domingo, 22 de octubre de 2017

¿Por qué nuestro sistema democrático está muerto?

             Es lamentable, pero no queda otra que alzar la voz para que todos podamos ser conscientes de que se trata de una verdad que duele: nuestro sistema democrático está muerto.
            Sí, amigos, lo está, pero lo que no estoy tan seguro es de que en realidad se trate de un verdadero sistema democrático. Lo he repetido hasta la saciedad y lo volveré a decir todas las veces que haga falta, ya que no creo que sea malo que la gente sepa con certeza dónde vive y cuáles son las normas absolutas que les afecta. Así, anunciaré de nuevo que no puedo considerar como una democracia real un sistema que sólo te da la oportunidad de echar un papelito cada cierto tiempo en una papelera, puesto que un papel no sirve de casi nada. Y no sirve de casi nada primero porque los votos no son iguales según el lugar donde sea emitido; segundo porque tú participas en unas elecciones con las expectativas puestas en que tu voto va a servir para aupar a un representante político el cual te va a representar, cosa que no es cierta porque quizá sea probable que ese voto, por mor de los pactos, sirva para aupar en el gobierno a otro político el cual tú no querías y al cual tú no habías votado; y tercero porque nada ni nadie te asegura que el programa emitido por el representante al cual tú votas sea el que finalmente se ponga en actuación.
            Ya he comentado en varias entradas que el sistema electoral que tenemos es, a todas luces, injusto, funcionando únicamente para beneficiar a los partidos más votados, por lo que es más que evidente que éstos jamás enmendarán un sistema electoral el cual les ha aupado al lugar que ocupan. Y los partidos perjudicados por el sistema electoral carecerán de poder para cambiarlo.
            También es comprensible estar en desacuerdo con un sistema político que permite a un partido engañar a sus ciudadanos y no cumplir ni siquiera el 10% del programa electoral por el cual se ganó la confianza del pueblo, que, según la Constitución, es el que posee la soberanía. Pues resulta que la soberanía la cede gratuitamente a unos políticos que lo engañan y ante los cuales no puede hacer nada hasta las siguiente elecciones, en las que será engañado de nuevo.
            Sobre los pactos de los partidos para «repartirse» los asientos mejor no decir nada, porque la gran mayoría de los votantes está en su contra y si es verdad que en ocasiones el gobierno sería del todo imposible sin ellos, también es cierto que los pactos no se realizan con el fin exclusivo del bien del representado o de un bien mayor, o sea, de todos los ciudadanos, sino que se realizan con el oscuro deseo de aunar poder.
            Creo que de todo lo anterior ya he hablado suficiente, pero hoy quiero comentar algo que no ocurrió, o no al menos de la misma forma, en las democracias de verdad, es decir, en las de las polis griegas democráticas o en la Roma del siglo I a.C.: la disciplina de partido.
            Es algo que socava la democracia de un país, puesto que estamos hartos de escuchar que si uno quiere cambiar algo puede meterse a político y cambiarlo desde dentro. Yo discrepo de esto último puesto que el propio sistema creado lo imposibilita, ya que la disciplina de partido te obliga a acatar todo lo que el partido en el cual militas dice o hace, por mucho que no estés de acuerdo. Si discrepas, patadita en el culo y a tomar viento. De tal forma, la única forma de que pudieras hacer algo es comenzar desde arriba y no escalón a escalón.
            Si empiezas desde abajo del todo, que es lo más lógico, irás aprendiendo a mantener tu boca cerrada y a asimilar las ideas de los líderes de tu partido como tuyas. Cuando, si lo consigues, llegues a la cima, después de 20 años de vil servilismo, tendrás tan tatuada la lección, que más que lección sería aleccionamiento, que ya ni te acordarás cuáles fueron los encomiables motivos por los que te hiciste político. Serás uno más de los muchos que hay y, probablemente, un mediocre, puesto que si fueras una persona válida no habrías llegado al vértice de la pirámide, debido a que tus valores como persona te habrían hecho apearte del viaje al éxito político mucho antes de que tuviera lugar.
            Algunos pensarán que exagero un tanto, pero nada más que hay que sentarse un rato en la terraza de un bar en cualquiera de las ciudades españolas para advertir que nadie toma el café de la misma forma que el de al lado, por lo que ante tantas maneras de pensar y opiniones diferentes que enarbolamos, lo cual nos hace intelectualmente más ricos, es difícil de creer que todos los integrantes de un mismo partido piensen igual. Hay una ejecutiva del partido que dicta cómo deben pensar los miembros del mismo, y si existe alguna discrepancia en la ejecutiva, será el presidente del partido el que guiará el camino. Algunos pensarán que debe existir un líder evidente en un partido, y yo a ésos les digo que no es lo mismo liderazgo que tiranía, que es lo que suele ocurrir en los partidos políticos españoles. De hecho, cuando hay algún tipo de democracia interna en los partidos, vemos cómo el vencedor realiza una purga incruenta con sus otrora adversarios.
            De esta forma observamos que el sistema democrático impuesto no puede cambiarse desde fuera, pero tampoco existe la posibilidad de cambiarse desde dentro y éste es el verdadero problema, ya que un sistema que no puede ser renovado, reformado o remodelado, pronto quedará obsoleto (en nuestro caso, no ha llegado ni a cuarenta años para ello) y los que vivan bajo su yugo lo harán o cabizbajos o desesperados, con la única opción viable de amoldarse a una vida de fútbol y Sálvame, para que las pocas neuronas que queden no te obliguen a salir a la calle y a acabar con todo y con todos... Total, si como se suele decir en los tanatorios, no somos nadie...

            El Condotiero

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