viernes, 18 de agosto de 2017

¡Qué risa! Contra el terrorismo, comentarios políticamente correctos

             Pues sí, algunos creen que es la mejor manera de detener la lacra del siglo XXI. Pero esto no es lo peor, esto es el tratar a quien no pone mensajitos en Twitter o Facebook tipo «Basta ya», «Todos somos tal ciudad» y cosas por el estilo, como un paria que no se adapta a los nuevos tiempos.
            Me parece absurda y lamentable la miopía galopante de nuestra sociedad. Ya no sé si es que estamos aletargados por la comida de mierda que nos venden o por las magníficas ofertas televisivas de canales como Netflix o HBO, pero el caso es que cada vez nos cuesta más darnos cuenta de la triste realidad.
            Yo hago lo que puedo intentando abrir los ojos a los que me leen, pero no tengo capacidad de llegar a mucha gente, puesto que no salgo en Tele5 ni en ninguna chirigota. De todas formas, mi mensaje es tan claro como peligroso, porque no me creo que la gente no sepa que lo que suelo escribir se acerca bastante a la verdad, lo que ocurre es que no es políticamente correcta y, entonces, hay que huir de estas ideas.
            No es la primera vez que escribo sobre el tema del terrorismo, por lo que el que me lea de forma habitual ya conoce mi forma de pensar. Se basa en un axioma irrebatible: estamos en guerra. ¿Quién contra quién?, preguntará algún ingenuo. Pues se trata de una guerra de civilizaciones donde se enfrentan las civilizaciones. No es de un país contra otro, ni de una coalición contra otra, es de una forma de ver la vida, tanto cultural como religiosamente, contra otra forma de ver la vida.
            Es así por mucho que a la masa no le guste. Otros dirán que no todos los musulmanes son terroristas. Aquí me defiendo:
            Primero porque yo no he dicho tal cosa, ni tampoco he comentado que sea la civilización musulmana la principal culpable de lo que está ocurriendo, ya que en una guerra no hay buenos ni malos, sólo vencedores y vencidos una vez que la guerra haya terminado, que no es el caso de ésta. Claro que aquí entra nuestra educación malencaminada que, desde la Guerra del Peloponeso hasta ahora, nos ha intentado inculcar qué bando es el bueno y cuál el malo en cada una de ellas. Como si alguna de ellas fuera la Guerra del Anillo o cosa parecida. A ver si ya nos enteramos de una vez que en las guerras no hay bandos buenos ni bandos malos, que cada uno defiende lo suyo contra el contrario, y hace lo que tiene que hacer para vencer la guerra.
            Segundo, porque en todas las guerras los soldados son una mínima parte de la población. En este caso en concreto, los yihadistas islamistas son menos aún que un ejército regular, además de que, supuestamente, no reciben el apoyo general de la población a la que creen que defienden con su guerra.
            Por lo demás, es una guerra al uso, porque ya el terrorismo lo inventaron hace muchos siglos, desde las destrucciones de asentamientos en el Neolítico.
           ¿Cómo se puede combatir? Esto es lo más difícil, pero no desde luego con mensajes políticamente correctos contra ellos, como si se fueran a achantar porque un cantante de éxito publique en su Twitter algo así como «Basta ya». Esto es tan inútil como los mensajes de apoyo de los políticos de turno, ya sean máximos mandatarios de sus países o no, que parecen futbolistas entrevistados después de un partido.
            La solución es tan sencilla como difícil de llevar a cabo. No es la primera vez que lo comento, porque no hay otra. Evidentemente, los políticamente correctos dirán que estoy equivocado, pero yo nunca he afirmado que esté de acuerdo con las medidas a realizar, sólo apunto cuál es el camino correcto para acabar esta guerra con las menos bajas posibles de occidentales (y digo acabar, que no ganar; porque si hacemos lo que digo serán ellos los que la ganen):
            1º.- Que cada civilización viva libremente y como desee en los territorios propios. Que sean ellos los que se gobiernen como quieran, sin imponerles nuestra forma de gobierno, y dejando que sean ellos los que gestionen sus recursos, sin meterles a la fuerza nuestras megacorporaciones empresariales para explotarlos a nuestro gusto.
            2º.- Una vez realizado el punto primero, separar por completo a las civilizaciones en su ámbito de influencia. Es muy bonita la idea de la tolerancia y la convivencia entre razas, culturas y religiones, sí, tan bonita como utópica. El ser humano, por mucho que nos disguste, no está capacitado para tal empatía, por lo que hay que separar las distintas formas de ver la vida. Siempre habrá exaltados que quieran que sus vecinos vivan la vida tal como lo hacen ellos. La forma de evitar esto es suprimir la convivencia entre culturas. Quizá alguno, después de lo que está ocurriendo, se dé cuenta de que lo que hicieron los RR.CC. (expulsión de los judíos) y Felipe III (expulsión de los moriscos) tenía su razón de ser, que no se trató de una medida tomada a tontas y a locas. No fue para evitar lo que pasaba, sino para evitar lo que pudiera llegar a pasar.
            Una vez realizado el segundo punto, ya no habría más problemas, porque el terrorismo sería algo autóctono, ya que no habría posibilidad alguna de golpear al de la civilización contigua, al tenerlo lejos.
            Claro que no soy un iluso y sé positivamente que esto es irrealizable. Es imposible del todo expulsar de sus hogares a millones de inmigrantes para enviarlos a sus países de origen. Pero una cosa es que sea irrealizable y otra estar continuamente haciendo lo contrario a lo que aquí digo. ¿Por qué tenemos que dar refugio en Europa a seis millones de refugiados sirios? Si los hubiéramos dejado en paz, que se gobernasen como quisieran y explotaran su propio petróleo, que no es que sea mucho, pero no sólo pueden vivir de vender espadas de Damasco, no tendríamos ahora que abrirles nuestras puertas, con todo lo que ello conlleva.
            Así, las acciones tienen consecuencias, y lo más importante es darnos cuenta de que la mayoría de las situaciones que estamos viviendo de pateras, refugiados políticos y terrorismo han sido creadas por nuestros gobiernos y nuestras empresas, por lo que no nos queda más remedio que apechugar y tragárnoslo.
            Para los fácilmente asustadizos, que sepan que sus conciencias seguirán tranquilas, puesto que nunca llegaremos al segundo punto que arriba he escrito, ya que para ello habría que completar el primero, y éste, como pueden imaginar, nunca será apoyado por los gobiernos y por las propias corporaciones empresariales.
            Entonces, ¿qué? Entonces no nos queda otra que amoldarnos a lo que hay, concienciándonos de una vez por todas de que estamos en una guerra de civilizaciones en la que la nuestra es tan culpable o más como nuestra antagonista, en este caso la civilización musulmana. Aunque no lo sepamos, somos cómplices de lo que está ocurriendo, porque todos deseamos vidas cómodas y baratas, donde podamos conseguir el móvil de última generación o la gasolina que queramos a un precio asequible. No nos levantamos contra nuestros gobiernos que destruyen países como Irak o Siria, ni hacemos boicots a las corporaciones que se hacen con los recursos de dichos países, quizá no vendiendo sus productos más baratos, pero sí quedándose con el mayor monto de la ganancia.
            Una vez concienciados de que estamos en guerra, hay muchas formas de verificar quién la está ganando. Aunque tal vez no sea la más correcta, siempre se han contabilizado los muertos por batalla para dilucidar quién la ha ganado. Así, en la batalla del año 2017 de la Guerra de Civilizaciones, hay que decir que vamos ganando por goleada. Los bajas occidentales por terrorismo no llegarán a trescientas, menos si sólo contabilizamos a los muertos. ¿Cuántos cientos de miles de bajas llevan los países musulmanes en lo que va de año? Si, además de a ellos, contamos a los caídos en la civilización africana, el número se dispara hasta los seis ceros.
            No nos equivoquemos, esto es así y así es como cuentan los números los grandes estrategas de las corporaciones que dominan la civilización occidental. Quizá los políticos de medio pelo no lo hagan, pero ellos están tan absortos en sus escasas miras que se dan tan poca cuenta de lo que ocurre como el resto de la sociedad.
            Ya es hora de que abramos los ojos: Occidente compró el paquete completo en África y Oriente Medio, esto es injerencia en sus gobiernos y apropiación de sus recursos de todo tipo, más avalancha de refugiados y terrorismo. No podemos pretender quedarnos con lo bueno y desechar lo malo. No, porque viene en conjunto. Si no queremos refugiados y terrorismo, dejémosles gobernarse como quieran y gestionar sus propios recursos.

            El Condotiero

martes, 15 de agosto de 2017

La excusa de la democracia

             Desde hace varios años ya, observamos que España es un país desgobernado. Si hay algo que de verdad funciona es el excusismo, esto es el lanzar excusas a diestro y siniestro para todo. No sé si estaremos programados para ello, o será cosa de la dieta mediterránea o ya está en nuestro ADN desde tiempo inmemorial, pero está claro que desde pequeñitos, cuando nos portábamos mal, poníamos cualquier tipo de excusa para que la culpa no recayera en nosotros mismos.
            De tal forma, los que nos gobiernan, que son españoles, por desgracia, tienen bien aprendida la lección, después de tantos años de práctica, y acuden constantemente a las excusas para librarse de sus responsabilidades: que si Europa nos obliga a esto, que si Europa nos impide aquello... Lo mejor, que ya lo he comentado, es lo de no legislar en caliente, para cuando se esté en frío, como nadie se acuerda, tampoco se legisla... En fin, las excusas son muchas y variadas y sólo he puesto unos pocos ejemplos, para no estar contándolas una a una.
            El caso es que en este verano está pegando fuerte el tema de lo del Prat... sí, aquello por lo que los viajeros se tiran horas y horas en el aeropuerto de Barcelona, perdiendo vuelos, por culpa de una huelga de los servicios de seguridad, que en su día fueron privatizados. Claro, la cuestión principal es que los trabajadores de la empresa Eulen se sienten maltratados y exigen unas condiciones dignas. Después de haber leído lo que piden, me parece del todo procedente su huelga, ya que considero que están poco menos que esclavizados, aunque no creo que mucho más que otros empleados de otras empresas: es el signo de lo neoliberal, es decir, millones de personas cobrando pocos euros, mientras que unas pocas personas cobran millones de euros.
            Pero, como siempre ocurre en España, los que defienden un derecho lo hacen pasando por encima del derecho de los demás. No tenemos empatía, por tanto sólo nos importa lo nuestro, y esto lo sabemos aquí en Cádiz de sobra, con los montones de cortes del Puente Carranza por parte de los trabajadores de Astilleros. No es sólo por cuestión laboral, sino en todos los ámbitos de la vida: el que golfea a las tres de la mañana debajo de un balcón defiende su derecho a divertirse, pasando por encima del derecho al descanso del vecino.
            Y esto lo digo porque los trabajadores de Eulen tienen derecho a huelga, por supuesto, pero también tienen derecho a viajar los pasajeros que pierden los vuelos por culpa de dicha huelga. ¿Cómo conciliar ambos derechos? Ahí es donde entra la figura del gobernante, que debería ser árbitro de la situación y defender el derecho de ambos, sin cortapisas ni excusas para gobernar o legislar. Ése es el auténtico rol del Gobierno de cualquier país, de árbitro entre los pobres y ricos, entre los hombres y las mujeres, entre los empresarios y los trabajadores, entre el pueblo y la administración, entre las víctimas y los culpables...
            Yo no veo tan complicado el obligar a la empresa Eulen a remediar su problema con los trabajadores, primero con un convenio decente y después con unos servicios mínimos que no afecten al resto de la población que desea coger un vuelo. Si para ello la empresa debe gastar una buena cantidad de pasta en pagar a otros profesionales que (aunque sea la Guardia Civil) realicen el trabajo, además de abonar una multa por cada día de huelga de los trabajadores originales, a la vez que se le prohíbe despedirlos, ya veríamos si el problema se solucionaría antes de que nos diésemos cuenta.
            Pero al igual que con esto, hay muchas otras cuestiones a resolver que no se llevan a cabo por la excusa de turno. El pueblo es más razonable de lo que se piensa. Haber exaltados e idiotas haylos, como siempre y en todo lugar, pero son los menos, aunque sean los que más ruido hacen y, por tanto, a los que más se escucha. De tal forma, creo que es posible llegar a acuerdos que satisfagan a todos, aflojando de cada lado para que todas las partes estén contentas.
            ¿Qué pasa con la multitud de casos de corrupción? La corrupción en nuestro país es una lacra por la cual algunos listos se embolsan millones pertenecientes a todos. Si no te pillan, te forras; si te pillan, no pasa nada: un par de añitos en la cárcel y cuando salga tengo mi dinero a buen recaudo.
            Yo llevo defendiendo un tipo de justicia anticorrupción que evitaría que ésta existiera. Se trata de que el corrupto culpable cumpla la pena impuesta por el juez pero que, una vez terminada, deba abonar hasta el último céntimo robado para salir de la cárcel. Mientras no lo devuelva TODO, no sale. Así de sencillo.
            ¿Por qué no se hace? Excusas: que si no es constitucional, que si no es democrático, que si es inhumano... ¿No será, más bien, que los que legislan son los mismos y los amiguitos de los que nos roban los millones?
           ¿Por qué no nos levantamos ya contra las injusticias que vemos a diario? Hay un chaval que está encarcelado porque defraudó ochenta euros con una tarjeta de crédito robada hace varios años, mientras que el Urdangarín, con la misma pena, está disfrutando de vacaciones con su familia. ¿Es esto justo?
           ¿Por qué no hacemos nada? Pues por lo mismo que los políticos: excusas. No nos vamos a levantar contra nuestro gobierno, que es una democracia. No voy a protestar porque estoy viendo ahora Juego de Tronos y a mí no me ha pasado, sino a mi vecino.
            Eso sí, cuando te pase a ti querrás que el mundo entero, y si pueden ser los alienígenas también, te apoyemos ante la injusticia que sufras. Somos así, no podemos evitarlo, como los de Delphi que jamás apoyaron las reivindicaciones de sus compañeros de Astilleros pero cuando les cerraron a ellos el chiringuito querían que todos, incluidos los de Astilleros, nos levantásemos en masa para parar lo que ellos creían que era una injusticia.
           Y esto es lo que nos espera, puesto que no tenemos empatía alguna y sólo nos miramos nuestro culo. Más de lo mismo, porque no obligamos a nuestros legisladores a que se dejen ya de excusas y se dediquen a hacer aquello por lo que cobran bien cobrado.

            El Condotiero.

jueves, 3 de agosto de 2017

Las cadenas invisibles que nos esclavizan

             Hay un subgénero literario que está tomando gran peso específico últimamente, que es el de los zombies. A muchos les hará gracia que se escriba tanto sobre algo que no existe, pero si nos damos una vuelta por la calle vemos que esto no es así: los zombies están por todas partes, rodeándonos.
             Por supuesto no hablo de zombies reales, sino figurados, y son todos aquellos que viven ajenos a su mundo, o quizá no. Puede que estén tan inmersos en el mundo que habitan que no saben que hay otras formas de vivir diferentes a la impuesta. Lo que hacen, para no salirse de la norma, es cerrar sus ojos y arremeter contra todo el que quiera vivir de forma distinta.
             De lo que hablo es del consumismo y de sus consecuencias. Nuestro planeta es muy rico y daría cabida a gran cantidad de miles de millones de habitantes, pero para ello tendríamos que ser unas personas responsables y cuidadoras de nuestro medio ambiente. La responsabilidad y la buena educación son los pilares fundamentales para que nuestra sociedad pudiera llegar a ser sostenible.
             Con la llegada de la televisión comenzaron a producirse gran cantidad de anuncios publicitarios empujándonos a consumir más y peor. No es que antes no hubiera publicidad, pero la radio y la prensa escrita carecen de la fuerza del medio audiovisual. Los gobiernos neoliberales han visto que el consumismo desaforado es su gran aliado, porque el que hace cola delante de una tienda de Apple durante ocho horas para comprar la última novedad innecesaria no se pregunta quiénes somos y adónde vamos, se pregunta cuándo abrirán de una vez.
            Así, desde pequeños están educándonos para consumir, pero no para ser buenos consumidores, con criterio y raciocinio, sino para ser compradores impulsivos y compulsivos. ¿Por qué? Es fácil, porque si el dinero que ganas con tu esfuerzo lo gastas todo tal y como te llegue, irá a parar de nuevo a las manos de los que gobiernan el mundo, que no son los políticos, sino las grandes corporaciones empresariales, capaces de derrocar gobiernos, sumir a ciertos sectores en puntuales crisis recicladoras y hacer saltar guerras intestinas purificadoras. Volviendo a mis viejas ideas de «a quién beneficia» y a la de «la navaja de Ockham», vemos que esto es así, puesto que de una forma u otra las grandes corporaciones empresariales son las que siempre salen ganando de cualquier «fregao» que se monte en cualquier parte del mundo.
             La alianza entre las grandes corporaciones empresariales y los gobiernos mundiales no sólo radica en que son las primeras las que quitan y las que ponen a los segundos, sino también en la cuestión impositiva. Nos echamos las manos a la cabeza cuando descubrimos que en siglos anteriores existía algo así como el «diezmo», que era pagar un 10% de los frutos al señor o a la Iglesia. Pero, ¿quién paga hoy en día el 10% de impuestos? Nadie.
             El contribuyente paga entre un 20% y un 50% de sus ganancias al Estado, así, sin vaselina ni nada. Con lo que le resta, paga un 21% de IVA por cada producto consumido. Si tiene cualquier propiedad, debe pagar IBI. Si tiene vehículo, debe pagar el impuesto de circulación. Cualquier servicio fundamental (energía, agua), posee su impuesto específico. Lo poco que le quede a su muerte, no lo podrán disfrutar plenamente sus herederos, porque existe el impuesto de sucesiones, al menos en Andalucía.
             La presión fiscal de las sociedades actuales es demoledora, pero nos callamos y pagamos, porque estamos en un régimen de libertad (¿?). Y el dinero que nos queda lo gastamos de forma estúpida en caprichos excesivos e innecesarios, que la publicidad ha logrado con engaños hacernos creer que no podríamos vivir sin ellos. Son productos que revierten el dinero a las grandes corporaciones empresariales, aunque no todo, porque parte va a sus aliados, los gobiernos, en forma de impuestos.
             El usar y tirar se ha vuelto una forma natural de consumo. Si alguien hiciese cuentas de lo que valen los envases de los productos consumidos que diariamente tiramos a la basura, quizá despertáramos de esta mala pesadilla que vivimos. Además, estos envases no salen gratis, no ya monetariamente hablando, sino en lo que respecta al daño que estamos infligiendo en el planeta en el que debemos seguir viviendo, convirtiéndolo en un enorme vertedero.
             Estamos destruyendo las últimas reservas verdes del planeta para poder tener muebles baratos y, así, poder cambiar la decoración del salón cada tres años. ¿De verdad que es necesario? Todos hemos vivido en las casas de nuestros padres, donde la entrada de una mesa nueva era todo un acontecimiento. Y no pasaba nada, porque la mesa vieja estaba bien fabricada y cumplía a la perfección con su cometido.
             Estamos ciegos, pero además locos. Yo he conocido parejas trabajadoras que entre ambos cobraban más de 3 000 euros mensuales y que les costaba llegar a final de mes. ¿Cómo es posible?
             Y es que la codicia que nos achacaban los indios norteamericanos sigue corroyéndonos. ¿Para qué quiere Bill Gates 86 000 millones de dólares? ¿Y Warren Buffet 75 600? ¿Y Jeff Bezos 72 800? Y sólo he mencionado a los tres más ricos del mundo según la última lista de la revista Forbes. Me parece absurdo y fusilable que haya personas con esas disparatadas cantidades de dinero mientras otra gente no tiene ni para beber agua, la necesidad más acuciante del ser humano (en realidad no lo es, ya que es respirar, pero por ahora es gratis, gracias a que las grandes corporaciones empresariales no se han dado cuenta todavía y no nos cobran por ello. Los gobiernos tampoco, y no se rían, porque el gobierno español nos cobra por el sol que consumimos).
             Y si me parece fusilable no es por otra cosa que por la forma en que esta gentuza ha acumulado tal cantidad de dinero. ¿Se creen que Amancio Ortega ha acumulado más de 50 000 millones de dólares siendo bueno y justo con sus trabajadores? No, lo ha podido hacer porque la mayoría de sus productos estarán fabricados por esclavos modernos del sudeste asiático. No sólo son baratísimos los productos elaborados en tales países, sino que además se quedan ellos con las consecuencias medioambientales de su barata fabricación.
             Pero lo que ocurre con Amancio Ortega pasa con todos los miles de muchimillonarios que hay. Para que ellos hayan llegado a tal estatus, hay muchísima más gente pasando penurias, porque la riqueza es como la energía, sí, aquello que aprendimos en el colegio. Así, la riqueza ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, por lo que quiere decir que el que acumule mucha se la está quitando a otros que quizá la necesiten más.
             El ser humano, mientras puede, se dedica a consumir y a acumular, olvidándose de vivir. Es como los tontos que van a un concierto en directo y se lo pasan grabándolo con el móvil, viéndolo todo el rato a través de una pantallita de seis o siete pulgadas, más atentos a cómo quedará y qué guay cuando lo suba al Facebook que en disfrutar del momento.
             Las nuevas generaciones son mucho peores que las anteriores al respecto, pero sólo nosotros tenemos la culpa, puesto que es a lo que les hemos acostumbrado y ya no hay vuelta atrás. Me sorprende cuando, en algún documental, veo a un joven africano viviendo en un poblado infecto con ínfimos recursos de toda índole y, aun así, es feliz con la vida que tiene. Si metiéramos a uno de nuestros ninis allí, sin Coca-Cola, sin cobertura para su móvil de última generación y debiendo andar diez kilómetros para ir a por agua, iba a durar dos días, o a lo mejor no, porque al no tener acceso a Internet cortaría la comunicación con su mentor de la Ballena Azul.
             Se está yendo todo a la mierda, pero mientras nos dirigimos a nuestra destrucción seguimos haciendo cola a la entrada de las tiendas porque están de rebajas fingidas.

             El Condotiero