viernes, 24 de junio de 2016

¡Suelten lastre!

             Ésta es la orden que solía gritar el capitán cuando su barco zozobraba demasiado en una tempestad, con peligro evidente de hundimiento por hacer demasiada agua, ya que lo importante es mantener el gobierno y la velocidad para poder luchar contra los embates de las olas y dirigirlo contra ellas, evitando mayores daños. En una Europa que por momentos zozobra en tempestades como la crisis económica o la de los refugiados sirios, cuya dirección a veces no queda nada clara y donde muchos de sus miembros suelen remar a su propio ritmo, hemos tenido la ventaja que no ha habido necesidad de que nadie dé la orden: el lastre se ha soltado él «solito».
              Ya que eso es lo que siempre he considerado a Reino Unido dentro de la Unión Europea, un lastre. No porque su economía fuera pobre, ni porque sus habitantes estuvieran mucho peor preparados que el resto de europeos o porque careciese de infraestructuras suficientes, no, sino porque su idiosincrasia la ha hecho recelar de algo a lo que pertenecer sin que ellos fueran los que mandasen. Siempre han sido así, un pueblo ególatra y egoísta que se han creído superiores por haber gobernado el planeta durante casi 150 años. Pero eso ya pasó y, como el Imperio Romano, el Imperio Mogol o el Imperio Hispánico, es algo concerniente a la Historia, si bien es más reciente que estos últimos tres ejemplos, pero Historia al fin y al cabo.
             El Reino Unido no fue una de las naciones fundadoras de la Comunidad Europea, ya que fueron sólo seis: Francia, Italia, Alemania y el Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo). Yo supongo que al Reino Unido le daría algo de grima ver a los países europeos continentales unirse en una sociedad económica y, después de pensárselo mejor, decidieron unirse a esta nueva sociedad, no para hacer piña, que hubiera sido lo correcto, sino para desestabilizar, que es lo que han estado haciendo los últimos cuarenta años. Ésa ha sido siempre la estrategia británica con respecto al continente europeo: evitar que una nación se hiciera con la hegemonía, dañando de esa forma las posibilidades comerciales británicas, siempre en un peldaño superior al resto. Ellos estaban muy seguros en su isla, casi inconquistable, pero su debilidad terrestre les obligaba a unirse con el más débil contra la potencia creciente. Con el caso de la Unión Europea ha sido lo mismo, pero en lugar de luchar contra una sola nación, lo ha hecho contra una unión de naciones, y en lugar de en un campo de batalla, las batallas han sido en el Parlamento Europeo, y en lugar de luchar desde fuera, lo ha hecho desde dentro.
            Pero por fin se acabó. Ya no habrá más cortapisas británicas a las políticas europeas, ni habrá más intentos de beneficios para ellos dentro de la igualdad del resto, ni habrá más superioridades morales de la libra con respecto al euro. Se van y espero que sea para siempre. Que se queden con su reina, con su Big Ben y con su palacio de Westminster, que en Europa nos las sabremos arreglar sin ellos, o quizá no, pero tampoco es que nos fuesen a remediar nuestros errores.
             En un mundo que tiende a la unión, de una forma o de otra, la ruptura con los demás sólo puede verse como un anacronismo. La Unión Europea será lo que sea, pero hay que reconocer que en un mundo donde los franceses y los alemanes no se matan desde hace más de 70 años hay, al menos, cierta esperanza en el futuro.
             Lo que sí tengo claro es que a la Unión Europea le va a ir mejor sin el Reino Unido, puede que no inmediatamente, porque habrá que pasar el trago de desligarse con las islas, pero el horizonte está mucho más despejado. Lo que ya no puedo asegurar es que el futuro fortalecimiento de la Unión Europea, con sus políticas neoliberales, sea beneficioso para el común de los mortales. Ya lo veremos con el tiempo, aunque creo que siempre es mejor solucionar los problemas desde dentro.

              El Condotiero

lunes, 13 de junio de 2016

Capitalismo, reciescam in pace

             Yo siempre me he considerado de ideología capitalista, aderezada con una pizca de laborismo británico, o sea, lo que en el último siglo se ha denominado la Socialdemocracia, más o menos. Como ya dije en una entrada anterior, admiro el Comunismo, pero sólo en su vertiente teórica, puesto que el hombre es demasiado imperfecto para poder desarrollar semejante ideología con total honradez.
            Pero, ¿qué es realmente el Capitalismo? Hay muchas definiciones sobre tal forma de economía y muchas de ellas se ciñen según el lado ideológico en el que estén aquéllos que las den. Yo prefiero quedarme con esta explicación: «el Capitalismo es el modelo económico surgido en Europa a raíz del S.XVI y perfeccionado a lo largo del XIX y XX en el que las bases de producción se encuentran en el capital privado, dirigido esencialmente a la competencia de los mercados de consumo y regulado por las leyes gubernamentales».
           Así, en el Capitalismo el trabajador deja de ser esclavo o siervo y se convierte en un asalariado, pasando a ser otro bien comercial. Teniendo en cuenta que el Capitalismo busca un mayor rendimiento del capital y que los asalariados se convierten en el mayor porcentaje de población, a diferencia de los capitalistas, que sólo suponen una cantidad mínima aunque elitista de población, son los propios asalariados quienes se convierten en el objetivo de la producción capitalista. Como ya vieron los magnates industriales norteamericanos de principios del S.XX, los asalariados deben percibir un sueldo digno para poder consumir los artículos que ellos mismos producen con su trabajo. De tal manera, se abandonan las formas de vida que se daban con las primeras revoluciones industriales, donde el asalariado malvivía y era incapaz de consumir apenas nada.
             Aun así, y para evitar posibles abusos de estúpidos capitalistas, los laboristas británicos de mitad del S.XX inventan aquello de la «Sociedad del Bienestar», donde los trabajadores, es decir, la enorme masa de población de un país, tendrán asegurados por ley una serie de derechos. Es ahí donde los gobiernos entran en el entramado del sistema capitalista, para regular mercados, entre ellos el del trabajo, y garantizar derechos fundamentales que ya se dieron como tales a raíz de la Independencia de los EE.UU. o de la Revolución Francesa.
            Que el sistema puede que no sea perfecto..., evidente, es un sistema creado por y para el hombre, que es un ser imperfecto, por lo que es imposible que cree algo que ni siquiera se acerque a la perfección. Pero lo mismo pasa con la ley, que algunos la ponen por encima de Dios, sin tener en cuenta que es algo también realizado por el hombre y, como tal, imperfecto a todas luces. De hecho, en España nos gusta un dicho que reza: «hecha la ley, hecha la trampa».
            Ahora, ¿por qué digo que el Capitalismo ha muerto? Pues porque tal y como yo lo he definido ha dejado de existir. Los pocos rescoldos que aún quedaban de Capitalismo socialdemócrata se han extinguido a raíz de la crisis que hemos vivido en el planeta desde 2008. Una crisis, no lo olvidemos, creada por los ricos para su mayor beneficio. Con dicha crisis los gobiernos del Primer Mundo han olvidado sus tesis capitalistas para acogerse a las neoliberales... Un momento, ¿qué es eso del Neoliberalismo económico? Muy sencillo, es lo mismo que el Capitalismo, pero sin la participación de los gobiernos como garantes de los derechos fundamentales de la clase trabajadora, la más numerosa. ¿Debería suponer esto un problema? En principio, no. Si los magnates del mundo supieran lo que les conviene, tendrían a la masa de población contenta y bien alimentada, para que no se les levante y para que tengan superávit de dinero con el que consumir los productos de los propios magnates. ¿Cuál es el problema, entonces? Que los grandes potentados mundiales no saben lo que les conviene y aprovechan el Neoliberalismo para despojar a la masa trabajadora no sólo de sus derechos, sino también de su dignidad.
             Eso no puede ser, dirán algunos, ya que estás poniendo a los grandes magnates de tontos y si son magnates será por algo, ¿no? Pues creo realmente que uno puede tener miles de millones de euros y ser un imbécil. Yo sé montones de formas de ganar grandes cantidades de dinero, pero no lo hago porque no tengo el capital inicial que se necesita para lograrlo. Hay montones de ricos que lo son simplemente porque ya nacieron con la panadería debajo del brazo. Sólo con haber tenido una buena herencia, es la mar de simple acrecentarla. Recuerden que en España tenemos otro dicho que es: «el dinero llama al dinero». Y nada más lejos de la realidad. Fíjense, si no, en que las grandes fortunas mundiales están en las manos de las mismas familias desde el S.XIX. Nada ha cambiado, y eso que han ocurrido varias guerras mundiales que han arruinado a los países de los que esas familias eran originarias.
           Y en España, ¿qué está ocurriendo? A la vista está. Los partidos que han dejado, en los últimos años, que el Neoliberalismo se adueñe de todo, es decir, PP y PSOE, han caído muchos enteros. Ambos partidos se han dejado convencer por los grandes potentados para permitir que los más débiles, la masa trabajadora, sean despojados de cada vez más derechos. Los sindicatos, que en principio no son verticales, como los del Franquismo, pero que sí lo son, a la vista de que están subvencionados por los gobiernos, no protegen a la masa de trabajadores, que son su razón de existencia, pero luchan a brazo partido entre ellos para ver quién se come más gambas, pagadas por todos, eso sí.
          ¿Es de extrañar, por tanto, que ambos partidos hayan caído como la espuma? No, lo que es de extrañar es que aún queden 7 millones de personas que voten al PP y otros 5 millones que voten al PSOE. ¿Por qué hay 12 millones de ciegos en nuestro país? Simplemente porque las alternativas de voto son precarias. Votar a Ciudadanos, como todo el mundo sabe, no resolvería nada. Quizá hasta lo agravase. El único partido que se aleja de las tesis neoliberales es Podemos, ahora unidos a IU, pero sus escarceos con el Chavismo, la intolerancia iraní y los antiguos dirigentes proetarras disuaden a mucha gente (yo entre ellos) de ir a prestarles su confianza.
            Con este panorama y con unos pésimos dirigentes políticos, en España se ha instalado una continua borrasca que no augura nada bueno en los próximos años. Yo, personalmente, no veo un futuro prometedor para nuestra sociedad, a menos que se funde otro partido que se deje de chuminadas ideológicas y se dedique a luchar por el bien de todos, ricos y pobres, ancianos y jóvenes, mujeres y hombres, que, al fin y al cabo, lo único que quieren es vivir en condiciones y sin sobresaltos. Se necesita una política de altura que garantice el bienestar de la masa de población, con sueldos dignos, medidas sociales sostenibles y una justicia eficaz. ¿Es pedir tanto?

            El Condotiero

viernes, 3 de junio de 2016

La perdida cultura del esfuerzo

             En la sociedad que estamos construyendo en España, en los últimos años, esta palabra, esfuerzo, está quedando como algo del pasado, o del futuro, algo así como de ciencia ficción. El esfuerzo es algo que está, incluso, denostado. Pocas cosas se consiguen hoy en día con el esfuerzo y al que avanza de algún modo gracias a él, hasta lo miran con cara rara, como si hubiera una triquiñuela o engaño en sus palabras.
              Y no exagero. Sólo tienen que echar un vistazo a todos y cada uno de los ámbitos en los que nos movemos. ¿Para qué vas a estudiar?, si el puesto de trabajo que consigas lo harás por mediación de algún familiar, amigo o conocido. ¿Para qué esforzarte en el colegio?, si las notas que saques en él no influirán para nada en el resto de tu vida.
             Y no digan que no... Todos conocemos gente muy válida que lleva en el desempleo varios años y también empleados inútiles que nadie sabe cómo han conseguido ese puesto de trabajo y, peor aun, cómo lo siguen manteniendo. Aunque tampoco es que los empresarios, en líneas generales, puedan exigir mucho a sus empleados, total, para lo que les pagan... El salario medio español ha disminuido casi en un 50% en los últimos diez años, salvando los muebles los funcionarios, cuyo mísero sueldo apenas ha bajado, pasando de ser el hazmerreír de la masa social anterior a la crisis a los grandes privilegiados de nuestra sociedad: trabajo fijo no, anclado, y más vacaciones o días libres que la mayoría.
              Así, vuelvo a lo que muchos dicen últimamente, con cierta sorna, acerca de los consejos sobre el futuro a sus hijos: «no estudies una carrera, Manué o Jenny, ¿pa qué? Hazte futbolista, entra en un reality show o tírate a un torero o a una tonadillera. Sale más a cuenta». Y es cierto, porque hasta para ser empresario se necesita tener cierto grado de suerte o, mejor dicho, padrinos que le amparen a uno. Si están metidos en política, que es donde se corta el bacalao, mejor.
             Siempre se ha escuchado aquello de que los jefes en las empresas son los más tontos. Aunque pudiera parecer que es el típico dicho donde se observa la envidia que a un empleado le supone que otro sea el jefe y no él, no habría que descartar parte de verdad en la afirmación. A un empleado inútil es mejor quitarlo de trabajar, para que no rompa nada, por lo que lo ascendemos a jefe, también por el hecho de que son los jefes superiores quienes nombran a los jefes inferiores, y siempre es mejor tener un jefe subordinado que no te haga sombra y que, además, sea fácil de manejar. Por lo tanto es siempre mejor elegir a un tonto para jefe. Mientras, la persona que se ha estado esforzando de verdad en el trabajo queda relegado a seguir manteniendo su puesto, con el agravio de tener que obedecer a uno que, además de quitarle el puesto, estará deseoso de hacer pagar cara a los demás la osadía de haber valido más que él mismo.
             ¿Y en el mundo de la cultura? Todos conocemos ya los tejemanejes que se traen las editoriales con aquello de los premios literarios. Todos sabemos que el Premio Planeta es algo desvirtuado en sí mismo, puesto que es más una apuesta comercial que otra cosa. Pero no sólo me refiero a ese denostado premio, sino que me refiero a cualquier premio, de mayor o menos entidad, que pulule por España (el país con más premios literarios del mundo). En España, tanto para escribir como para cualquier otra cosa, si no tienes padrino no eres nadie. No importa si vales o no, lo realmente relevante es si alguien dice «oye, que éste es amigo mío; dale una oportunidad». Sin esas palabras mágicas te conviertes rápidamente en el «hombre invisible»: nadie te ve, nadie te oye, nadie te lee...
             De tal forma, en la vida existen dos tipos de personas: los visibles y los invisibles. Para cualquier cosa que un ser visible quiera comenzar o realizar, tendrá todas las oportunidades que se le puedan dar, porque «fulanito» o «menganito» le van a ayudar en su proyecto, sea cual sea, o valga lo que valga. En cambio, si eres un ser invisible, todo lo que consigas, que generalmente será poco, te costará un tremendo esfuerzo que nadie, jamás, llegará a valorar en su justa medida. Los seres invisibles, aquellos que no tienen padrino, quizá valgan más que los visibles, pero da igual, nadie nunca lo sabrá.
             Ya lo dije en otra entrada, cada uno de nosotros es nuestra circunstancia y nosotros mismos. Nos encanta decir que Pelé fue el mejor jugador de fútbol de la Historia, o Paganini fue el mejor violinista que ha habido jamás..., pero, ¿estamos seguros de ello? Quizá el mejor futbolista haya sido un chaval de Ruanda que no tuvo la oportunidad de demostrarlo antes que lo mataran, o la mejor violinista, mejor aun que Paganini, fuera una chica rumana con grandes aptitudes que a poco de comenzar su difícil aprendizaje de tan excelso instrumento fue raptada y traída a España para su explotación sexual, por lo que dejó de tocar el violín y pasó a drogarse como premio a cada sesión obligada.
              Así, moldeados por las circunstancias que nos rodean y por los hilos que logramos tejer, o que nos tejan, sólo queda una pregunta: ¿qué tipo de persona eres, de los visibles o de los invisibles?

              El Condotiero

domingo, 29 de mayo de 2016

¿A la búsqueda de qué?

             Nadie, aún, más allá de los iluminados religiosos, han descubierto el sentido de nuestra existencia y, mucho menos, el destino que nos aguarda al finalizar ésta. Como comprenderán, no es mi pretensión descubrirlo aquí, con esta corta entrada, porque ni yo estoy preparado para hacerlo ni creo que sea el lugar apropiado. Pero siempre es un buen tema de conversación, ahora que estamos ante la trascendencia de unas nuevas elecciones generales y después que el Real Madrid haya conseguido la «undécima».
            ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra?, preguntarán ustedes. Pues nada, pero todo cuando lo que intentamos dilucidar es la trascendencia de las cosas, porque lo trascendente de algo difiere de forma radical según el punto de vista del que lo vea. Es una cuestión marcadamente subjetiva, aunque nosotros pensemos que es algo objetivo. Por ello, personas como Antonio del Castillo se enfadan cuando observan que hay más personas en una manifestación apoyando al Real Betis Balompié que protestando por la injusticia del caso de su malograda hija. Que Antonio del Castillo tenga razón o no en su enfado sólo depende del punto de vista de la persona que exprese su opinión. Pienso que casi todo el mundo estará de acuerdo con él, aunque luego actuemos de diferente forma y nos movilicemos según qué cosas.
            Es chocante darte cuenta que hay personas en el África más subdesarrollada que son tremendamente felices mientras que en el Primer Mundo nos ofuscamos con cualquier nimiedad y el índice de felicidad está por los suelos. Porque si tenemos la Playstation 3 estamos enfadados por no tener la Playstation 4. Hay «expertos» que nos dicen que el ser humano es así, que nunca está contento con lo que tiene y que esa ha sido la base de nuestro incesante avance científico. Yo no estoy del todo de acuerdo, porque esa ambición desmedida quizá sea una característica inherente al hombre blanco, pero no veo que sea así en el resto de las razas. Si estudiamos la historia del Sapiens Sapiens, desde el 100.000 antes de Cristo hasta hoy en día, nos damos cuenta que sólo una pequeña porción de ese tiempo ha tenido ese dogma como credo fundamental del Hombre. Al principio, como no podía ser de otra manera, el ser humano sólo ha pretendido ser como el resto de los animales: sobrevivir un rato más y reproducirse. Ha sido a raíz de la victoria del principio de la desaforada ambición cuando el ser humano se ha separado de los objetivos primordiales de cualquier animal: ahora muchas parejas no desean tener hijos y el índice de suicidios es tremendamente alto.
              El otro día estaba departiendo con un compañero de trabajo, con uno que le gusta jugar a los juegos de conquista y dominación, a los juegos de estrategia, vaya, e iniciamos una conversación sobre lo típico acerca de por qué España desaprovechó la oportunidad que tuvo en los siglos XVI y XVII de dominar a las demás naciones. Siempre se aduce a que el problema radicó en la intransigencia de la religión católica para aceptar nuevos estudios o avances científicos, a diferencia de las religiones cristianas protestantes, que en esa época nacieron y se consolidaron, sin olvidar una profunda decadencia consanguínea de nuestra monarquía, la Casa de Austria. Que sí, que si ustedes quieren el debate se puede hacer eterno, porque habría muchas más razones que sopesar y todas las que ustedes quieran poner sobre la mesa ya las habrán discutido miles de personas antes de ustedes, entre las que me incluyo, porque las discusiones sobre lo futurible o qué habría pasado si son mi fuerte, pero ese no es el tema principal de lo que quiero hablar. Lo que quiero dejar claro es que tanto Felipe II como el más humilde miembro de la tribu de los jíbaros se llevó lo mismo al Más Allá, o sea, nada de nada. Por ello, después de haber discutido miles de horas con mis amigos sobre el tema en cuestión, ahora, con una mentalidad más madura, pienso que la razón más importante por la que España no consiguió dominar el mundo la vemos todos los días en nuestra geografía: las terrazas de los bares.
            Ya se ha dado el golpe en la cabeza, pensarán alguno de ustedes, ¿cómo que está en la terraza de los bares? Pues sí, a los españoles nos gustan las terrazas de los bares, porque nos gusta la buena compañía, al sol, refrescándonos con cerveza fresquita y alguna que otra exquisita tapita. Y eso es lo que no tienen el resto de países del Primer Mundo. Y esa es la razón del porqué hay tantos extranjeros en nuestro país, porque a ver quién es el guapo que se pone a tomar cervecita fresquita en una terraza de Hamburgo, o de Riga, o de Bergen... Y la prueba la tenemos en Cervantes. Quizá otros se fijen en otras cosas del Quijote, pero yo en lo que más me fijo es en la cantidad de platos que Cervantes documenta en su novela, porque al español, de siempre, lo que más le ha gustado es el buen comer y el buen beber, quizá adornado todo con nuestro magnífico clima, que, desde luego, no es algo exportable. El sol lo tienes o no lo tienes, pero no lo puedes robar ni comprar. Y por eso no dominamos el mundo, ¿para qué?, si todo lo que nos gusta lo tenemos aquí. ¿Para qué nos vamos a deslomar trabajando, si lo que queremos está en el bar de abajo por unos pocos euros?
              Esa es la búsqueda que debemos realizar, la de la felicidad. Hay montones de personas que lo tienen todo y no son felices, a la vez que hay otros que lo son con muy poco. Pero para ello hay que haber sido educado en la tolerancia al fracaso. El fracaso o la derrota son muy importantes cuando sabes sacar provecho de ello, cuando aprendes las razones que te han llevado a ello para no volver a repetir dichos errores y, sobre todo, la tolerancia al fracaso te ayuda de forma definitiva a saber que todo tiene solución, menos la muerte. El que se suicida ha perdido toda la fe por su futuro, o no ve que haya solución al problema que tenga más allá de su fin en esta vida. Los padres de hoy en día, ¿educan a sus hijos en la tolerancia al fracaso?, ¿les ayudan en algo dándoles todo lo que quieren? ¿Qué pasará cuando esos niños sean adultos y se den cuenta que no pueden tener todo lo que quieren?
              A mí hay dos frases que me encantan e intento seguir, que son, «de fracaso en fracaso hasta el éxito final», que no sé de quién es, y la de «no te preocupes: si algo tiene solución, se solucionará, y si no lo tiene, no se solucionará, pero no ganas nada preocupándote», que creo que es de Sócrates. Mientras tanto, a vivir, que son dos días, y a intentar ser felices, que es lo único que recordaremos en nuestro último segundo en este mundo, cuando llegue...

                El Condotiero

sábado, 21 de mayo de 2016

El señor «X»

             Xavier Xemprú Xátiva era el nombre que aparecía en sus documentos oficiales, pero señor «X» era como se referían los demás a él. Tantos años hacía de ello que ya se había vuelto costumbre, incluso de esa forma se nombraba a sí mismo cuando autodepartía con su otro yo por mediación del espejo de su enorme cuarto de baño. El señor «X» solía levantarse temprano y ese día no fue una excepción. A diferencia del resto de la humanidad, él no entraba al cuarto de baño como primera opción, para sus abluciones matinales, sino que encendía su portátil, accediendo a las noticias que más le interesaban.
           Esa mañana las noticias de los periódicos digitales no parecían diferir en demasía de las de las últimas semanas, por lo que un gesto de disgusto se dibujó en su cara. En cambio, una sonrisa le iluminó su trabajado rostro cuando un aviso le llevó a la página web de literatura que publicaba un concurso de relatos que debía rondar sobre la palabra «amanecer». El señor «X» tenía todo lo que cualquier mortal podría ambicionar, pero pocos sabían que la escritura era su sueño prohibido. Por sólo un momento se le pasó por la cabeza participar en dicho concurso... era tan fácil... ¿qué sabrían los demás sobre el «amanecer» que él no supiera? ¿Cuántos había visto ya? Quizá demasiados.
          Con esa idea rondándolo, el señor «X» se levantó del sillón de su despacho y se dirigió a su cuarto de baño, donde le esperaba su otro yo al otro lado del espejo. Su otro yo era el tipo más listo que conocía, pero poco podría decirle acerca del amanecer, puesto que jamás había salido de su plateado encierro. Aun así, se intercambiaron la mirada y, sin comunicarse verbalmente, ambos supieron que las acartonadas arrugas de sus rostros decían que los amaneceres habían sido excesivos en número, sobre todo en los últimos tiempos, con el hartazgo permanente de ver su nombre en casi todos los titulares de prensa, con aquello de los malditos papeles del lejano país centroamericano.
       –Señor «X», ¿crees que alguna vez nos dejarán en paz esos malditos olfateadores de carroña?–terminó por decidirse a preguntarse.
         El señor «X» no esperó la respuesta de su otro yo y se dirigió a la ventana de su lujoso apartamento. En ese mismo instante comenzaba a clarear por el este, al horizonte. Era su mejor momento del día, cuando casi todos dormían y él podía disfrutar con esa claridad que se vislumbraba lejana pero que, inexorablemente, iba avanzando hacia él, hasta que le envolvía en su calidez y el gran globo naranja aparecía como surgiendo de las aguas del Mediterráneo. Era su momento y sólo suyo, que nadie habría podido quitarle. ¿Qué sabrían los demás acerca del amanecer? El señor «X» sonrió y miró hacia abajo. A sesenta y cuatro pisos sobre el suelo se le antojaba ser el rey del mundo, puesto que tanto el apartamento que coronaba el hotel bajo sus pies, como el mismo edificio eran de su propiedad, así como varios de los otros rascacielos que estaban a su alrededor, todos pilares que cimentaban su vasto emporio.
           Recordó el estúpido concurso de la palabrita «amanecer» y tuvo un choque de sensaciones. Siempre había anhelado escribir, pero no sólo por el placer de hacerlo, sino sobre todo por la fantasía de poder haberse convertido en uno de aquellos escritores de «best-sellers». Recordaba, incluso, el haber mandado varios manuscritos a editoriales, haría de aquello quizá unos cuarenta años, y aún no había recibido respuesta alguna. Era evidente que serían tan pésimos que habrían acabado en el cubo de basura de algún editor de tercera, puesto que, si los rescatasen, hoy serían publicados. Sin duda. ¿Qué darían las editoriales actuales por publicar sus memorias o alguna otra cosa, ahora que era un personaje que estaba en boca de todos debido a la mierda removida por los casos de corrupción del levante español? Y, mientras, veía cómo Benidorm iba dorándose con el sol oriental que invariablemente acudía a su cita diaria.
          Sí, él lo tenía todo, pero ¿qué no daría por un nuevo amanecer?, ¿qué no daría por un nuevo comienzo? Sí, lo tenía todo, pero ¿para qué?, ¿a quién iba a cedérselo? Estaba solo y no había tenido la suerte de concebir hijos, ¿o había sido otra de las pruebas de su eterno egoísmo? Su esposa, a la que había perdido hacía unos años, sí había querido tener algún bebé al que arrullar, pero él siempre le decía que más adelante, que ahora no era el momento, hasta que el momento pasó. Y si no tenía a nadie a quien dejarle todo lo conseguido en su dilatada vida, ¿qué sentido tenía seguir luchando contra todo y contra todos? ¿Para qué quería un nuevo amanecer? ¿Qué podría hacer él por los demás?, ¿él, que nunca había hecho nada de forma desinteresada?
           Y observando la ya iluminada ciudad a sus pies lo tuvo claro. El señor «X» sí que podía hacer algo por los demás, sí que podía hacer un único y último servicio a aquéllos que en esos momentos se levantaban para acudir a sus precarios puestos de trabajo con los que conseguir un mísero sueldo y sobrevivir un mes más...
           La forense que acudió una hora más tarde al lugar acordonado por la Policía Nacional, al pie del más lujoso de los hoteles de Benidorm, certificó la muerte del anciano estrellado contra las losas de la acera. También guardaron entre los efectos personales del fallecido un documento que lograron arrebatar de sus cerrados dedos, un documento escrito a mano donde declaraba que dejaba todas sus posesiones a los más desfavorecidos de su ciudad. Lo que no certificó en su informe la forense fue que, aunque el cuerpo estaba prácticamente destrozado, una postrera sonrisa iluminaba todo su rostro, como si con ello hubiera vencido a la muerte, o, tal vez, a la vida.

            Enrique A. Cadenas

sábado, 30 de abril de 2016

Don Quijote de la Janda

             Conducía Don Quijote su moto BMW, anticuada pero fiel como ninguna otra, acompañado en el sidecar por su amigo Sancho, más fiel si cabe, puesto que aun sabiendo de la locura de su amigo no lo abandonaba en sus continuas cuitas. Conducía Don Quijote, como iba diciendo, por los agrestes terrenos que bordean Medina Sidonia, tierra de aromas y de otras delicias, cuando percibió, a lo lejos, lo que parecía una funesta estampa.
―Mira, amigo Sancho―indicaba el motorista con un dedo hacia lontananza―, cómo se debate aquel pobre prisionero en manos de un cíclope gigante. ¡Voto a Cristo que yo, Don Quijote, liberaré a ese pobre desgraciado de sus penurias!
―¿Por qué hablas así, Alonso?—preguntó Sancho, acongojado― ¿Otra vez con ésas? Además, eso de ahí no es un cíclope ni nada que se le parezca, sino un molino eólico, y el prisionero que ves no es otra cosa que un miembro del personal de mantenimiento, trabajando en altura y asegurado por cuerdas y arnés.
―Claro, amigo Sancho―sonrió el piloto, condescendientemente―. Eso es lo que ves, porque eso es lo que el malvado Perigorte quiere que veas… Pero yo, Don Quijote, conozco sus malas artes y estoy protegido ante sus hechizos. Distingo a la perfección su ojo central y observa cómo mueve sus tres brazos para poder cazar al desdichado que intenta escapar de su captura.
En esto frenó la moto y se bajó al instante, corriendo hacia una larga estaca que tiempo ha habría servido para sostener alguna alambrada con la que mantener alejados a los amigos de lo ajeno.
―¿No es una señal, amigo Sancho, que justo cuando la necesite se me aparezca como por ensalmo la Lanza de Longinos?—mostró la estaca Alonso a su amigo cuando volvió junto a la BMW, ante la estupefacción de éste―No estás apresto para aquesta aventura, por lo que te conmino a que te apees de tu montura y contemples cómo derroto a tan maléfica criatura.
―Pe… pero… Alonso…―tartamudeaba Sancho, cuya camaradería para con su amigo chocaba de forma abrupta con su propio instinto de supervivencia.
―No te lo repetiré de nuevo, Sancho, porque aunque tú dispongas de tiempo, aquel pobre apaleado está sobrado de mamporros.
Sancho se bajó del sidecar, moviendo su cabeza hacia los lados, a la vez que su amigo se cerraba el visor de su casco, a modo de celada, y se colocaba la estaca bajo su axila derecha.
El ambiente se enrareció cuando Alonso dio gas a su vetusta motocicleta y salió disparado con dirección al molino.
―¡Que no es un gigante! ¡Que es un molino!—pudo gritar Sancho, aunque no tan fuerte para que su advertencia traspasara el explosivo estruendo del motor de la BMW.
Sancho, compañero leal pero no loco, corrió en pos de su amigo, que acortaba las varas que le distaban de su pretendido enemigo a una velocidad superior a la que debiera, pues montaba una motocicleta que no estaba preparada para recorrer el campo a través, ni su piloto tampoco. Pudo observar cómo, de repente, de detrás de una loma aparecía uno de los toros que solían pacer por aquellos lares. No una vaca ni un toro cualquiera, sino un toro de los más bravos del país, de aquéllos que una vez al año hacían un largo viaje hasta Pamplona, precedidos por su cruel fama, ya que pertenecían a la ganadería de Cebada Gago, propietario también de las tierras que en ese momento hollaban.
Nada pudo hacer Sancho para avisar a su descuidado amigo, cuya visión periférica quedaba seriamente perjudicada por el casco que portaba, cual yelmo de caballero. El morlaco, pues de eso se trataba, embistió el lateral de la motocicleta tal como ésta pasó a su vera, dando al traste con la alocada carga de su piloto, para después largarse por donde había venido, con la cabeza bien alta, orgulloso de su fácil victoria.
Cuando Sancho llegó junto a su despatarrado amigo, vergonzosamente descabalgado de su potente montura y desarmado de su sagrada lanza, respiró hondo, puesto que Alonso sólo mostraba heridas en su castigado orgullo, y le escuchó decir:
―¡Vencido por el malvado Perigorte y su afecta Pasifae! ¿Te has fijado, Sancho, cómo el Minotauro me ha atacado con traición y alevosía?
―¿Has visto eso, Manolo?—preguntó en ese momento el trabajador colgado de los cables en lo alto del molino eólico a su compañero, que acababa de asomarse por la portezuela de la maquinaria.
―¡Hay gente pa tó, pisha!—contestó el compañero, con una burlona sonrisa en su cara.

           Enrique A. Cadenas

sábado, 23 de abril de 2016

Aquellos miles de héroes olvidados

             En estos días en los que un gran número de personas, instituciones y gobiernos celebran las efemérides más importantes de la Historia de la Literatura Universal, por el cuarto centenario de las muertes de Cervantes y Shakespeare, los grandes «monstruos» de las letras hispanas e inglesas, respectivamente, y otros cuantos «colgados» están a la espera de la llegada de la sexta temporada de la serie Juego de Tronos, nos olvidamos de otro de infausto recuerdo: el trigésimo aniversario de la explosión del cuarto reactor de la central nuclear de Chernobyl.
            El ser humano es muy dado a olvidar y sólo recuerda las cosas que le conviene, expulsando de su mente aquellos momentos difíciles de digerir. Pues yo no quiero ser uno más y me gustaría hacer un pequeño homenaje a esas decenas de miles de héroes sin los cuales ahora no estaríamos donde estamos. Podríamos estar, sí, pero en otro lugar, no aquí.
            La explosión del cuarto reactor de la central ucraniana supuso un grave accidente cuyas consecuencias aún las padecen los pocos supervivientes que actuaron de alguna forma en su paliación o que simplemente vivían cerca, pero no sabemos hasta qué punto le segunda explosión, que no llegó a producirse, hubiera transformado la vida en la vieja Europa. Y esa segunda explosión no llegó a producirse gracias al titánico esfuerzo y sacrificio de miles de bomberos, militares, policías, pilotos, mineros, periodistas, trabajadores de distinta índole y otros más… Políticos, ah, no, los políticos soviéticos no intervinieron de forma alguna en la resolución del problema, sólo para incrementarlo. Pero no se lleven ustedes a error, si creen que esto es una crítica a los políticos soviéticos, ya que los políticos de cualquier signo nunca se hallan en los lugares donde se encuentran los verdaderos «fregaos».
            La importancia de lo ocurrido en Chernobyl no está sólo en lo que podría haber ocurrido y no ocurrió, sino que también está en que fue el principio de la desintegración del «Segundo Mundo», el mundo soviético y sus satélites, puesto que las mentiras y las dilaciones de la cadena de mando militar y gubernamental soviética llegó hasta lo más alto del Politburó y el mismo Gorvachov se tuvo que enterar por los ingenieros nucleares suecos de lo que en realidad estaba ocurriendo en su propio país. A partir de ahí, todo cambió en la antigua URSS, tomando un camino que llevaría a su extinción.
            Recordemos, por tanto, a aquellos miles de olvidados héroes que, sin recibir contraprestación alguna, sacrificaron su futuro y dieron lo único que poseían, su salud, por el bien de todos, incluidos nosotros, los habitantes del «Primer Mundo», al otro lado del Telón de Acero. Si bien es cierto que el problema lo originaron los soviéticos y de los soviéticos debía partir la solución, también es de recibo puntualizar que la gran mayoría que cayó intentando, y consiguiendo, evitar un desastre aun mayor, no fueron los que produjeron el accidente ni los que lo incrementaron negando en un principio la verdad.
            Debemos darnos cuenta que, por norma general, son los que nada tienen y los que nada esperan tener los que más generosos se suelen mostrar. El pobre y el apaleado será siempre el que arriesgará su vida por los demás, ya que el rico la tiene en demasiada estima para donarla a unos desconocidos. Los soviéticos, sus sempiternas mentiras y su «chapucerismo» habitual produjeron el accidente de Chernobyl, pero fueron sus gentes, los abnegados y apaleados ciudadanos rusos y ucranianos los que se sacrificaron por Europa. Sería curioso ver qué hubiéramos hecho los europeos occidentales en una situación similar. ¿Sacrificarían sus vidas por los demás los miles de «tontolabas» que se reunieron en Madrid para que ganara GH VIP el tal Carlos Lozano, o los que se manifestaron para que el Betis no descendiera de categoría?

            El Condotiero