En
estos días que nos rodean, donde el tema recurrente de conversación
es la caída al precipicio de Pedro Sánchez y su PSOE, yo me niego a
tratar sobre él, precisamente porque me violenta. En cambio, mi
deseo es divagar por algo que últimamente me preocupa bastante, y es
la violencia que se está imponiendo a las formas. No una violencia
física, que en ocasiones también, sino una violencia generalizada,
en todos los ámbitos de nuestra vida, sin la cual es más que
difícil sobrevivir en la sociedad actual. Lo increíble, lo
realmente increíble, es que después de tantísimas etapas en la
evolución humana y con tanta legislación que tenemos, parece como
si en lugar de avanzar hacia una sociedad donde todos, y todas, no
vaya a ser que alguien se me violente, pudiéramos convivir de forma
pacífica con nuestros vecinos, estuviéramos involucionando y
volviendo a la edad de las cavernas, donde el más fuerte hacía su
voluntad.
Como
digo, vengo un tiempo observando que con buenas palabras no se llega
a ningún sitio. Olvidaos ya de todo aquello que os enseñaron
vuestros padres y analizad el mundo de hoy en día. Para ello no hace
falta irse muy lejos, sólo con ir a la tienda de debajo de vuestra
casa o coger el teléfono por una llamada recibida podréis confirmar
de lo que os hablo. La inmensa mayoría de la gente se ha creado un
escudo contra las buenas costumbres y la buena educación. Es casi
imposible conseguir algo con buenas palabras, intentando llegar a
entenderse con civismo y elocuencia. Si deseas que te hagan caso y no
te tomen por el pito del sereno, lo mejor es hablar malsonante, para
que tu interlocutor no confunda educación con debilidad; con un par
de decibelios de más, no vaya a ser que confunda comedición con
inseguridad; y de forma amenazadora, para que te escuche con atención
y no crea que eres un pagafantas. Así, por lastimoso que
parezca, mi experiencia de los últimos tiempos me ha enseñado que
la única forma de que te tomen en serio es ir amenazando a todo el
que se te cruza y no hay mejor frase que aquélla de «que estoy mu
loco».
Y
no vayan a creer esto último de mí, puesto que si lo piensan bien
es la absoluta verdad. ¿Cómo queremos, por tanto, que el mundo vaya
bien si para cualquier tontería nos vemos obligados a sacar nuestro
lado más violento?
Llevo
varios años ya flipando con lo que ocurre en EE.UU., con eso de las
muertes indiscriminadas de afroamericanos, en español, negros, por
parte de policías caucásicos, en español, blancos. Ha llegado la
situación a tal punto que los mismos policías negros, en lugar de
ponerse del lado de las víctimas de su misma raza, se dedican
también a disparar primero y a preguntar después. ¿Y qué hacen
las autoridades norteamericanas? Nada de nada. Siento decir esto,
pero la minoría negra norteamericana no conseguirá arreglar el
problema hasta que no salga a la calle y policía blanco, policía
muerto. Es así, porque la violencia que se ha instalado en nuestra
sociedad ha corroído todos los engranajes de ella. Hoy en día sería
imposible un Mahatma Gandhi, aunque es probable que haya habido
varios y los hayan masacrado, por imbéciles pacifistas.
¿Quién
tiene la culpa de todo esto? Creo que es bastante complicado buscar
un único culpable, porque en realidad todos tenemos nuestra pequeña
parte de culpa. Desde los que ven cómo los violentos abusan de los
más débiles en las escuelas y no sólo no hacen nada por evitarlo,
sino que ríen las gracias; desde los que ven cómo se fraguan los
acosos en los puestos de trabajo y no hacen nada, no vaya a ser que
los siguientes sean ellos; desde que se instauró de forma
desmesurada la cultura del «yo» en nuestra sociedad; desde los que
compran las publicaciones amarillistas, en lugar de dejar que se
pudran en los kioskos; desde los que ven programas de televisión
donde se insultan unos a otros sin ton ni son, aunque sea puro
teatrillo, pero algo queda; desde que programas como Gran Hermano
se enseñorearon de la audiencia y los personajes más zafios y
sociópatas son los que acaparan más seguidores; desde que los
políticos dejaron de ser estadistas para luchar sólo por su puesto
de trabajo... Hay tantos «desde que» que termina por ser aburrido,
pero desde luego no ayudará a las siguientes generaciones, para que
esto no siga ocurriendo, el que dejemos a nuestros hijos hacer con
sus padres, vecinos y profesores lo que les dé la gana. Eso sí, hay
coherencia por parte de los educadores, ya que les estamos educando
para el mundo de hoy en día y en el que, supuestamente, van a vivir,
porque sería contraproducente educar bien a tu hijo. Es lamentable,
aunque cierto, que un niño bien educado será, con toda
probabilidad, una víctima en el futuro. Para el mundo que estamos
construyendo es necesario criar a los niños como auténticos tiranos
que se porten como tales ante todo aquél que en el futuro se
encuentren. Que el niño no será feliz en ese futuro no importa,
porque ¿qué es la felicidad? ¿Se puede comprar? ¿Se puede robar
al vecino? No, por lo tanto no vale nada.
El
Condotiero
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