños sean adultos y se den cuenta que no pueden tener todo lo que quieren?
              A mí hay dos frases que me encantan e intento seguir, que son, «de fracaso en fracaso hasta el éxito final», que no sé de quién es, y la de «no te preocupes: si algo tiene solución, se solucionará, y si no lo tiene, no se solucionará, pero no ganas nada preocupándote», que creo que es de Sócrates. Mientras tanto, a vivir, que son dos días, y a intentar ser felices, que es lo único que recordaremos en nuestro último segundo en este mundo, cuando llegue...

                El Condotiero

sábado, 21 de mayo de 2016

El señor «X»

             Xavier Xemprú Xátiva era el nombre que aparecía en sus documentos oficiales, pero señor «X» era como se referían los demás a él. Tantos años hacía de ello que ya se había vuelto costumbre, incluso de esa forma se nombraba a sí mismo cuando autodepartía con su otro yo por mediación del espejo de su enorme cuarto de baño. El señor «X» solía levantarse temprano y ese día no fue una excepción. A diferencia del resto de la humanidad, él no entraba al cuarto de baño como primera opción, para sus abluciones matinales, sino que encendía su portátil, accediendo a las noticias que más le interesaban.
           Esa mañana las noticias de los periódicos digitales no parecían diferir en demasía de las de las últimas semanas, por lo que un gesto de disgusto se dibujó en su cara. En cambio, una sonrisa le iluminó su trabajado rostro cuando un aviso le llevó a la página web de literatura que publicaba un concurso de relatos que debía rondar sobre la palabra «amanecer». El señor «X» tenía todo lo que cualquier mortal podría ambicionar, pero pocos sabían que la escritura era su sueño prohibido. Por sólo un momento se le pasó por la cabeza participar en dicho concurso... era tan fácil... ¿qué sabrían los demás sobre el «amanecer» que él no supiera? ¿Cuántos había visto ya? Quizá demasiados.
          Con esa idea rondándolo, el señor «X» se levantó del sillón de su despacho y se dirigió a su cuarto de baño, donde le esperaba su otro yo al otro lado del espejo. Su otro yo era el tipo más listo que conocía, pero poco podría decirle acerca del amanecer, puesto que jamás había salido de su plateado encierro. Aun así, se intercambiaron la mirada y, sin comunicarse verbalmente, ambos supieron que las acartonadas arrugas de sus rostros decían que los amaneceres habían sido excesivos en número, sobre todo en los últimos tiempos, con el hartazgo permanente de ver su nombre en casi todos los titulares de prensa, con aquello de los malditos papeles del lejano país centroamericano.
       –Señor «X», ¿crees que alguna vez nos dejarán en paz esos malditos olfateadores de carroña?–terminó por decidirse a preguntarse.
         El señor «X» no esperó la respuesta de su otro yo y se dirigió a la ventana de su lujoso apartamento. En ese mismo instante comenzaba a clarear por el este, al horizonte. Era su mejor momento del día, cuando casi todos dormían y él podía disfrutar con esa claridad que se vislumbraba lejana pero que, inexorablemente, iba avanzando hacia él, hasta que le envolvía en su calidez y el gran globo naranja aparecía como surgiendo de las aguas del Mediterráneo. Era su momento y sólo suyo, que nadie habría podido quitarle. ¿Qué sabrían los demás acerca del amanecer? El señor «X» sonrió y miró hacia abajo. A sesenta y cuatro pisos sobre el suelo se le antojaba ser el rey del mundo, puesto que tanto el apartamento que coronaba el hotel bajo sus pies, como el mismo edificio eran de su propiedad, así como varios de los otros rascacielos que estaban a su alrededor, todos pilares que cimentaban su vasto emporio.
           Recordó el estúpido concurso de la palabrita «amanecer» y tuvo un choque de sensaciones. Siempre había anhelado escribir, pero no sólo por el placer de hacerlo, sino sobre todo por la fantasía de poder haberse convertido en uno de aquellos escritores de «best-sellers». Recordaba, incluso, el haber mandado varios manuscritos a editoriales, haría de aquello quizá unos cuarenta años, y aún no había recibido respuesta alguna. Era evidente que serían tan pésimos que habrían acabado en el cubo de basura de algún editor de tercera, puesto que, si los rescatasen, hoy serían publicados. Sin duda. ¿Qué darían las editoriales actuales por publicar sus memorias o alguna otra cosa, ahora que era un personaje que estaba en boca de todos debido a la mierda removida por los casos de corrupción del levante español? Y, mientras, veía cómo Benidorm iba dorándose con el sol oriental que invariablemente acudía a su cita diaria.
          Sí, él lo tenía todo, pero ¿qué no daría por un nuevo amanecer?, ¿qué no daría por un nuevo comienzo? Sí, lo tenía todo, pero ¿para qué?, ¿a quién iba a cedérselo? Estaba solo y no había tenido la suerte de concebir hijos, ¿o había sido otra de las pruebas de su eterno egoísmo? Su esposa, a la que había perdido hacía unos años, sí había querido tener algún bebé al que arrullar, pero él siempre le decía que más adelante, que ahora no era el momento, hasta que el momento pasó. Y si no tenía a nadie a quien dejarle todo lo conseguido en su dilatada vida, ¿qué sentido tenía seguir luchando contra todo y contra todos? ¿Para qué quería un nuevo amanecer? ¿Qué podría hacer él por los demás?, ¿él, que nunca había hecho nada de forma desinteresada?
           Y observando la ya iluminada ciudad a sus pies lo tuvo claro. El señor «X» sí que podía hacer algo por los demás, sí que podía hacer un único y último servicio a aquéllos que en esos momentos se levantaban para acudir a sus precarios puestos de trabajo con los que conseguir un mísero sueldo y sobrevivir un mes más...
           La forense que acudió una hora más tarde al lugar acordonado por la Policía Nacional, al pie del más lujoso de los hoteles de Benidorm, certificó la muerte del anciano estrellado contra las losas de la acera. También guardaron entre los efectos personales del fallecido un documento que lograron arrebatar de sus cerrados dedos, un documento escrito a mano donde declaraba que dejaba todas sus posesiones a los más desfavorecidos de su ciudad. Lo que no certificó en su informe la forense fue que, aunque el cuerpo estaba prácticamente destrozado, una postrera sonrisa iluminaba todo su rostro, como si con ello hubiera vencido a la muerte, o, tal vez, a la vida.

            Enrique A. Cadenas

sábado, 30 de abril de 2016

Don Quijote de la Janda

             Conducía Don Quijote su moto BMW, anticuada pero fiel como ninguna otra, acompañado en el sidecar por su amigo Sancho, más fiel si cabe, puesto que aun sabiendo de la locura de su amigo no lo abandonaba en sus continuas cuitas. Conducía Don Quijote, como iba diciendo, por los agrestes terrenos que bordean Medina Sidonia, tierra de aromas y de otras delicias, cuando percibió, a lo lejos, lo que parecía una funesta estampa.
―Mira, amigo Sancho―indicaba el motorista con un dedo hacia lontananza―, cómo se debate aquel pobre prisionero en manos de un cíclope gigante. ¡Voto a Cristo que yo, Don Quijote, liberaré a ese pobre desgraciado de sus penurias!
―¿Por qué hablas así, Alonso?—preguntó Sancho, acongojado― ¿Otra vez con ésas? Además, eso de ahí no es un cíclope ni nada que se le parezca, sino un molino eólico, y el prisionero que ves no es otra cosa que un miembro del personal de mantenimiento, trabajando en altura y asegurado por cuerdas y arnés.
―Claro, amigo Sancho―sonrió el piloto, condescendientemente―. Eso es lo que ves, porque eso es lo que el malvado Perigorte quiere que veas… Pero yo, Don Quijote, conozco sus malas artes y estoy protegido ante sus hechizos. Distingo a la perfección su ojo central y observa cómo mueve sus tres brazos para poder cazar al desdichado que intenta escapar de su captura.
En esto frenó la moto y se bajó al instante, corriendo hacia una larga estaca que tiempo ha habría servido para sostener alguna alambrada con la que mantener alejados a los amigos de lo ajeno.
―¿No es una señal, amigo Sancho, que justo cuando la necesite se me aparezca como por ensalmo la Lanza de Longinos?—mostró la estaca Alonso a su amigo cuando volvió junto a la BMW, ante la estupefacción de éste―No estás apresto para aquesta aventura, por lo que te conmino a que te apees de tu montura y contemples cómo derroto a tan maléfica criatura.
―Pe… pero… Alonso…―tartamudeaba Sancho, cuya camaradería para con su amigo chocaba de forma abrupta con su propio instinto de supervivencia.
―No te lo repetiré de nuevo, Sancho, porque aunque tú dispongas de tiempo, aquel pobre apaleado está sobrado de mamporros.
Sancho se bajó del sidecar, moviendo su cabeza hacia los lados, a la vez que su amigo se cerraba el visor de su casco, a modo de celada, y se colocaba la estaca bajo su axila derecha.
El ambiente se enrareció cuando Alonso dio gas a su vetusta motocicleta y salió disparado con dirección al molino.
―¡Que no es un gigante! ¡Que es un molino!—pudo gritar Sancho, aunque no tan fuerte para que su advertencia traspasara el explosivo estruendo del motor de la BMW.
Sancho, compañero leal pero no loco, corrió en pos de su amigo, que acortaba las varas que le distaban de su pretendido enemigo a una velocidad superior a la que debiera, pues montaba una motocicleta que no estaba preparada para recorrer el campo a través, ni su piloto tampoco. Pudo observar cómo, de repente, de detrás de una loma aparecía uno de los toros que solían pacer por aquellos lares. No una vaca ni un toro cualquiera, sino un toro de los más bravos del país, de aquéllos que una vez al año hacían un largo viaje hasta Pamplona, precedidos por su cruel fama, ya que pertenecían a la ganadería de Cebada Gago, propietario también de las tierras que en ese momento hollaban.
Nada pudo hacer Sancho para avisar a su descuidado amigo, cuya visión periférica quedaba seriamente perjudicada por el casco que portaba, cual yelmo de caballero. El morlaco, pues de eso se trataba, embistió el lateral de la motocicleta tal como ésta pasó a su vera, dando al traste con la alocada carga de su piloto, para después largarse por donde había venido, con la cabeza bien alta, orgulloso de su fácil victoria.
Cuando Sancho llegó junto a su despatarrado amigo, vergonzosamente descabalgado de su potente montura y desarmado de su sagrada lanza, respiró hondo, puesto que Alonso sólo mostraba heridas en su castigado orgullo, y le escuchó decir:
―¡Vencido por el malvado Perigorte y su afecta Pasifae! ¿Te has fijado, Sancho, cómo el Minotauro me ha atacado con traición y alevosía?
―¿Has visto eso, Manolo?—preguntó en ese momento el trabajador colgado de los cables en lo alto del molino eólico a su compañero, que acababa de asomarse por la portezuela de la maquinaria.
―¡Hay gente pa tó, pisha!—contestó el compañero, con una burlona sonrisa en su cara.

           Enrique A. Cadenas

sábado, 23 de abril de 2016

Aquellos miles de héroes olvidados

             En estos días en los que un gran número de personas, instituciones y gobiernos celebran las efemérides más importantes de la Historia de la Literatura Universal, por el cuarto centenario de las muertes de Cervantes y Shakespeare, los grandes «monstruos» de las letras hispanas e inglesas, respectivamente, y otros cuantos «colgados» están a la espera de la llegada de la sexta temporada de la serie Juego de Tronos, nos olvidamos de otro de infausto recuerdo: el trigésimo aniversario de la explosión del cuarto reactor de la central nuclear de Chernobyl.
            El ser humano es muy dado a olvidar y sólo recuerda las cosas que le conviene, expulsando de su mente aquellos momentos difíciles de digerir. Pues yo no quiero ser uno más y me gustaría hacer un pequeño homenaje a esas decenas de miles de héroes sin los cuales ahora no estaríamos donde estamos. Podríamos estar, sí, pero en otro lugar, no aquí.
            La explosión del cuarto reactor de la central ucraniana supuso un grave accidente cuyas consecuencias aún las padecen los pocos supervivientes que actuaron de alguna forma en su paliación o que simplemente vivían cerca, pero no sabemos hasta qué punto le segunda explosión, que no llegó a producirse, hubiera transformado la vida en la vieja Europa. Y esa segunda explosión no llegó a producirse gracias al titánico esfuerzo y sacrificio de miles de bomberos, militares, policías, pilotos, mineros, periodistas, trabajadores de distinta índole y otros más… Políticos, ah, no, los políticos soviéticos no intervinieron de forma alguna en la resolución del problema, sólo para incrementarlo. Pero no se lleven ustedes a error, si creen que esto es una crítica a los políticos soviéticos, ya que los políticos de cualquier signo nunca se hallan en los lugares donde se encuentran los verdaderos «fregaos».
            La importancia de lo ocurrido en Chernobyl no está sólo en lo que podría haber ocurrido y no ocurrió, sino que también está en que fue el principio de la desintegración del «Segundo Mundo», el mundo soviético y sus satélites, puesto que las mentiras y las dilaciones de la cadena de mando militar y gubernamental soviética llegó hasta lo más alto del Politburó y el mismo Gorvachov se tuvo que enterar por los ingenieros nucleares suecos de lo que en realidad estaba ocurriendo en su propio país. A partir de ahí, todo cambió en la antigua URSS, tomando un camino que llevaría a su extinción.
            Recordemos, por tanto, a aquellos miles de olvidados héroes que, sin recibir contraprestación alguna, sacrificaron su futuro y dieron lo único que poseían, su salud, por el bien de todos, incluidos nosotros, los habitantes del «Primer Mundo», al otro lado del Telón de Acero. Si bien es cierto que el problema lo originaron los soviéticos y de los soviéticos debía partir la solución, también es de recibo puntualizar que la gran mayoría que cayó intentando, y consiguiendo, evitar un desastre aun mayor, no fueron los que produjeron el accidente ni los que lo incrementaron negando en un principio la verdad.
            Debemos darnos cuenta que, por norma general, son los que nada tienen y los que nada esperan tener los que más generosos se suelen mostrar. El pobre y el apaleado será siempre el que arriesgará su vida por los demás, ya que el rico la tiene en demasiada estima para donarla a unos desconocidos. Los soviéticos, sus sempiternas mentiras y su «chapucerismo» habitual produjeron el accidente de Chernobyl, pero fueron sus gentes, los abnegados y apaleados ciudadanos rusos y ucranianos los que se sacrificaron por Europa. Sería curioso ver qué hubiéramos hecho los europeos occidentales en una situación similar. ¿Sacrificarían sus vidas por los demás los miles de «tontolabas» que se reunieron en Madrid para que ganara GH VIP el tal Carlos Lozano, o los que se manifestaron para que el Betis no descendiera de categoría?

            El Condotiero