jueves, 27 de julio de 2017

La incultura al poder

             Me he fijado en que, últimamente, se está dando una curiosa discusión en foros y otras redes sociales acerca de la posible desaparición de los signos iniciales de interrogación y exclamación de nuestra querida lengua castellana. Por fortuna, aún continúan siendo mayoría los que creen que deben mantenerse, pero ya de por sí es sintomático que algo de esta guisa sea ponderado.
             Como es tan evidente que su necesidad en nuestro idioma es manifiesto, tardaré poco en explicarlo, y es que resulta que en la gran mayoría de idiomas se da un cambio de orden de los elementos oracionales que ayuda al oyente o al lector a saber cuándo una frase es interrogativa o exclamativa, sin necesidad del signo final de interrogación o exclamación, que sólo sirve para finalizar la dicción de esa misma forma. Además, también suelen contar, tales idiomas, con auxiliares al comienzo de las oraciones de este tipo, cosa que no es así en el español.
             Nuestra lengua se diferencia del resto en que no cambia su orden en la construcción ya sea una oración enunciativa, exclamativa o interrogativa. De tal forma, la única clave que existe en el lenguaje escrito español para distinguir si una oración es del tipo de las anteriores es explicitando los signos de exclamación e interrogación, tanto iniciales como finales. Y en el lenguaje oral la diferencia está en la curva melódica tanto exclamativa como interrogativa, que en otros idiomas sólo se produce al final de la frase. Nuestro idioma es tan rico que tenemos las oraciones exclamativas e interrogativas indirectas, que son las introducidas por los pronombres exclamativos e interrogativos sin la necesidad de sus signos específicos.
             La cuestión es: ¿por qué se está dando una degeneración del lenguaje escrito? Podríamos decir que también está ocurriendo con el lenguaje hablado, pero esto ha sido así siempre. Es el motivo que suelen dar los que desean los cambios a su comodidad, que el lenguaje cambia debido a sus propios usuarios.
            No negaré que el habla de los parlantes ha condicionado el uso de la propia lengua, pero también es verdad que los cambios en el lenguaje escrito han sido más lentos que en el lenguaje oral y siempre por cuestiones de peso. La razón es obvia: todos han sabido siempre hablar, mejor o peor, pero han podido comunicarse de forma oral, mientras que sólo un pequeño porcentaje de la población estaba alfabetizado y era, precisamente, el sector de población más culto.
             ¿Qué quiero decir con esto? Pues que la democratización absoluta del lenguaje escrito está permitiendo a los miembros menos preparados de la sociedad opinar sobre algo que ni entienden ni saben. Comprendo perfectamente que le gente no use un lenguaje refinado en plataformas comunicativas como WhatsApp (yo tampoco lo hago), puesto que su finalidad no es ganar un premio Nobel de Literatura, sino la fluidez en el intercambio de ideas, pero de ahí a querer que las normas de una lengua escrita tan rica y maravillosa como la española se amolden a ellos hay un trecho, y bien gordo.
             Deberíamos entender, todos, que el lenguaje oral jamás será idéntico al escrito. Un ejemplo: «quillo, pisha, ¿cómo anda tu vieja?» en un encuentro entre dos amigos en plena calle, no puede ser igual a la misma pregunta en una carta, que sería tal que así «Estimado Juan: te escribo para informarme del estado de tu madre y, de paso, darte ánimos con mi apoyo, que sabes que lo tienes». Evidentemente, esto último, que formalmente escrito es impecable, sonaría bastante cursi en una conversación casual. Y también deberíamos entender que una conversación escrita en WhatsApp es lo más parecido posible a una charla oral.
             Por ello, que existan personas que quieran que las formas de comunicarse modernas sean extrapoladas a la culta forma de escritura, sólo por su comodidad, me parece una manera de denigrar la esencia misma de la lengua escrita, en este caso de la castellana, con tantos y tantos ejemplos de intelectuales que la han usado para dar a conocer sus más profundos pensamientos e inquietudes.
             Pero esto es así en todos los parámetros de la vida, como ya dije en mi entrada anterior, y cualquiera se ve capaz de discutir cada cosa ante los más preparados sin tan siquiera documentarse mínimamente. El problema no es éste, pues con no hacer ningún caso a estos elementos de la sociedad estaría más que resuelto, lo que ocurre es que hay mucha gente e instituciones de todo tipo que dan pábulo a sus reivindicaciones, por muy absurdas que sean. Así, la RAE está cometiendo el error de igualar por lo bajo, de la misma forma que se hace en los colegios e institutos españoles. Como no podemos conseguir que los más incultos (que lo son porque quieren, puesto que en la actualidad la cultura está al alcance de todos) se pongan a la altura de los más cultos, o lo más flojos a la de los más esforzados, pues la solución está en bajar todos los niveles culturales y académicos, como si fuera la panacea encontrada para evitar significativas diferencias en las distintas capas de la población.
             Así nos va y ahsi noz hira...

             El Condotiero

viernes, 21 de julio de 2017

Estamos en Matrix y no lo sabemos

             Mi deseo no es otro que continuar con la idea del gran José Saramago... ah, ¿que no saben a qué me refiero? No importa, les invito a escucharlo aquí.
           Claro, que yo también he dicho cosas parecidas en este mi blog, con otras palabras y de forma diferente, tampoco siendo el único, pero la mayoría no somos escuchados y los que deberían hacerlo no quieren, puesto que el sistema actual es el que les conviene.
            Sí estamos en Matrix, porque vivimos en una sociedad, la occidental, en la que creemos que hay democracia, justicia y libertad. Comencemos por la democracia. Su definición por la RAE es: forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos. ¿De verdad que esta definición se ajusta como un zapato a los sistemas políticos que abundan en las naciones pertenecientes a la civilización occidental?
            Quizá esté equivocado, pero yo creía que la democracia en España se trata de que una vez cada cuatro años, y en cada peldaño de gobernación, vamos a unas urnas a depositar nuestro voto y nuestra confianza a un partido político (los cuales, en su gran mayoría, carecen de democracia interna), para que nos represente durante la siguiente legislatura.
            Punto pelota. No hay más democracia. Al menos en nuestro país. Eso no se corresponde con la definición de la RAE sobre la «democracia». Ah, sí, que hay un método por el cual los ciudadanos pueden reunir firmas para presentar ante el Congreso una propuesta de ley, pero esto es trabajoso y, normalmente, ineficaz, porque al final son los diputados (350 como mucho) los que deciden si los cientos de miles o millones de firmas se tiran a la papelera o no.
            Ya he comentado en entradas anteriores que deberíamos tener más en cuenta al ciudadano y también a los avances tecnológicos. Parece ser que estos últimos sólo son aprovechados por el gobierno de turno para que no se escape ninguna multa de tráfico o de la seguridad social, pero se desestima para poder crear una democracia real. En la actualidad, con una inmensa mayoría de población con acceso continuo a Internet y toda, prácticamente, que podría tenerlo de forma puntual, no sé a qué esperan para gobernar a base de plebiscitos semanales por esa vía.
            No se hace no porque sea complicado, sino porque es evidente que a nuestros políticos no les interesa. Yo comento, y no en tono de guasa, que lo que tenemos es una dictadura (o mejor una oligarquía) que dura cuatro años. Votamos a nuestro dictador y su séquito por cuatro años. Y no es ninguna perogrullada. Votamos a alguien que creemos que nos va a representar fielmente y va a luchar por nuestros intereses, contando para ello con algo que se denomina programa electoral. O sea, les votamos por lo que nos prometen que van a hacer durante los próximos cuatro años, pero está demostrado que en esos años van a hacer lo que les da la gana y no tenemos medio alguno (exceptuando guillotinas, que, al parecer, están muy mal vistas) para deponer a los sinvergüenzas y aprovechados que nos mienten y nos malgobiernan durante esos fatídicos cuatro años.
            Así, no nos queda otra que esperar a que terminen para volver a empezar, escuchar mentiras electorales, depositar de nuevo la confianza en ese partido político (que nos promete enmendarse) o en otro (que nos promete derogar los patazos del anterior), y otra vez ser engañados. Así llevamos cuarenta años en España.
            Hay muchos que dicen que es el mejor sistema que existe y no tenemos más remedio que amoldarnos a él y, si acaso, cambiar las cosas desde dentro. Primero, que no es el mejor sistema que existe, porque ya he explicado yo uno mejor, el de los plebiscitos para todo vía Internet; y segundo, que las cosas no se pueden cambiar desde dentro, porque cuando entras en ese sistema, es decir, te haces político, el lado oscuro es demasiado poderoso para rechazarlo y entre dietas, tres por cientos, chóferes, putas y coca, es muy difícil que la honradez triunfe.
            Además, como dice Saramago, los gobiernos occidentales actuales tiene muy escaso poder, puesto que son los grandes organismos y corporaciones mundiales los que gobiernan a los que nos gobiernan. Que si el FMI, que si la OCDE, que si la Troika... Hay tantos que están por encima de nuestro Presidente del Gobierno que no podemos estar seguros de su independencia y capacidad de decisión, y todos aquellos que están por encima de él son personas que no han sido elegidas democráticamente. Por tanto, ¿quién nos gobierna? ¿Alguien lo sabe?
            Con respecto a la justicia, siempre hemos sabido y siempre sabremos que la justicia no es igual para todos, es lenta e ineficaz y, para colmo, en nuestro país no es independiente, al no existir la consabida separación de poderes.
            La única forma en que la justicia fuera independiente sería que sus más altos representantes fueran elegidos por el pueblo, vía Internet también, con mandatos finitos y con cuentas que rendir al pueblo.
            ¿Y la libertad? Me río de la libertad en un Estado donde no hay democracia real y la justicia está obsoleta. Y a los hechos me remito: ¿qué pasa cada vez que un loco estrella un avión contra un edificio o un camión contra una multitud? Más recortes de libertad y todos aplaudimos en aras de nuestra seguridad. Lo dicho, puro Matrix.
             Pero, como ocurre con esa ficción realista, o con esa realidad ficcional, el que se la crea que continúe viviendo su felicidad, impostada, sí, pero felicidad al fin y al cabo.

            El Condotiero

lunes, 17 de julio de 2017

Opinar o no opinar, ésa es la cuestión

             Estoy asistiendo, a través de las redes sociales, a un fenómeno curioso en nuestro país que, precisamente, no es nuevo aunque sí lo sea el medio utilizado, y se trata del recrudecimiento de los combates verbales entre la izquierda y la derecha. Se está dando como normal que cuando uno u otro se queda sin argumentos para defender su posición, arremete contra el de más allá con el insulto más barriobajero posible. Vamos, lo que toda la vida de Dios ha sido el «tengo razón porque grito más», tan típico de los españoles.
             Supongo que no será cuestión sólo de debates políticos, sino que afecta a todo lo que en esta sociedad pueda ser opinable que, según las nuevas generaciones, es TODO.
             Y aquí es donde me opongo a los que defienden esta opción, primero porque todo no es opinable (si una mesa es una mesa, no es un frigorífico: no es opinable; lo opinable es si es bonita o no, por ejemplo), y segundo porque no todo el mundo debería opinar dependiendo de qué asuntos.
             La opinión se ha vuelto tan democrática que muchos piensan que tienen el derecho a opinar de cualquier cosa. Antes de que se adelanten, no, yo también pienso que yo no tengo derecho a opinar de cualquier cosa. ¿Por qué? Porque estoy plenamente convencido de que para poder opinar sobre algo hay que tener cierta idea de ese algo o, al menos, documentarse mínimamente para que la opinión sea ponderada y coherente; si no es así, se convierte en «pamplina soltada sin ton ni son», que es lo que en la actualidad vemos a todas horas en todos los medios, incluso en las terrazas de los bares.
             De tal forma, yo no puedo opinar sobre la pesca de la trucha en el río Eo, porque ni siquiera sé si es legal o si las hay, además de no tener ni idea de pesca. Como mucho, podré prestar atención a alguien que sepa sobre ello y hacerle preguntas más o menos inteligentes, dependiendo sobre todo de si el tema me interesa, que no es el caso. Así, cuando elijo un tema sobre el que opinar en mi blog, primero me lo pienso mucho y después me documento un poquito. Se puede estar en desacuerdo con mis ideas, pero nadie puede tildarme de decir patochadas, porque seguramente me habré documentado mejor que el que pueda insultarme sin más.
             Y esto se relaciona con todas las veces que aquí he arremetido contra los supuestos «expertos» que aparecen en las tertulias televisivas y radiofónicas, que muchos sí hacen bien su trabajo y se nota cuando hablan, pero otros irán de fiesta en fiesta y no se preparan nada, y también se nota cuando hablan.
             Pero sobre lo que quería opinar hoy, y por ello el título, que me ha servido de doble sentido al imaginarme diciendo esa frase con una calavera en la mano, es sobre la pena de muerte. No es que esté de actualidad, sobre todo en nuestro país, que casi te dan una palmadita en la espalda después de haber matado a cuatro o cinco, con un consejo tipo «ea, para casita y no lo vuelvas a hacer, eh». En algo debemos sobresalir los españoles por el lado bueno, aunque no seamos los únicos, puesto que dos tercios de todos los países del mundo han abolido la pena capital.
             Pero, para adelantarme a los acontecimientos de una España en la que la brecha entre izquierda y derecha es cada vez más insalvable, daré mi opinión sobre ella: la pena de muerte JAMÁS debe ser admitida. Como una vez escuché, no sólo le quitas a alguien todo lo que tiene, más allá de la libertad, sino que también le quitas todo lo que podría llegar a tener. Si una pena como la condena a muerte es injusta del todo, ningún Estado de derecho que se precie debería observarla en su código penal.
             He visto muchísimos documentales de asesinatos en EE.UU., supuestamente un país democrático y un Estado de derecho, donde la gente cree que es una pena justa para el asesino de un familiar suyo, pero es evidente que se trata más de venganza que de justicia. Nadie, por muy malvado que haya llegado a ser, se merece ser ejecutado, aunque sea por una sola razón: nadie jamás podrá probar al 100% que el imputado (ahora investigado) sea el culpable del caso que le ocupa. Excepto el mismo culpable, que nunca lo dirá y si lo dice puede ser por alguna otra cuestión, nadie sabe a ciencia cierta quién lo es, por lo que nuestro sistema de justicia se basa en pruebas e indicios y en multitud de ocasiones el fallo de juez ha sido fallido. De tal forma, a un inocente encarcelado injustamente lo puedes liberar, aunque hayan pasado treinta años, pero a un ejecutado no le puedes devolver la vida.
              Esto último que he comentado NO es opinable, es un axioma irrefutable, por lo que me creo tan en la razón que es inútil discutirlo. SÉ que llevo la razón, porque me he documentado. En 1989 Teng Xingshan, al que apodaron el carnicero, fue sentenciado a muerte por la violación, desmembramiento y asesinato de una mujer de su pueblo en China. Se lo endilgaron a él porque tenía conocimientos quirúrgicos y porque había confesado (lo de la tortura china es algo más que un dicho). Ese mismo año fue ejecutado y no pudo ver cómo, tiempo después, la mujer aparecía viva y no sabía nada acerca del pobre Teng. Se habían equivocado de cadáver y de culpable.
            Hay muchos más casos como éste, pero con sólo uno me vale para enrocarme en mi postura y saber que tengo razón y que la pena de muerte NO es opinable, por mucho que a las nuevas generaciones les guste opinar de todo y de todos, sin saber de lo que hablan y leyendo sólo los envases de champú cuando van a gobernar a su trono particular.

             El Condotiero

martes, 11 de julio de 2017

Veinte años no han sido suficientes

             Desde luego que no para algunos de los individuos que tenemos como figuras políticas de nuestro país. Y es una lástima, porque luego querremos que desaparezca el bipartidismo y el «¿tú eres del PP o del PSOE?» de esta España que en ocasiones nos sorprende, a más de la veces de forma peyorativa.
             El caso es que en estos días se está recordando a Miguel Ángel Blanco, el concejal asesinado en el País Vasco, por haberse cumplido veinte años de aquello. No es que Miguel Ángel Blanco sea más importante que otras víctimas de la banda terrorista, pero fue el principio del fin de ETA.
             Hasta entonces la ETA había asesinado a casi mil personas, pero las noticias habían llegado a todos como hechos consumados ante los que nada se podía hacer, salvo su prosecución judicial. La diferencia con Miguel Ángel era que existía una cuenta atrás para la hora de su ejecución. El error estratégico de la banda terrorista fue de libro, ya que en el momento que lanzó ese órdago, perdió la partida. Teniendo en cuenta que el Estado español no podía claudicar ante sus pretensiones, a ETA sólo le quedaban dos caminos: incumplir su amenaza, con lo que habría perdido toda su credibilidad conseguida con sangre ajena, o cumplirla, que es lo que hizo, pero que tuvo unas consecuencias aún más nefastas para ellos.
             Todos sabemos el giro que tomó la lucha contra ETA a partir de la muerte de Miguel Ángel Blanco, y también sabemos su motivo: unión política de los partidos demócratas y, sobre todo, fin de la costumbre del vasco medio de «mirar hacia otro lado». Y digo sobre todo porque lo considero el factor fundamental, ya que los que siempre han apoyado a la banda terrorista lo siguen haciendo hoy con Bildu, heredero de Herri Batasuna, pero son minoría en el País Vasco. La mayoría siempre han sido personas que miraban a otro lado porque no querían significarse al tener miedo de los asesinos, pero ese miedo se acabó cuando vieron que era un vasco la víctima (de nacimiento, no por sus ocho apellidos), que para más inri era joven y guapo.
             No es una cuestión baladí ésta, ya que cuando vemos a un joven guapo, con una novia guapa y con aficiones como la música, nos cae mejor sin conocerle personalmente que una persona de mediana edad o cerca de la jubilación. Eso lo saben perfectamente los publicistas, y ése fue el gran error de la ETA. Aparte de colocar un reloj de muerte y cumplir su amenaza, ya que no colocaba a la gente ante un hecho consumado, sino que aún se podía reaccionar y ellos no lo hicieron.
             A quienes tenían que haberles dado varios tiros en la nuca era a la cúpula de su propia banda, por inútiles, ya que fueron los que la emplazaron en la situación de caída vertiginosa hacia la derrota.
             Y hoy, con la banda terrorista casi disuelta y sin apenas apoyo político y del pueblo vasco, homenajeamos al malogrado Miguel Ángel Blanco que, con su sacrificio involuntario, originó la marea que se convirtió en el «Espíritu de Ermua». Casi todos los estamentos políticos y comunicativos del país han tomado parte en dicho homenaje, pero hay unos cuantos, pocos, pero los hay, entre los que se cuenta el alcalde de mi ciudad, el Kichi, que no se suman a dicho homenaje. Desde aquí le digo al Kichi que no me representa, ni a mí ni a la mayoría de los gaditanos, y que con acciones como ésta está sellando su final como jefe del consistorio.
             Y a esto me refería cuando decía al principio que no es buen camino para acabar con el bipartidismo. Los españoles descontentos con la política llevada por los grandes partidos españoles buscamos un partido en el que poder depositar nuestra confianza para un futuro mejor, pero ese futuro no puede pasar por no homenajear a una víctima inocente o por no apoyar el excarcelamiento de un preso político venezolano.
             Las cabezas pensantes de Podemos (cabeza seguro, lo de pensante no lo estaría tanto) desvarían con ciertas cuestiones que son de bien para todos, independientemente de que el PP y el PSOE también estén de acuerdo con la cuestión. No todos los que estamos en contra de las políticas neoliberales de los grandes partidos nacionales estamos a favor de la violencia y de las dictaduras de izquierda. Esto es algo que los podemitas no parecen tener claro y ya es hora de que alguien se lo diga. Los españoles no sólo estamos hartos de las políticas neoliberales, sino también de la forma de pensar habitual en España: si eres de izquierda, todo lo que venga de allí es bueno y lo de derechas es malo, y viceversa.
             No, señores, no. Que no haya democracia real en España no significa que lo de Venezuela sea bueno, porque creo que es peor. Y si el concejal asesinado en Ermua era del PP, no significa que los de izquierdas deban estar contentos con ello.
             Uno de los problemas que tenemos es que casi todos los altos cargos de Podemos son licenciados o doctores, y así algunos creen que están preparados, pero si supieran qué hace falta en España para ser licenciado o doctor, no lo creerían tanto, porque todos pueden serlo con un poco de tesón y un mucho de dolor de rodillas, pero no es requisito indispensable tener al menos cien de cociente intelectual.
             Si alguien cree que estoy enfadado, bingo, lo estoy, porque estoy hasta la coronilla de los grandes partidos nacionales corruptos e interesados sólo en su propio bienestar y en el de los empresarios que los apoyan, y quiero un partido que sólo piense en sus votantes y en los que no lo son, con políticas conciliadoras y justas, pero lamentablemente Podemos no será ese partido, porque cada vez que hace una de las suyas, pierde miles de votos por el camino, y, cuando lleguen las próximas elecciones, su sueño se habrá agotado, para desgracia de todos.
             Ya estoy viendo una carrera para ver quién se saca antes el carnet del PP o del PSOE, que serán los que siempre estén ahí, dándonos por saco.

             El Condotiero

miércoles, 5 de julio de 2017

¿Hacia dónde va el feminismo?

             Lo que no sé en realidad es hacia dónde voy yo, porque me voy a meter en un fregao de mucho cuidado, pero cuando inicié el blog me prometí a mí mismo que jamás sería políticamente correcto, porque lo considero una hipocresía, y que criticaría todo aquello que crea criticable, porque lo considero de justicia.
             Y hoy le ha tocado el turno al feminismo recalcitrante que vivimos en estos tiempos.
             Atención: no quiero decir con ello que esté en contra de las feministas y de sus tesis, sino que a veces no tienen la razón pero poca gente se lo hace ver, ya que son tan combativas que da miedo enfrentarse a ellas. Además, en el país que por fortuna o desventura habitamos, somos muy dados a poner calificativos infundados a todo aquel que esté en desacuerdo con nosotros: si soy comunista y en algo, aunque sea nimio, no me apoyas, te llamaré «fascista»; si soy feminista, en ese caso te llamaré «machista». Con el valor añadido de que nuestro séquito de pelotas te pondrá a caer de un burro sin ni siquiera darte la oportunidad de explicar tu opinión.
             El caso es que se han sucedido en pocos días dos hechos por los cuales las feministas han explotado, como suele ocurrir, y es el motivo de que escriba esta entrada.
            Lo primero ha sido la guerra abierta que han declarado las feministas a la maternidad subrogada, o más comúnmente llamada vientre de alquiler. Como ustedes comprenderán, es algo que a mí ni fu ni fa, pero me ha llamado la atención por la incoherencia demostrada por las feministas a ultranza o, al menos, por una parte de ellas.
             Yo siempre he dicho que respeto todas las opiniones, aunque estén equivocadas, porque todo el mundo tiene derecho a estarlo, y no es malo que lo estén porque así habrá buenos samaritanos que saquen de su error al equivocado. Para que lo sepan, yo también tengo derecho a estar equivocado. Pero lo que jamás respetaré es la incoherencia: no, no, y no respeto a aquél que un día me dice blanco y al otro negro.
             No tengo una opinión clara respecto al aborto, porque por un lado podría ser un asesinato, ya que creo que un feto es una vida humana... ¿desde qué semana de gestación? Pues no lo sé, la verdad, pero ni yo ni nadie. El caso es que la destrucción de una vida humana no nacida choca con las necesidades de una mujer que no puede ser madre por distintas circunstancias. Como es tan difícil para mí ponerme en la situación del feto o de la madre, entonces, como ya he dicho, no tengo una opinión clara. Pero las feministas parece que sí: ellas creen, defienden, combaten, que la mujer es la única dueña de su cuerpo y, por tanto, ellas deciden libre e individualmente.
             Hasta ahí, nada que objetar. Tampoco puedo decidir si están equivocadas o no, a lo que tendrían derecho. Lo que no puedo respetar es que ahora digan que la mujer no debe someterse a lo del vientre de alquiler y que ellas están en contra.
             Vamos a ver, señoras incoherentes, ¿no decían aquello acerca de que la mujer es la única dueña de su cuerpo y que ella es la única que decide? Entonces, ¿por qué deciden ustedes ahora por todas las mujeres acerca de este tema?
              Siguiendo su tesis sobre el aborto, cada mujer debiera libre e individualmente decidir acerca de si quieren o no ser vientres de alquiler. ¿Por qué se niegan a ello? Según dicen, es una forma de esclavizar a la mujer, donde las ricas explotarán a las pobres.
             No digo que no, pero hay tanta explotación en el mundo... Y no tienen en cuenta que puede haber parejas que lo necesiten de verdad, a la vez que es posible que haya mujeres que deseen ayudar, aparte de ganarse un dinerillo con eso. Quizá lo que no quieran es que hagan negocio con su cuerpo, pero entonces tampoco entiendo que no quieran que una chica joven gane 20 000 euros por ello y se pague la carrera, pero estén tan a favor del aborto que una mujer podría haber evitado con la compra de un preservativo por menos de un euro.
             El otro caso que ha saltado a la palestra es la que se ha armado en las redes sociales porque un colectivo de mujeres se ha visto obligada a clausurar un encuentro de mujeres usuarias de juegos de ordenador. Parece ser que como se sienten observadas, molestadas y acosadas en los encuentros de este tipo por parte de freakys irredentos que no han visto a una chica en su vida, pues decidieron organizar un encuentro sólo para mujeres (lo entiendo, a mí también me asustaría que una panda de adolescentes con gafas, flequillo y acné, más blancos que la leche, no me quitara los ojos de encima).
             Como tiene que haber de todo, desde un foro se empezó a despotricar sobre el tema, porque ya sabemos que algo más de un 2% de nuestros genes proceden de los neandertales. La cuestión es que las organizaciones que habían dado un sí desde el principio se echaron para atrás con la excusa de que no podían garantizar la seguridad del evento. Compuestas y sin novio se quedaron (no se enfaden, que es una forma de hablar).
             Yo, como no podía ser de otra manera, estoy en contra de que esto haya ocurrido. Si quieren organizar un finde sin chicos para jugar al ordenador, por mí adelante. Las apoyo a muerte. Ahora, también he de decir que las feministas son las primeras en despotricar cuando un grupo de hombres quiere hacer algo en lo que no desean que tengan cabida las mujeres. Por ello, volvemos al tema de la coherencia.
            Me parece muy bien que ellas quieran organizar algo sólo para mujeres, pero, por la misma regla, deberían dejar que también haya actos organizados sólo para hombres.
            No debemos olvidar que la mujer se ha introducido en profundidad en todo aquello que hasta hace pocos años era coto cerrado de hombres... si es que hasta en los estadios de fútbol se ven ya más parejitas que grupos de amigos...
            En fin, que el problema no estriba tanto en el machismo y feminismo imperantes, sino en la educación recibida y en las intransigencias que nos gobiernan (y esta vez, sin que sirva de precedente, no hablo de nuestros políticos).
            Y uno de los problemas que veo es que las asociaciones feministas han nacido ya con una tara. Llaman «feminismo» a la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, cuando en realidad muchas de ellas lo que en el fondo quieren es su supremacía y la palabra de por sí es la que está bien usada para ello. La palabra «feminismo» no puede indicar igualdad, porque etimológicamente no significa eso, por mucho que así lo refleje la propia Academia de la Lengua, porque también nuestros académicos tienen derecho a estar equivocados, y en este caso es más que evidente que lo están. Yo lo llamaría «secuestro semántico», como ocurría con lo de «conflicto armado» cuando los etarras hablaban de terrorismo, o más actualmente, con lo de ISIS y no DAESH, cuando el autoproclamado Estado Islámico no puede ser un estado porque nadie lo ha reconocido. Pero siempre habrá tontos que les baile el juego a los secuestradores semánticos, dándoles su primera victoria.
             De tal forma, «feminismo» es el antónimo de «machismo», y como tal significa exactamente lo contrario. Por tanto las feministas deberían defender no el «feminismo», sino el «ecualitarismo», que sería más lógico, aunque en el fondo sean feministas (si he escrito «ecualitarismo» es porque es una palabra que no existe y porque «igualitarismo» ya está cogida en la RAE).
            Llamemos, por tanto, cada cosa con su nombre y comencemos a defender nuestras tesis desde la coherencia y el diálogo. Creo que las cosas nos irán un poquito mejor a todos.

             El Condotiero