domingo, 22 de octubre de 2017

¿Por qué nuestro sistema democrático está muerto?

             Es lamentable, pero no queda otra que alzar la voz para que todos podamos ser conscientes de que se trata de una verdad que duele: nuestro sistema democrático está muerto.
            Sí, amigos, lo está, pero lo que no estoy tan seguro es de que en realidad se trate de un verdadero sistema democrático. Lo he repetido hasta la saciedad y lo volveré a decir todas las veces que haga falta, ya que no creo que sea malo que la gente sepa con certeza dónde vive y cuáles son las normas absolutas que les afecta. Así, anunciaré de nuevo que no puedo considerar como una democracia real un sistema que sólo te da la oportunidad de echar un papelito cada cierto tiempo en una papelera, puesto que un papel no sirve de casi nada. Y no sirve de casi nada primero porque los votos no son iguales según el lugar donde sea emitido; segundo porque tú participas en unas elecciones con las expectativas puestas en que tu voto va a servir para aupar a un representante político el cual te va a representar, cosa que no es cierta porque quizá sea probable que ese voto, por mor de los pactos, sirva para aupar en el gobierno a otro político el cual tú no querías y al cual tú no habías votado; y tercero porque nada ni nadie te asegura que el programa emitido por el representante al cual tú votas sea el que finalmente se ponga en actuación.
            Ya he comentado en varias entradas que el sistema electoral que tenemos es, a todas luces, injusto, funcionando únicamente para beneficiar a los partidos más votados, por lo que es más que evidente que éstos jamás enmendarán un sistema electoral el cual les ha aupado al lugar que ocupan. Y los partidos perjudicados por el sistema electoral carecerán de poder para cambiarlo.
            También es comprensible estar en desacuerdo con un sistema político que permite a un partido engañar a sus ciudadanos y no cumplir ni siquiera el 10% del programa electoral por el cual se ganó la confianza del pueblo, que, según la Constitución, es el que posee la soberanía. Pues resulta que la soberanía la cede gratuitamente a unos políticos que lo engañan y ante los cuales no puede hacer nada hasta las siguiente elecciones, en las que será engañado de nuevo.
            Sobre los pactos de los partidos para «repartirse» los asientos mejor no decir nada, porque la gran mayoría de los votantes está en su contra y si es verdad que en ocasiones el gobierno sería del todo imposible sin ellos, también es cierto que los pactos no se realizan con el fin exclusivo del bien del representado o de un bien mayor, o sea, de todos los ciudadanos, sino que se realizan con el oscuro deseo de aunar poder.
            Creo que de todo lo anterior ya he hablado suficiente, pero hoy quiero comentar algo que no ocurrió, o no al menos de la misma forma, en las democracias de verdad, es decir, en las de las polis griegas democráticas o en la Roma del siglo I a.C.: la disciplina de partido.
            Es algo que socava la democracia de un país, puesto que estamos hartos de escuchar que si uno quiere cambiar algo puede meterse a político y cambiarlo desde dentro. Yo discrepo de esto último puesto que el propio sistema creado lo imposibilita, ya que la disciplina de partido te obliga a acatar todo lo que el partido en el cual militas dice o hace, por mucho que no estés de acuerdo. Si discrepas, patadita en el culo y a tomar viento. De tal forma, la única forma de que pudieras hacer algo es comenzar desde arriba y no escalón a escalón.
            Si empiezas desde abajo del todo, que es lo más lógico, irás aprendiendo a mantener tu boca cerrada y a asimilar las ideas de los líderes de tu partido como tuyas. Cuando, si lo consigues, llegues a la cima, después de 20 años de vil servilismo, tendrás tan tatuada la lección, que más que lección sería aleccionamiento, que ya ni te acordarás cuáles fueron los encomiables motivos por los que te hiciste político. Serás uno más de los muchos que hay y, probablemente, un mediocre, puesto que si fueras una persona válida no habrías llegado al vértice de la pirámide, debido a que tus valores como persona te habrían hecho apearte del viaje al éxito político mucho antes de que tuviera lugar.
            Algunos pensarán que exagero un tanto, pero nada más que hay que sentarse un rato en la terraza de un bar en cualquiera de las ciudades españolas para advertir que nadie toma el café de la misma forma que el de al lado, por lo que ante tantas maneras de pensar y opiniones diferentes que enarbolamos, lo cual nos hace intelectualmente más ricos, es difícil de creer que todos los integrantes de un mismo partido piensen igual. Hay una ejecutiva del partido que dicta cómo deben pensar los miembros del mismo, y si existe alguna discrepancia en la ejecutiva, será el presidente del partido el que guiará el camino. Algunos pensarán que debe existir un líder evidente en un partido, y yo a ésos les digo que no es lo mismo liderazgo que tiranía, que es lo que suele ocurrir en los partidos políticos españoles. De hecho, cuando hay algún tipo de democracia interna en los partidos, vemos cómo el vencedor realiza una purga incruenta con sus otrora adversarios.
            De esta forma observamos que el sistema democrático impuesto no puede cambiarse desde fuera, pero tampoco existe la posibilidad de cambiarse desde dentro y éste es el verdadero problema, ya que un sistema que no puede ser renovado, reformado o remodelado, pronto quedará obsoleto (en nuestro caso, no ha llegado ni a cuarenta años para ello) y los que vivan bajo su yugo lo harán o cabizbajos o desesperados, con la única opción viable de amoldarse a una vida de fútbol y Sálvame, para que las pocas neuronas que queden no te obliguen a salir a la calle y a acabar con todo y con todos... Total, si como se suele decir en los tanatorios, no somos nadie...

            El Condotiero

sábado, 16 de septiembre de 2017

El 1-O o el 1-0

             Pues sí, yo creo que es más bien un resultado, el uno a cero que los políticos independentistas catalanes les están metiendo al Gobierno de España, y no porque tengan razón en sus reivindicaciones, sino más bien porque las están haciendo de tal forma que, ocurra lo que ocurra el 1 de octubre, ellos saldrán ganando: o logran hacer el referéndum ilegal o el Gobierno de España actúa por una vez impidiéndolo, de tal forma que consiguen fabricar mártires para la causa y, así, la factoría de independentistas sigue aumentando su producción desaforada desde el año 2010.
            De aquí a dos semanas el tema de la independencia de Cataluña va a estar en portada diaria (puede que más) y llegará a hastiarnos, pero creo que es necesario que comprendamos cuál es el problema más acuciante que en la actualidad sufre España, que es su futuro posible desmembramiento, al menos de una Comunidad Autónoma, y las opiniones sobre su pertinencia.
            Yo ya he vertido la mía en más de una ocasión en este blog, y no es otra que la manipulación de la cuestión por los políticos catalanes, muchos de ellos que hasta hace bien poco no eran partidarios de la independencia pero que han visto su ventaja para ellos en particular y no desean dejar pasar la oportunidad. ¿Existe un arraigado sentimiento de independencia en el pueblo catalán? Ésa es la pregunta más importante y es muy difícil de dirimir, puesto que para conocer la respuesta habría que saber qué número de catalanes la desean y no hay otra forma que no sea haciendo un referéndum de independencia. Esto es de cajón, porque el número de los ciudadanos que deseen la independencia de un territorio es vital para la cuestión que nos ocupa. No es lo mismo que sea sólo uno el que la quiere a que sea su totalidad. Como cualquiera de esos dos resultados es imposible del todo, hay que poder varemarlo y ser consciente, también, de qué número sería el necesario para poder proclamar la independencia de un territorio: ¿Bastaría con el 50,01%? ¿Qué pasaría, entonces, con el 49,99% que no la querrían? ¿Se independizaría el territorio y saltaría después una guerra civil en él, como ocurrió en Bosnia?
            Es, por tanto, del todo necesario y concluyente la realización de un referéndum en el territorio en el cual exista un sentimiento de independencia. Ahora bien, siempre dentro de la legalidad, porque si no se hace con ella de la mano corremos el riesgo de realizar un referéndum sin garantías democráticas en el cual los partidarios de una de las dos opciones hagan sus «truquitos» para favorecer la suya, por lo que dejaría de ser un referéndum democrático para ser sólo una pantomima.
            Y sí, éste es el caso de lo que está ocurriendo en Cataluña, que se está convirtiendo en una absoluta pantomima que algunos quieren sacralizar por tan sólo colocarle el apellido de «democrático». Recuerdo al personal que durante cuarenta años existió un país en Europa que se llamaba República Democrática de Alemania, que era todo menos democrática, es decir, que poner el apellido no significa que lo sea.
            Para los que crean que los catalanes tienen derecho a hacer el referéndum tal y como lo están haciendo (que son muchos, tanto catalanes como no catalanes), simplemente porque es un ejercicio democrático, les niego la mayor, puesto que no lo están haciendo conforme a las leyes vigentes. Si no lo hacen conforme a las leyes de un país democrático, como es España, no puede ser un referéndum democrático, por mucho que le quieran colocar el apellido.
            Para los que sigan sin ver la veracidad de mis palabras, muchos porque siguen cegados con los mensajes de ciertos políticos, les pondré un ejemplo: «Cada uno de los españoles en posesión de un NIF debe pagarme la cantidad de 500 € en la próxima semana. ¿Cómo es es eso?, dirán algunos. Pues les explico que ayer decidí arrogarme la competencia de realizar referendos tal y como me dé la gana (exactamente igual que ha hecho el Parlamento de Cataluña), saltándome la ley vigente en este momento (exactamente igual que ha hecho el Parlamento de Cataluña). Después de apropiarme de tal competencia, planteé un referéndum democrático para por la tarde (exactamente igual que ha hecho el Parlamento de Cataluña), y decidí cuál era la pregunta a realizar (exactamente igual que ha hecho el Parlamento de Cataluña), que no es otra que la de “¿Cada uno de los españoles con NIF deberá abonarme la cantidad de 500 € en, como máximo, una semana?”. También decidí quién podría votar en el referéndum (exactamente igual que ha hecho el Parlamento de Cataluña), y decidí que sólo votaría yo. Coloqué la urna en mi casa y fui a votar. El resultado fue que hubo un 100% de votantes que participaron y hubo el mismo porcentaje, qué curioso, de votos que dijeron que “SÍ”. Ahora, como el resultado debe ser vinculante, porque así lo decidí (exactamente igual que ha hecho el Parlamento de Cataluña), cada uno de ustedes me debe 500 €».
            Pues bien, los que sigan opinando que los catalanes pueden hacer su referéndum tendrán, por fuerza, que darme la razón, porque no he hecho nada diferente a los políticos catalanes independentistas. Me podrán decir que no quieren pagármelos (que es lo mismo que el Gobierno de España va a hacer con respecto al referéndum de independencia catalán) o que yo no tengo derecho de hacer ese referéndum (ya, los catalanes tampoco). Podrán decir, quizá, que yo no soy un parlamento elegido por el pueblo, como sí lo es el Parlamento de Cataluña, y yo les contesto que en mi casa mando más (con permiso de mi mujer) que el Parlamento de Cataluña en España, y, si ellos se apropian del derecho a realizar referendos, yo también puedo hacerlo. Por último, podrán decir que cada uno de ellos hará otro referéndum de tal guisa por el cual me nieguen mis 500 €, y yo les contestaré que entonces lo que está ocurriendo en nuestro país es un sinsentido político que a nadie beneficia, excepto a los corruptos, porque se mira hacia otro lado.
            En fin, que este ejercicio sólo sirve para que nos demos cuenta del absurdo en el que hemos entrado y que hace falta seriedad para poder resolver el problema. La ley, como ya he comentado en otras ocasiones, es algo realizado por el hombre, por lo que es imperfecta. Ésa es una de sus cualidades, la otra, más importante aún, es que puede ser modificada según las necesidades del momento, siempre que cuente con una mayoría suficiente. Así, si vemos que la Constitución Española, coja desde su nacimiento, debe ser ampliada, modificada, suprimida... lo que queramos, puesto que somos soberanos (no sólo los catalanes, sino el conjunto de los españoles), pues hagámoslo y no creamos que dicho documento sea algo así como los Tres Monos Sabios, a los que yo sumaría un cuarto, el No Tocar.
            Por lo tanto, la solución es tan sencilla como imposible de acometer: votemos a políticos decentes (inviable, no los hay), que se reúnan para conseguir un consenso por el bien de todos los españoles (ja, ja, ja) y creen un borrador de una nueva Constitución que podamos sufragar todos los españoles con nuestro voto y que en ella se dé permiso a los territorios para poder desgajarse libremente del país, pero con garantías suficientes para todos y donde se deje claro, sin engaños (uy, vaya palabra), que el territorio que se independice dejará de gozar de las ventajas de pertenecer a un país como España, miembro de la Unión Europea. Donde se deje claro que el territorio independizado ya no volverá a ser parte de España cuando se hundan económicamente por el bloqueo comercial (no es una amenaza, pero las fronteras creadas harán que los aranceles encarezcan sus productos), la falta de inversiones y el paro galopante fruto de lo anterior.
            Así, sí.

            El Condotiero

lunes, 4 de septiembre de 2017

No, no somos una nación

             Es algo que cada vez tengo más claro, porque para serlo hay que sentirlo, por lo que tan sólo somos un Estado. Nada más que hay que poner las noticias, ya sea de la tarde o de la noche, para darse cuenta de esta verdad. Es una lástima, pero es lo que hay y, además, ya lo sabíamos.
            Se dice que De Gaulle comentó en una ocasión lo difícil que era gobernar un país, Francia, con trescientas clases de queso. En eso España no tiene nada que envidiar a Francia y sólo hay que acudir a la terraza de un bar para percatarse de que en una mesa cada uno de los clientes pedirá el café de forma diferente, mareando de paso al camarero, cosa que nos encanta hacer.
            Si he dado pie a este tema no es por otra cosa que por la vergüenza observada en Barcelona a raíz del atentado terrorista del pasado agosto. Han sido muchas la noticias que han salido a la luz después del ataque, algunas buenas y otras no tanto.
            La que más me ha llamado la atención ha sido la aparición de fotografías mostrando la manifestación antiterrorista que hubo en la ciudad condal. Como sabemos, Barcelona no ha sido la primera ciudad europea golpeada por el terrorismo yihadista y, por desgracia, no será la última. Como en todas las demás (París, Londres, Niza, etc.), la población, acompañada de autoridades, ha realizado una marcha con la intención de mostrar su repulsa por la matanza sin sentido, pero en el resto de ciudades se han realizado con gran uniformidad y luto, mientras que en Barcelona se organizó una especie de yincana a base de banderitas con estrellas, como si en esos momentos de dolor lo más importante fuera exhibir cuáles eran las ideas políticas de cada uno, en lugar de presentar un frente unido para combatir aquello por lo que se estaban manifestando.
            Pero no ha sido lo único sonrojante de las semanas posteriores al atentado. Quiero dejar una cosa clara aquí: los únicos culpables del atentado han sido los locos que se han inmolado. El resto puede haber tenido más o menos responsabilidad, de una forma o de otra, pero un atentado con suicidas es casi imposible de evitar, porque lo difícil de planear un atentado es salir de él con vida. Cuando ésta te importa un pimiento, puedes matar a quien sea.
            Así que es del todo lógico que se busque mejorar la seguridad para impedir futuros atentados (sin coartar más libertades, por favor), pero de ahí a meterse en una guerra entre Generalitat y Gobierno de España, o entre CNP y Mossos, me parece algo completamente fuera de lugar. Pero si ocurre ya sabemos por qué es: a ningún político (y no nos confundamos, los altos cargos policiales del Estado y autonómicos son también políticos) le importa una mier... los muertos y heridos resultantes del atentado de Las Ramblas; lo único que quieren es conseguir munición contra los demás, en su estúpida guerra de intereses creados.
            Pero esto ha sido lo último, no lo único. Cuando veo que los británicos (y muchos españoles) llevan la Union Jack con orgullo, que a los norteamericanos les falta un ay para colocar su bandera en cualquier sitio, o que a los franceses se les caen dos lagrimones cuando cantan ese himno guerrero y sangriento conocido como La Marsellesa, me da una enorme lástima compararlo con lo que ocurre aquí en España: llevar la bandera roja y gualda es una provocación, porque los independentistas y los ignorantes (algunas veces reunidos en un solo ser) creen que esa enseña diseñada en tiempos de Carlos III es algo franquista; o cuando muchos silban el himno nacional español, cosa que debiera ser delito. Se ríen porque carece de letra, como si eso fuera algo importante y no que sea uno de los himnos más antiguos del mundo, regalo de Federico II de Prusia a España, tratándose de una marcha militar.
            No, es una pena, pero en España no hay un sentimiento nacional fuera de eventos deportivos, y no para todos, porque aún recuerdo al tontolaba de José Carreras decir que le daba igual quién ganase un mundial, si Francia o España, porque Cataluña no participaba. En fin, podría dedicarse sólo a cantar opera y dejar de soltar patochadas.
            ¿La razón? La desconozco. Quizá nuestra propia idiosincrasia, moldeada por la multitud de pueblos que han pasado por la Península Ibérica, o tal vez esa Reconquista, que no fue tal y como nos la contaron en el colegio (que no, que Santiago Cierra España no acudía a las batallas a ayudar a los cristianos contra los infieles), que creó reinos diferentes que, aunque terminaron uniéndose (excepto Portugal), sí que habían mantenido a los antiguos habitantes romanos y visigodos el suficiente tiempo separados para poseer objetivos distintos los unos de los otros. Tal es así que en Francia, que era y es más grande, surgieron menos idiomas (francés, occitano y bretón) que en la Península Ibérica (gallego, portugués, astur-leonés, vasco, castellano, aragonés y catalán), signo evidente de que aquí cada uno iba (y va) a su p... bola.
            ¿Todo lo que he dicho legitima los independentismos que se están recrudeciendo en España? No, porque en un mundo cada vez más pequeño donde las asociaciones supranacionales toman cada vez más fuerza, me parece que es ir a contracorriente la atomización que algunos exigen. Si en realidad hubiera un sentimiento nacionalista intrínseco, lo llegaría a comprender, pero lo que me molesta es la manipulación constante que hacen los políticos nacionalistas para conseguir mejores resultados futuros: imposición de su lengua (en lugar de dar libertad absoluta de lenguas); educación histórica en los institutos basadas en flagrantes mentiras (en lugar de enseñar los hechos históricos tal y como ocurrieron y que después cada adulto busque su verdad); o mentiras constantes sobre la gobernabilidad de sus territorios en un hipotético país independiente, donde más o menos el maná caería del cielo como en la Biblia...
            Por este motivo, si yo pregunto, por ejemplo, a un catalán acerca de si quiere la independencia de su región y me dice que sí y, además, me lo razona en el sentido de que él no se siente español sino catalán y lo único que le importa es eso, pues lo respeto, porque por lo menos es coherente con sus ideas. Lo que no respeto y me molesta bastante son los que quieren la independencia de su región basándose en una historia falseada, en una hipotética doble nacionalidad que no va a ocurrir o en alguna otra mentira pergeñada y difundida por los políticos catalanes sedientos de poder.
            Y repito que al catalán que se sienta catalán lo respeto porque en un mundo socializado siempre es bueno pertenecer a un colectivo y, puesto que el nacionalismo español lastimosamente no existe, como ya digo, pues más vale sentirse catalán, o gallego, o vasco, o andaluz... Ya veríamos que ocurriría más adelante cuando un catalán no se sienta catalán, sino aranés... a ver dónde quedarían aquellas ideas de autodeterminación que exudan todos los poros de los hoy independentistas.
             En fin, que quizá tenga que venir el califato ese del DAESH para conquistarnos y unirnos a todos...

             El Condotiero

viernes, 18 de agosto de 2017

¡Qué risa! Contra el terrorismo, comentarios políticamente correctos

             Pues sí, algunos creen que es la mejor manera de detener la lacra del siglo XXI. Pero esto no es lo peor, esto es el tratar a quien no pone mensajitos en Twitter o Facebook tipo «Basta ya», «Todos somos tal ciudad» y cosas por el estilo, como un paria que no se adapta a los nuevos tiempos.
            Me parece absurda y lamentable la miopía galopante de nuestra sociedad. Ya no sé si es que estamos aletargados por la comida de mierda que nos venden o por las magníficas ofertas televisivas de canales como Netflix o HBO, pero el caso es que cada vez nos cuesta más darnos cuenta de la triste realidad.
            Yo hago lo que puedo intentando abrir los ojos a los que me leen, pero no tengo capacidad de llegar a mucha gente, puesto que no salgo en Tele5 ni en ninguna chirigota. De todas formas, mi mensaje es tan claro como peligroso, porque no me creo que la gente no sepa que lo que suelo escribir se acerca bastante a la verdad, lo que ocurre es que no es políticamente correcta y, entonces, hay que huir de estas ideas.
            No es la primera vez que escribo sobre el tema del terrorismo, por lo que el que me lea de forma habitual ya conoce mi forma de pensar. Se basa en un axioma irrebatible: estamos en guerra. ¿Quién contra quién?, preguntará algún ingenuo. Pues se trata de una guerra de civilizaciones donde se enfrentan las civilizaciones. No es de un país contra otro, ni de una coalición contra otra, es de una forma de ver la vida, tanto cultural como religiosamente, contra otra forma de ver la vida.
            Es así por mucho que a la masa no le guste. Otros dirán que no todos los musulmanes son terroristas. Aquí me defiendo:
            Primero porque yo no he dicho tal cosa, ni tampoco he comentado que sea la civilización musulmana la principal culpable de lo que está ocurriendo, ya que en una guerra no hay buenos ni malos, sólo vencedores y vencidos una vez que la guerra haya terminado, que no es el caso de ésta. Claro que aquí entra nuestra educación malencaminada que, desde la Guerra del Peloponeso hasta ahora, nos ha intentado inculcar qué bando es el bueno y cuál el malo en cada una de ellas. Como si alguna de ellas fuera la Guerra del Anillo o cosa parecida. A ver si ya nos enteramos de una vez que en las guerras no hay bandos buenos ni bandos malos, que cada uno defiende lo suyo contra el contrario, y hace lo que tiene que hacer para vencer la guerra.
            Segundo, porque en todas las guerras los soldados son una mínima parte de la población. En este caso en concreto, los yihadistas islamistas son menos aún que un ejército regular, además de que, supuestamente, no reciben el apoyo general de la población a la que creen que defienden con su guerra.
            Por lo demás, es una guerra al uso, porque ya el terrorismo lo inventaron hace muchos siglos, desde las destrucciones de asentamientos en el Neolítico.
           ¿Cómo se puede combatir? Esto es lo más difícil, pero no desde luego con mensajes políticamente correctos contra ellos, como si se fueran a achantar porque un cantante de éxito publique en su Twitter algo así como «Basta ya». Esto es tan inútil como los mensajes de apoyo de los políticos de turno, ya sean máximos mandatarios de sus países o no, que parecen futbolistas entrevistados después de un partido.
            La solución es tan sencilla como difícil de llevar a cabo. No es la primera vez que lo comento, porque no hay otra. Evidentemente, los políticamente correctos dirán que estoy equivocado, pero yo nunca he afirmado que esté de acuerdo con las medidas a realizar, sólo apunto cuál es el camino correcto para acabar esta guerra con las menos bajas posibles de occidentales (y digo acabar, que no ganar; porque si hacemos lo que digo serán ellos los que la ganen):
            1º.- Que cada civilización viva libremente y como desee en los territorios propios. Que sean ellos los que se gobiernen como quieran, sin imponerles nuestra forma de gobierno, y dejando que sean ellos los que gestionen sus recursos, sin meterles a la fuerza nuestras megacorporaciones empresariales para explotarlos a nuestro gusto.
            2º.- Una vez realizado el punto primero, separar por completo a las civilizaciones en su ámbito de influencia. Es muy bonita la idea de la tolerancia y la convivencia entre razas, culturas y religiones, sí, tan bonita como utópica. El ser humano, por mucho que nos disguste, no está capacitado para tal empatía, por lo que hay que separar las distintas formas de ver la vida. Siempre habrá exaltados que quieran que sus vecinos vivan la vida tal como lo hacen ellos. La forma de evitar esto es suprimir la convivencia entre culturas. Quizá alguno, después de lo que está ocurriendo, se dé cuenta de que lo que hicieron los RR.CC. (expulsión de los judíos) y Felipe III (expulsión de los moriscos) tenía su razón de ser, que no se trató de una medida tomada a tontas y a locas. No fue para evitar lo que pasaba, sino para evitar lo que pudiera llegar a pasar.
            Una vez realizado el segundo punto, ya no habría más problemas, porque el terrorismo sería algo autóctono, ya que no habría posibilidad alguna de golpear al de la civilización contigua, al tenerlo lejos.
            Claro que no soy un iluso y sé positivamente que esto es irrealizable. Es imposible del todo expulsar de sus hogares a millones de inmigrantes para enviarlos a sus países de origen. Pero una cosa es que sea irrealizable y otra estar continuamente haciendo lo contrario a lo que aquí digo. ¿Por qué tenemos que dar refugio en Europa a seis millones de refugiados sirios? Si los hubiéramos dejado en paz, que se gobernasen como quisieran y explotaran su propio petróleo, que no es que sea mucho, pero no sólo pueden vivir de vender espadas de Damasco, no tendríamos ahora que abrirles nuestras puertas, con todo lo que ello conlleva.
            Así, las acciones tienen consecuencias, y lo más importante es darnos cuenta de que la mayoría de las situaciones que estamos viviendo de pateras, refugiados políticos y terrorismo han sido creadas por nuestros gobiernos y nuestras empresas, por lo que no nos queda más remedio que apechugar y tragárnoslo.
            Para los fácilmente asustadizos, que sepan que sus conciencias seguirán tranquilas, puesto que nunca llegaremos al segundo punto que arriba he escrito, ya que para ello habría que completar el primero, y éste, como pueden imaginar, nunca será apoyado por los gobiernos y por las propias corporaciones empresariales.
            Entonces, ¿qué? Entonces no nos queda otra que amoldarnos a lo que hay, concienciándonos de una vez por todas de que estamos en una guerra de civilizaciones en la que la nuestra es tan culpable o más como nuestra antagonista, en este caso la civilización musulmana. Aunque no lo sepamos, somos cómplices de lo que está ocurriendo, porque todos deseamos vidas cómodas y baratas, donde podamos conseguir el móvil de última generación o la gasolina que queramos a un precio asequible. No nos levantamos contra nuestros gobiernos que destruyen países como Irak o Siria, ni hacemos boicots a las corporaciones que se hacen con los recursos de dichos países, quizá no vendiendo sus productos más baratos, pero sí quedándose con el mayor monto de la ganancia.
            Una vez concienciados de que estamos en guerra, hay muchas formas de verificar quién la está ganando. Aunque tal vez no sea la más correcta, siempre se han contabilizado los muertos por batalla para dilucidar quién la ha ganado. Así, en la batalla del año 2017 de la Guerra de Civilizaciones, hay que decir que vamos ganando por goleada. Los bajas occidentales por terrorismo no llegarán a trescientas, menos si sólo contabilizamos a los muertos. ¿Cuántos cientos de miles de bajas llevan los países musulmanes en lo que va de año? Si, además de a ellos, contamos a los caídos en la civilización africana, el número se dispara hasta los seis ceros.
            No nos equivoquemos, esto es así y así es como cuentan los números los grandes estrategas de las corporaciones que dominan la civilización occidental. Quizá los políticos de medio pelo no lo hagan, pero ellos están tan absortos en sus escasas miras que se dan tan poca cuenta de lo que ocurre como el resto de la sociedad.
            Ya es hora de que abramos los ojos: Occidente compró el paquete completo en África y Oriente Medio, esto es injerencia en sus gobiernos y apropiación de sus recursos de todo tipo, más avalancha de refugiados y terrorismo. No podemos pretender quedarnos con lo bueno y desechar lo malo. No, porque viene en conjunto. Si no queremos refugiados y terrorismo, dejémosles gobernarse como quieran y gestionar sus propios recursos.

            El Condotiero

martes, 15 de agosto de 2017

La excusa de la democracia

             Desde hace varios años ya, observamos que España es un país desgobernado. Si hay algo que de verdad funciona es el excusismo, esto es el lanzar excusas a diestro y siniestro para todo. No sé si estaremos programados para ello, o será cosa de la dieta mediterránea o ya está en nuestro ADN desde tiempo inmemorial, pero está claro que desde pequeñitos, cuando nos portábamos mal, poníamos cualquier tipo de excusa para que la culpa no recayera en nosotros mismos.
            De tal forma, los que nos gobiernan, que son españoles, por desgracia, tienen bien aprendida la lección, después de tantos años de práctica, y acuden constantemente a las excusas para librarse de sus responsabilidades: que si Europa nos obliga a esto, que si Europa nos impide aquello... Lo mejor, que ya lo he comentado, es lo de no legislar en caliente, para cuando se esté en frío, como nadie se acuerda, tampoco se legisla... En fin, las excusas son muchas y variadas y sólo he puesto unos pocos ejemplos, para no estar contándolas una a una.
            El caso es que en este verano está pegando fuerte el tema de lo del Prat... sí, aquello por lo que los viajeros se tiran horas y horas en el aeropuerto de Barcelona, perdiendo vuelos, por culpa de una huelga de los servicios de seguridad, que en su día fueron privatizados. Claro, la cuestión principal es que los trabajadores de la empresa Eulen se sienten maltratados y exigen unas condiciones dignas. Después de haber leído lo que piden, me parece del todo procedente su huelga, ya que considero que están poco menos que esclavizados, aunque no creo que mucho más que otros empleados de otras empresas: es el signo de lo neoliberal, es decir, millones de personas cobrando pocos euros, mientras que unas pocas personas cobran millones de euros.
            Pero, como siempre ocurre en España, los que defienden un derecho lo hacen pasando por encima del derecho de los demás. No tenemos empatía, por tanto sólo nos importa lo nuestro, y esto lo sabemos aquí en Cádiz de sobra, con los montones de cortes del Puente Carranza por parte de los trabajadores de Astilleros. No es sólo por cuestión laboral, sino en todos los ámbitos de la vida: el que golfea a las tres de la mañana debajo de un balcón defiende su derecho a divertirse, pasando por encima del derecho al descanso del vecino.
            Y esto lo digo porque los trabajadores de Eulen tienen derecho a huelga, por supuesto, pero también tienen derecho a viajar los pasajeros que pierden los vuelos por culpa de dicha huelga. ¿Cómo conciliar ambos derechos? Ahí es donde entra la figura del gobernante, que debería ser árbitro de la situación y defender el derecho de ambos, sin cortapisas ni excusas para gobernar o legislar. Ése es el auténtico rol del Gobierno de cualquier país, de árbitro entre los pobres y ricos, entre los hombres y las mujeres, entre los empresarios y los trabajadores, entre el pueblo y la administración, entre las víctimas y los culpables...
            Yo no veo tan complicado el obligar a la empresa Eulen a remediar su problema con los trabajadores, primero con un convenio decente y después con unos servicios mínimos que no afecten al resto de la población que desea coger un vuelo. Si para ello la empresa debe gastar una buena cantidad de pasta en pagar a otros profesionales que (aunque sea la Guardia Civil) realicen el trabajo, además de abonar una multa por cada día de huelga de los trabajadores originales, a la vez que se le prohíbe despedirlos, ya veríamos si el problema se solucionaría antes de que nos diésemos cuenta.
            Pero al igual que con esto, hay muchas otras cuestiones a resolver que no se llevan a cabo por la excusa de turno. El pueblo es más razonable de lo que se piensa. Haber exaltados e idiotas haylos, como siempre y en todo lugar, pero son los menos, aunque sean los que más ruido hacen y, por tanto, a los que más se escucha. De tal forma, creo que es posible llegar a acuerdos que satisfagan a todos, aflojando de cada lado para que todas las partes estén contentas.
            ¿Qué pasa con la multitud de casos de corrupción? La corrupción en nuestro país es una lacra por la cual algunos listos se embolsan millones pertenecientes a todos. Si no te pillan, te forras; si te pillan, no pasa nada: un par de añitos en la cárcel y cuando salga tengo mi dinero a buen recaudo.
            Yo llevo defendiendo un tipo de justicia anticorrupción que evitaría que ésta existiera. Se trata de que el corrupto culpable cumpla la pena impuesta por el juez pero que, una vez terminada, deba abonar hasta el último céntimo robado para salir de la cárcel. Mientras no lo devuelva TODO, no sale. Así de sencillo.
            ¿Por qué no se hace? Excusas: que si no es constitucional, que si no es democrático, que si es inhumano... ¿No será, más bien, que los que legislan son los mismos y los amiguitos de los que nos roban los millones?
           ¿Por qué no nos levantamos ya contra las injusticias que vemos a diario? Hay un chaval que está encarcelado porque defraudó ochenta euros con una tarjeta de crédito robada hace varios años, mientras que el Urdangarín, con la misma pena, está disfrutando de vacaciones con su familia. ¿Es esto justo?
           ¿Por qué no hacemos nada? Pues por lo mismo que los políticos: excusas. No nos vamos a levantar contra nuestro gobierno, que es una democracia. No voy a protestar porque estoy viendo ahora Juego de Tronos y a mí no me ha pasado, sino a mi vecino.
            Eso sí, cuando te pase a ti querrás que el mundo entero, y si pueden ser los alienígenas también, te apoyemos ante la injusticia que sufras. Somos así, no podemos evitarlo, como los de Delphi que jamás apoyaron las reivindicaciones de sus compañeros de Astilleros pero cuando les cerraron a ellos el chiringuito querían que todos, incluidos los de Astilleros, nos levantásemos en masa para parar lo que ellos creían que era una injusticia.
           Y esto es lo que nos espera, puesto que no tenemos empatía alguna y sólo nos miramos nuestro culo. Más de lo mismo, porque no obligamos a nuestros legisladores a que se dejen ya de excusas y se dediquen a hacer aquello por lo que cobran bien cobrado.

            El Condotiero.

jueves, 3 de agosto de 2017

Las cadenas invisibles que nos esclavizan

             Hay un subgénero literario que está tomando gran peso específico últimamente, que es el de los zombies. A muchos les hará gracia que se escriba tanto sobre algo que no existe, pero si nos damos una vuelta por la calle vemos que esto no es así: los zombies están por todas partes, rodeándonos.
             Por supuesto no hablo de zombies reales, sino figurados, y son todos aquellos que viven ajenos a su mundo, o quizá no. Puede que estén tan inmersos en el mundo que habitan que no saben que hay otras formas de vivir diferentes a la impuesta. Lo que hacen, para no salirse de la norma, es cerrar sus ojos y arremeter contra todo el que quiera vivir de forma distinta.
             De lo que hablo es del consumismo y de sus consecuencias. Nuestro planeta es muy rico y daría cabida a gran cantidad de miles de millones de habitantes, pero para ello tendríamos que ser unas personas responsables y cuidadoras de nuestro medio ambiente. La responsabilidad y la buena educación son los pilares fundamentales para que nuestra sociedad pudiera llegar a ser sostenible.
             Con la llegada de la televisión comenzaron a producirse gran cantidad de anuncios publicitarios empujándonos a consumir más y peor. No es que antes no hubiera publicidad, pero la radio y la prensa escrita carecen de la fuerza del medio audiovisual. Los gobiernos neoliberales han visto que el consumismo desaforado es su gran aliado, porque el que hace cola delante de una tienda de Apple durante ocho horas para comprar la última novedad innecesaria no se pregunta quiénes somos y adónde vamos, se pregunta cuándo abrirán de una vez.
            Así, desde pequeños están educándonos para consumir, pero no para ser buenos consumidores, con criterio y raciocinio, sino para ser compradores impulsivos y compulsivos. ¿Por qué? Es fácil, porque si el dinero que ganas con tu esfuerzo lo gastas todo tal y como te llegue, irá a parar de nuevo a las manos de los que gobiernan el mundo, que no son los políticos, sino las grandes corporaciones empresariales, capaces de derrocar gobiernos, sumir a ciertos sectores en puntuales crisis recicladoras y hacer saltar guerras intestinas purificadoras. Volviendo a mis viejas ideas de «a quién beneficia» y a la de «la navaja de Ockham», vemos que esto es así, puesto que de una forma u otra las grandes corporaciones empresariales son las que siempre salen ganando de cualquier «fregao» que se monte en cualquier parte del mundo.
             La alianza entre las grandes corporaciones empresariales y los gobiernos mundiales no sólo radica en que son las primeras las que quitan y las que ponen a los segundos, sino también en la cuestión impositiva. Nos echamos las manos a la cabeza cuando descubrimos que en siglos anteriores existía algo así como el «diezmo», que era pagar un 10% de los frutos al señor o a la Iglesia. Pero, ¿quién paga hoy en día el 10% de impuestos? Nadie.
             El contribuyente paga entre un 20% y un 50% de sus ganancias al Estado, así, sin vaselina ni nada. Con lo que le resta, paga un 21% de IVA por cada producto consumido. Si tiene cualquier propiedad, debe pagar IBI. Si tiene vehículo, debe pagar el impuesto de circulación. Cualquier servicio fundamental (energía, agua), posee su impuesto específico. Lo poco que le quede a su muerte, no lo podrán disfrutar plenamente sus herederos, porque existe el impuesto de sucesiones, al menos en Andalucía.
             La presión fiscal de las sociedades actuales es demoledora, pero nos callamos y pagamos, porque estamos en un régimen de libertad (¿?). Y el dinero que nos queda lo gastamos de forma estúpida en caprichos excesivos e innecesarios, que la publicidad ha logrado con engaños hacernos creer que no podríamos vivir sin ellos. Son productos que revierten el dinero a las grandes corporaciones empresariales, aunque no todo, porque parte va a sus aliados, los gobiernos, en forma de impuestos.
             El usar y tirar se ha vuelto una forma natural de consumo. Si alguien hiciese cuentas de lo que valen los envases de los productos consumidos que diariamente tiramos a la basura, quizá despertáramos de esta mala pesadilla que vivimos. Además, estos envases no salen gratis, no ya monetariamente hablando, sino en lo que respecta al daño que estamos infligiendo en el planeta en el que debemos seguir viviendo, convirtiéndolo en un enorme vertedero.
             Estamos destruyendo las últimas reservas verdes del planeta para poder tener muebles baratos y, así, poder cambiar la decoración del salón cada tres años. ¿De verdad que es necesario? Todos hemos vivido en las casas de nuestros padres, donde la entrada de una mesa nueva era todo un acontecimiento. Y no pasaba nada, porque la mesa vieja estaba bien fabricada y cumplía a la perfección con su cometido.
             Estamos ciegos, pero además locos. Yo he conocido parejas trabajadoras que entre ambos cobraban más de 3 000 euros mensuales y que les costaba llegar a final de mes. ¿Cómo es posible?
             Y es que la codicia que nos achacaban los indios norteamericanos sigue corroyéndonos. ¿Para qué quiere Bill Gates 86 000 millones de dólares? ¿Y Warren Buffet 75 600? ¿Y Jeff Bezos 72 800? Y sólo he mencionado a los tres más ricos del mundo según la última lista de la revista Forbes. Me parece absurdo y fusilable que haya personas con esas disparatadas cantidades de dinero mientras otra gente no tiene ni para beber agua, la necesidad más acuciante del ser humano (en realidad no lo es, ya que es respirar, pero por ahora es gratis, gracias a que las grandes corporaciones empresariales no se han dado cuenta todavía y no nos cobran por ello. Los gobiernos tampoco, y no se rían, porque el gobierno español nos cobra por el sol que consumimos).
             Y si me parece fusilable no es por otra cosa que por la forma en que esta gentuza ha acumulado tal cantidad de dinero. ¿Se creen que Amancio Ortega ha acumulado más de 50 000 millones de dólares siendo bueno y justo con sus trabajadores? No, lo ha podido hacer porque la mayoría de sus productos estarán fabricados por esclavos modernos del sudeste asiático. No sólo son baratísimos los productos elaborados en tales países, sino que además se quedan ellos con las consecuencias medioambientales de su barata fabricación.
             Pero lo que ocurre con Amancio Ortega pasa con todos los miles de muchimillonarios que hay. Para que ellos hayan llegado a tal estatus, hay muchísima más gente pasando penurias, porque la riqueza es como la energía, sí, aquello que aprendimos en el colegio. Así, la riqueza ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, por lo que quiere decir que el que acumule mucha se la está quitando a otros que quizá la necesiten más.
             El ser humano, mientras puede, se dedica a consumir y a acumular, olvidándose de vivir. Es como los tontos que van a un concierto en directo y se lo pasan grabándolo con el móvil, viéndolo todo el rato a través de una pantallita de seis o siete pulgadas, más atentos a cómo quedará y qué guay cuando lo suba al Facebook que en disfrutar del momento.
             Las nuevas generaciones son mucho peores que las anteriores al respecto, pero sólo nosotros tenemos la culpa, puesto que es a lo que les hemos acostumbrado y ya no hay vuelta atrás. Me sorprende cuando, en algún documental, veo a un joven africano viviendo en un poblado infecto con ínfimos recursos de toda índole y, aun así, es feliz con la vida que tiene. Si metiéramos a uno de nuestros ninis allí, sin Coca-Cola, sin cobertura para su móvil de última generación y debiendo andar diez kilómetros para ir a por agua, iba a durar dos días, o a lo mejor no, porque al no tener acceso a Internet cortaría la comunicación con su mentor de la Ballena Azul.
             Se está yendo todo a la mierda, pero mientras nos dirigimos a nuestra destrucción seguimos haciendo cola a la entrada de las tiendas porque están de rebajas fingidas.

             El Condotiero

jueves, 27 de julio de 2017

La incultura al poder

             Me he fijado en que, últimamente, se está dando una curiosa discusión en foros y otras redes sociales acerca de la posible desaparición de los signos iniciales de interrogación y exclamación de nuestra querida lengua castellana. Por fortuna, aún continúan siendo mayoría los que creen que deben mantenerse, pero ya de por sí es sintomático que algo de esta guisa sea ponderado.
             Como es tan evidente que su necesidad en nuestro idioma es manifiesto, tardaré poco en explicarlo, y es que resulta que en la gran mayoría de idiomas se da un cambio de orden de los elementos oracionales que ayuda al oyente o al lector a saber cuándo una frase es interrogativa o exclamativa, sin necesidad del signo final de interrogación o exclamación, que sólo sirve para finalizar la dicción de esa misma forma. Además, también suelen contar, tales idiomas, con auxiliares al comienzo de las oraciones de este tipo, cosa que no es así en el español.
             Nuestra lengua se diferencia del resto en que no cambia su orden en la construcción ya sea una oración enunciativa, exclamativa o interrogativa. De tal forma, la única clave que existe en el lenguaje escrito español para distinguir si una oración es del tipo de las anteriores es explicitando los signos de exclamación e interrogación, tanto iniciales como finales. Y en el lenguaje oral la diferencia está en la curva melódica tanto exclamativa como interrogativa, que en otros idiomas sólo se produce al final de la frase. Nuestro idioma es tan rico que tenemos las oraciones exclamativas e interrogativas indirectas, que son las introducidas por los pronombres exclamativos e interrogativos sin la necesidad de sus signos específicos.
             La cuestión es: ¿por qué se está dando una degeneración del lenguaje escrito? Podríamos decir que también está ocurriendo con el lenguaje hablado, pero esto ha sido así siempre. Es el motivo que suelen dar los que desean los cambios a su comodidad, que el lenguaje cambia debido a sus propios usuarios.
            No negaré que el habla de los parlantes ha condicionado el uso de la propia lengua, pero también es verdad que los cambios en el lenguaje escrito han sido más lentos que en el lenguaje oral y siempre por cuestiones de peso. La razón es obvia: todos han sabido siempre hablar, mejor o peor, pero han podido comunicarse de forma oral, mientras que sólo un pequeño porcentaje de la población estaba alfabetizado y era, precisamente, el sector de población más culto.
             ¿Qué quiero decir con esto? Pues que la democratización absoluta del lenguaje escrito está permitiendo a los miembros menos preparados de la sociedad opinar sobre algo que ni entienden ni saben. Comprendo perfectamente que le gente no use un lenguaje refinado en plataformas comunicativas como WhatsApp (yo tampoco lo hago), puesto que su finalidad no es ganar un premio Nobel de Literatura, sino la fluidez en el intercambio de ideas, pero de ahí a querer que las normas de una lengua escrita tan rica y maravillosa como la española se amolden a ellos hay un trecho, y bien gordo.
             Deberíamos entender, todos, que el lenguaje oral jamás será idéntico al escrito. Un ejemplo: «quillo, pisha, ¿cómo anda tu vieja?» en un encuentro entre dos amigos en plena calle, no puede ser igual a la misma pregunta en una carta, que sería tal que así «Estimado Juan: te escribo para informarme del estado de tu madre y, de paso, darte ánimos con mi apoyo, que sabes que lo tienes». Evidentemente, esto último, que formalmente escrito es impecable, sonaría bastante cursi en una conversación casual. Y también deberíamos entender que una conversación escrita en WhatsApp es lo más parecido posible a una charla oral.
             Por ello, que existan personas que quieran que las formas de comunicarse modernas sean extrapoladas a la culta forma de escritura, sólo por su comodidad, me parece una manera de denigrar la esencia misma de la lengua escrita, en este caso de la castellana, con tantos y tantos ejemplos de intelectuales que la han usado para dar a conocer sus más profundos pensamientos e inquietudes.
             Pero esto es así en todos los parámetros de la vida, como ya dije en mi entrada anterior, y cualquiera se ve capaz de discutir cada cosa ante los más preparados sin tan siquiera documentarse mínimamente. El problema no es éste, pues con no hacer ningún caso a estos elementos de la sociedad estaría más que resuelto, lo que ocurre es que hay mucha gente e instituciones de todo tipo que dan pábulo a sus reivindicaciones, por muy absurdas que sean. Así, la RAE está cometiendo el error de igualar por lo bajo, de la misma forma que se hace en los colegios e institutos españoles. Como no podemos conseguir que los más incultos (que lo son porque quieren, puesto que en la actualidad la cultura está al alcance de todos) se pongan a la altura de los más cultos, o lo más flojos a la de los más esforzados, pues la solución está en bajar todos los niveles culturales y académicos, como si fuera la panacea encontrada para evitar significativas diferencias en las distintas capas de la población.
             Así nos va y ahsi noz hira...

             El Condotiero