Me
he fijado en que, últimamente, se está dando una curiosa discusión
en foros y otras redes sociales acerca de la posible desaparición de
los signos iniciales de interrogación y exclamación de nuestra
querida lengua castellana. Por fortuna, aún continúan siendo
mayoría los que creen que deben mantenerse, pero ya de por sí es
sintomático que algo de esta guisa sea ponderado.
Como
es tan evidente que su necesidad en nuestro idioma es manifiesto,
tardaré poco en explicarlo, y es que resulta que en la gran mayoría
de idiomas se da un cambio de orden de los elementos oracionales que
ayuda al oyente o al lector a saber cuándo una frase es
interrogativa o exclamativa, sin necesidad del signo final de
interrogación o exclamación, que sólo sirve para finalizar la
dicción de esa misma forma. Además, también suelen contar, tales
idiomas, con auxiliares al comienzo de las oraciones de este tipo,
cosa que no es así en el español.
Nuestra
lengua se diferencia del resto en que no cambia su orden en la
construcción ya sea una oración enunciativa, exclamativa o
interrogativa. De tal forma, la única clave que existe en el
lenguaje escrito español para distinguir si una oración es del tipo
de las anteriores es explicitando los signos de exclamación e
interrogación, tanto iniciales como finales. Y en el lenguaje oral
la diferencia está en la curva melódica tanto exclamativa como
interrogativa, que en otros idiomas sólo se produce al final de la
frase. Nuestro idioma es tan rico que tenemos las oraciones
exclamativas e interrogativas indirectas, que son las introducidas
por los pronombres exclamativos e interrogativos sin la necesidad de
sus signos específicos.
La
cuestión es: ¿por qué se está dando una degeneración del
lenguaje escrito? Podríamos decir que también está ocurriendo con
el lenguaje hablado, pero esto ha sido así siempre. Es el motivo que
suelen dar los que desean los cambios a su comodidad, que el lenguaje
cambia debido a sus propios usuarios.
No
negaré que el habla de los parlantes ha condicionado el uso de la
propia lengua, pero también es verdad que los cambios en el lenguaje
escrito han sido más lentos que en el lenguaje oral y siempre por
cuestiones de peso. La razón es obvia: todos han sabido siempre
hablar, mejor o peor, pero han podido comunicarse de forma oral,
mientras que sólo un pequeño porcentaje de la población estaba
alfabetizado y era, precisamente, el sector de población más culto.
¿Qué
quiero decir con esto? Pues que la democratización absoluta del
lenguaje escrito está permitiendo a los miembros menos preparados de
la sociedad opinar sobre algo que ni entienden ni saben. Comprendo
perfectamente que le gente no use un lenguaje refinado en plataformas
comunicativas como WhatsApp (yo tampoco lo hago), puesto que su
finalidad no es ganar un premio Nobel de Literatura, sino la fluidez
en el intercambio de ideas, pero de ahí a querer que las normas de
una lengua escrita tan rica y maravillosa como la española se
amolden a ellos hay un trecho, y bien gordo.
Deberíamos
entender, todos, que el lenguaje oral jamás será idéntico al
escrito. Un ejemplo: «quillo, pisha, ¿cómo anda tu vieja?» en un
encuentro entre dos amigos en plena calle, no puede ser igual a la
misma pregunta en una carta, que sería tal que así «Estimado Juan:
te escribo para informarme del estado de tu madre y, de paso, darte
ánimos con mi apoyo, que sabes que lo tienes». Evidentemente, esto
último, que formalmente escrito es impecable, sonaría bastante
cursi en una conversación casual. Y también deberíamos entender
que una conversación escrita en WhatsApp es lo más parecido posible
a una charla oral.
Por
ello, que existan personas que quieran que las formas de comunicarse
modernas sean extrapoladas a la culta forma de escritura, sólo por
su comodidad, me parece una manera de denigrar la esencia misma de la
lengua escrita, en este caso de la castellana, con tantos y tantos
ejemplos de intelectuales que la han usado para dar a conocer sus más
profundos pensamientos e inquietudes.
Pero
esto es así en todos los parámetros de la vida, como ya dije en mi
entrada anterior, y cualquiera se ve capaz de discutir cada cosa ante
los más preparados sin tan siquiera documentarse mínimamente. El
problema no es éste, pues con no hacer ningún caso a estos
elementos de la sociedad estaría más que resuelto, lo que ocurre es
que hay mucha gente e instituciones de todo tipo que dan pábulo a
sus reivindicaciones, por muy absurdas que sean. Así, la RAE está
cometiendo el error de igualar por lo bajo, de la misma forma que se
hace en los colegios e institutos españoles. Como no podemos
conseguir que los más incultos (que lo son porque quieren, puesto
que en la actualidad la cultura está al alcance de todos) se pongan
a la altura de los más cultos, o lo más flojos a la de los más
esforzados, pues la solución está en bajar todos los niveles
culturales y académicos, como si fuera la panacea encontrada para
evitar significativas diferencias en las distintas capas de la
población.
Así
nos va y ahsi noz hira...
El
Condotiero
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