Todo
tiene su razón de ser y la de este relato en concreto, Remordimientos,
es que hace pocos días leí un artículo de prensa donde se hacían eco de una
nueva encuesta que habían realizado en la revista New York Times, preguntando a sus lectores si matarían a Hitler
cuando aún era un bebé, en caso de poder viajar en el tiempo. Me sorprendió muy
mucho que un 42% de los encuestados contestara que «SÍ», más que el 30% de los
que se negarían o el 28% que no estaban seguros de su posible proceder.
Dicho y hecho. Se me ocurrió un
breve relato que adornase el dilema y ahora escribiré sobre el tema en
cuestión. Independientemente de las probabilidades de poder hacer viajes en el
tiempo en un futuro, o de la existencia de universos paralelos, o universos
pasados y futuros, eso lo dejo mejor en las manos de Sheldon Cooper o de Walter
Bishop, prefiero analizar el desconocimiento de la Historia profunda que posee
la mayoría de los seres humanos. De hecho, lamento informar que gran parte de
los profesores de Historia de nuestro país, ya sean de instituto o de
universidad, también carecen de esos conocimientos de la Historia profunda. Lo
que yo denomino Historia profunda no es la sucesión de hechos que solemos
estudiar, ya sean acometidos por personas particulares o sociedades, es el
funcionamiento mismo de esas sociedades. Teniendo a esas sociedades, pasadas o
presentes, como entes con naturaleza propia, debemos estudiar sus
comportamientos y entresacar de ellas los aprendizajes para nuestras sociedades
futuras.
¿Qué nos dice esa encuesta
norteamericana? Que los norteamericanos de a pie, al menos un 70% de ellos, no
han aprendido nada acerca de los sucesos ocurridos en Alemania después de la
Primera Guerra Mundial. Por tanto, no sería arriesgado aventurar que, con las
circunstancias propicias, la sociedad estadounidense actuaría igual que lo hizo
la sociedad alemana en las décadas de 1920 y de 1930. Si te tropiezas con una
piedra que se encuentra en la calle pero tu hijo no recibe el aviso, se podría
tropezar con ella igualmente. Por eso es tan importante no sólo estudiar los
hechos acaecidos a nuestros padres, abuelos, etc…, es decir, la Historia, sino
también comprenderla.
Ya Ortega y Gasset (si preguntan a
un estudiante de hoy en día sobre él, seguramente contestará que se trate de la
primera pareja homosexual que hubo en España) dijo aquello de «yo soy yo y mi
circunstancia». Yo iría aun más lejos, y diría «yo soy mi circunstancia y yo»,
anteponiendo la palabra «circunstancia», como todo aquello que me rodea.
Durante muchos años se estudió la Historia de las personas, la concatenación de
sucesos que estaban, irremediablemente, ligados a personajes históricos de gran
talla. Aunque esta forma de hacer Historia está en desuso, seguimos estudiando
las biografías de los grandes hombres y mujeres, como si su solo concurso en
los hechos que de alguna manera los catapultó fuera realmente lo relevante,
olvidándonos de cuán importante era todo aquello que los rodeaba y les daba su
ser.
Ejemplos, a patadas. Napoleón
Bonaparte, por ejemplo, nació sólo quince meses después del Tratado de
Versalles, cuando la isla de Córcega pasó a manos francesas. Si hubiera nacido,
por ejemplo, veinte meses antes, hubiera sido genovés y no francés. Pero si en
lugar de nacer en 1769, lo hubiera hecho con un siglo de anterioridad, en 1669,
podemos estar seguros que no estaría en los libros de Historia, puesto que no
habría pasado de ser un oscuro oficial sin futuro.
El magnífico Julio César coincidió
en la época de mayor incertidumbre de toda Roma, el siglo I a.C., donde las
luchas intestinas por el poder estaban socavando la legitimidad de la
República, adelantando el nacimiento de una monarquía absoluta. Si Julio César
hubiera nacido dos siglos antes, como mucho habría llegado a cónsul, en una
sola ocasión y con mucho esfuerzo, si acaso.
Alejandro Magno fue el sol que más
brilló, tanto que se quemó con sólo 33 años. Su vida fue fulgurante y exitosa,
pero cuánto le debía a su padre, Filipo II, que mantuvo a raya a sus enemigos
durante toda su vida, fortaleciendo el país y creando un ejército pequeño pero
muy cohesionado, cuyas virtudes supo explotar su hijo. Macedonia casi era un
erial pastado por cabras (exagerando un poco, claro) un siglo antes, por lo que
el advenimiento de Alejandro III al mundo llegó en el momento justo.
¿Qué decir de Hitler? La Segunda
Guerra Mundial comenzó en el justo instante en que se secó la firma del Tratado
de Versalles (otro Tratado de Versalles, para economizar nombres). El mismo
mariscal francés Foch dijo que no era una paz, sino una tregua de 20 años. ¿Se
equivocó por mucho? Si maltratas a tu perro, tarde o temprano te morderá, o, al
menos, es lo que debería hacer. El maltrato a la Alemania derrotada tras la
Primera Guerra Mundial iba a ser el detonante de la siguiente, fuera quien
fuese el que llegara al poder. Podría cambiar el cuándo y el cómo, pero jamás
el porqué. De hecho, que llegara Hitler a la cumbre es quizá de las mejores cosas
que pudieran ocurrir a la humanidad: podría haber llegado alguien mucho más
inteligente, con más paciencia y con mayor previsión, que apoyase a sus
científicos y que consiguiese la bomba atómica antes que los demás. Quizá,
entonces, no estaríamos aquí para contarlo.
Y en nuestra Historia también
tenemos ejemplos. Podríamos hablar de Franco. «Ojalá no hubiera existido nunca»,
he escuchado más de una vez, como si con ello se hubiera podido evitar la
Guerra Civil. Hago recordar que, cuando Franco se subió al Dragon Rapide, sólo era un general más que se sumaba al golpe de
estado, porque de ello se trataba, de un pronunciamiento más de los muchos que
hubo en la Historia de España, aunque, a diferencia de los anteriores, éste era
de corte más conservador. Los sublevados no querían iniciar una guerra civil,
querían derrocar a la infausta II República, que tan mal lo había estado
haciendo con sólo cinco años de vida. El golpe fracasó, al menos en la mitad
del país, formándose así dos bandos y una guerra. Franco, como ya he dicho, era
un general más. Estaban por encima el general Mola, llamado El Director, porque a él se debía el 18
de julio, y el que estaba destinado a gobernar en una España posrepublicana, que
no era otro que el general Sanjurjo, el cual ya había fracasado en otro golpe
contra la II República, cuatro años antes. Ambos generales, por suerte o por
desgracia, por fatalidad o mano negra, se mataron en sendos accidentes aéreos,
cuando aún no había acabado la Guerra Civil.
Hay personas que influyen en la
Historia, no lo negaré, pero siempre, siempre, emergen en momentos de crisis,
nunca en épocas de estabilidad. Las circunstancias que los rodearon fueron más
importantes que ellos mismos y, probablemente, los hechos históricos hubieran
sido diferentes sin su participación, pero no habrían dejado de existir.
Seguramente habría estallado una Segunda Guerra Mundial sin Hitler, el Imperio Romano
habría sustituido a la República Romana sin Julio César y la Guerra Civil
española habría enfrentado a las dos españas que en esos momentos había sin
Franco de por medio.
Por qué estos acontecimientos
habrían ocurrido sí o sí es lo que las personas con conciencia y los profesores
de Historia deberían estudiar, y no tanto a los personajes que los abanderaron,
siempre que queramos llegar al fondo de las cuestiones y deseemos evitar que
vuelvan a suceder, claro.
El Condotiero
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