jueves, 5 de noviembre de 2015

Conclusiones del relato Remordimientos

             Todo tiene su razón de ser y la de este relato en concreto, Remordimientos, es que hace pocos días leí un artículo de prensa donde se hacían eco de una nueva encuesta que habían realizado en la revista New York Times, preguntando a sus lectores si matarían a Hitler cuando aún era un bebé, en caso de poder viajar en el tiempo. Me sorprendió muy mucho que un 42% de los encuestados contestara que «SÍ», más que el 30% de los que se negarían o el 28% que no estaban seguros de su posible proceder.
            Dicho y hecho. Se me ocurrió un breve relato que adornase el dilema y ahora escribiré sobre el tema en cuestión. Independientemente de las probabilidades de poder hacer viajes en el tiempo en un futuro, o de la existencia de universos paralelos, o universos pasados y futuros, eso lo dejo mejor en las manos de Sheldon Cooper o de Walter Bishop, prefiero analizar el desconocimiento de la Historia profunda que posee la mayoría de los seres humanos. De hecho, lamento informar que gran parte de los profesores de Historia de nuestro país, ya sean de instituto o de universidad, también carecen de esos conocimientos de la Historia profunda. Lo que yo denomino Historia profunda no es la sucesión de hechos que solemos estudiar, ya sean acometidos por personas particulares o sociedades, es el funcionamiento mismo de esas sociedades. Teniendo a esas sociedades, pasadas o presentes, como entes con naturaleza propia, debemos estudiar sus comportamientos y entresacar de ellas los aprendizajes para nuestras sociedades futuras.
            ¿Qué nos dice esa encuesta norteamericana? Que los norteamericanos de a pie, al menos un 70% de ellos, no han aprendido nada acerca de los sucesos ocurridos en Alemania después de la Primera Guerra Mundial. Por tanto, no sería arriesgado aventurar que, con las circunstancias propicias, la sociedad estadounidense actuaría igual que lo hizo la sociedad alemana en las décadas de 1920 y de 1930. Si te tropiezas con una piedra que se encuentra en la calle pero tu hijo no recibe el aviso, se podría tropezar con ella igualmente. Por eso es tan importante no sólo estudiar los hechos acaecidos a nuestros padres, abuelos, etc…, es decir, la Historia, sino también comprenderla.
            Ya Ortega y Gasset (si preguntan a un estudiante de hoy en día sobre él, seguramente contestará que se trate de la primera pareja homosexual que hubo en España) dijo aquello de «yo soy yo y mi circunstancia». Yo iría aun más lejos, y diría «yo soy mi circunstancia y yo», anteponiendo la palabra «circunstancia», como todo aquello que me rodea. Durante muchos años se estudió la Historia de las personas, la concatenación de sucesos que estaban, irremediablemente, ligados a personajes históricos de gran talla. Aunque esta forma de hacer Historia está en desuso, seguimos estudiando las biografías de los grandes hombres y mujeres, como si su solo concurso en los hechos que de alguna manera los catapultó fuera realmente lo relevante, olvidándonos de cuán importante era todo aquello que los rodeaba y les daba su ser.
            Ejemplos, a patadas. Napoleón Bonaparte, por ejemplo, nació sólo quince meses después del Tratado de Versalles, cuando la isla de Córcega pasó a manos francesas. Si hubiera nacido, por ejemplo, veinte meses antes, hubiera sido genovés y no francés. Pero si en lugar de nacer en 1769, lo hubiera hecho con un siglo de anterioridad, en 1669, podemos estar seguros que no estaría en los libros de Historia, puesto que no habría pasado de ser un oscuro oficial sin futuro.
            El magnífico Julio César coincidió en la época de mayor incertidumbre de toda Roma, el siglo I a.C., donde las luchas intestinas por el poder estaban socavando la legitimidad de la República, adelantando el nacimiento de una monarquía absoluta. Si Julio César hubiera nacido dos siglos antes, como mucho habría llegado a cónsul, en una sola ocasión y con mucho esfuerzo, si acaso.
            Alejandro Magno fue el sol que más brilló, tanto que se quemó con sólo 33 años. Su vida fue fulgurante y exitosa, pero cuánto le debía a su padre, Filipo II, que mantuvo a raya a sus enemigos durante toda su vida, fortaleciendo el país y creando un ejército pequeño pero muy cohesionado, cuyas virtudes supo explotar su hijo. Macedonia casi era un erial pastado por cabras (exagerando un poco, claro) un siglo antes, por lo que el advenimiento de Alejandro III al mundo llegó en el momento justo.
            ¿Qué decir de Hitler? La Segunda Guerra Mundial comenzó en el justo instante en que se secó la firma del Tratado de Versalles (otro Tratado de Versalles, para economizar nombres). El mismo mariscal francés Foch dijo que no era una paz, sino una tregua de 20 años. ¿Se equivocó por mucho? Si maltratas a tu perro, tarde o temprano te morderá, o, al menos, es lo que debería hacer. El maltrato a la Alemania derrotada tras la Primera Guerra Mundial iba a ser el detonante de la siguiente, fuera quien fuese el que llegara al poder. Podría cambiar el cuándo y el cómo, pero jamás el porqué. De hecho, que llegara Hitler a la cumbre es quizá de las mejores cosas que pudieran ocurrir a la humanidad: podría haber llegado alguien mucho más inteligente, con más paciencia y con mayor previsión, que apoyase a sus científicos y que consiguiese la bomba atómica antes que los demás. Quizá, entonces, no estaríamos aquí para contarlo.
            Y en nuestra Historia también tenemos ejemplos. Podríamos hablar de Franco. «Ojalá no hubiera existido nunca», he escuchado más de una vez, como si con ello se hubiera podido evitar la Guerra Civil. Hago recordar que, cuando Franco se subió al Dragon Rapide, sólo era un general más que se sumaba al golpe de estado, porque de ello se trataba, de un pronunciamiento más de los muchos que hubo en la Historia de España, aunque, a diferencia de los anteriores, éste era de corte más conservador. Los sublevados no querían iniciar una guerra civil, querían derrocar a la infausta II República, que tan mal lo había estado haciendo con sólo cinco años de vida. El golpe fracasó, al menos en la mitad del país, formándose así dos bandos y una guerra. Franco, como ya he dicho, era un general más. Estaban por encima el general Mola, llamado El Director, porque a él se debía el 18 de julio, y el que estaba destinado a gobernar en una España posrepublicana, que no era otro que el general Sanjurjo, el cual ya había fracasado en otro golpe contra la II República, cuatro años antes. Ambos generales, por suerte o por desgracia, por fatalidad o mano negra, se mataron en sendos accidentes aéreos, cuando aún no había acabado la Guerra Civil.
            Hay personas que influyen en la Historia, no lo negaré, pero siempre, siempre, emergen en momentos de crisis, nunca en épocas de estabilidad. Las circunstancias que los rodearon fueron más importantes que ellos mismos y, probablemente, los hechos históricos hubieran sido diferentes sin su participación, pero no habrían dejado de existir. Seguramente habría estallado una Segunda Guerra Mundial sin Hitler, el Imperio Romano habría sustituido a la República Romana sin Julio César y la Guerra Civil española habría enfrentado a las dos españas que en esos momentos había sin Franco de por medio.
            Por qué estos acontecimientos habrían ocurrido sí o sí es lo que las personas con conciencia y los profesores de Historia deberían estudiar, y no tanto a los personajes que los abanderaron, siempre que queramos llegar al fondo de las cuestiones y deseemos evitar que vuelvan a suceder, claro.

            El Condotiero

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