sábado, 30 de enero de 2016

La gran fábrica de borregos

             A la inmensa mayoría le gusta salir un viernes por la noche para dar una vuelta, aunque no todos tienen la inmensa suerte de poder hacerlo, al menos con cierta regularidad, debido, sobre todo, a cuestiones económicas. Para los que nos encontramos en dicha situación, lo normal es apoltronarse sobre el sofá delante del televisor, para dejar descansar las neuronas que aún funcionan, si, como en mi caso, uno está estudiando oposiciones o, más concretamente, después de haber estado haciendo un gran bol de ensaladilla rusa para la cena de la sesión intensiva de rol del día siguiente, donde intentaremos matar el mayor número de orcos, trolls o lo que el árbitro quiera ponernos por delante.
En fin, que en esas estaba, haciendo zapping para encontrar algo bueno con que entretenerme, habida cuenta de lo penosa que es la programación española, pero, para mi sorpresa, pasé tres horas la mar de entretenido. En el segundo canal de la Televisión Española pasaron un documental, de dos capítulos seguidos, en el que se relataba la vida del príncipe Eugenio de Saboya. Siendo un personaje prácticamente desconocido en España, puesto que en esa época nos pilló un poco liados con el tema de la Guerra de Sucesión, tras la muerte de Carlos II, ha de reconocerse su importancia con carácter europeo. No sólo frenó las ansias expansionistas turcas, evitando con ello que el Imperio Otomano y su cultura se enseñoreasen del centro de Europa, sino que además fue un gran genio financiero que logró una de las mayores fortunas de su tiempo, ayudando con ello y con su habilidad militar a sentar las bases del Imperio Austrohúngaro, viéndose así convertido en una de las mayores potencias del viejo continente hasta su desmembramiento en 1918.
Al terminar dicho doble documental, con los que pasé dos horas de mi tiempo, echaron otro documental sobre los comienzos de los ordenadores personales. Fue interesantísimo, puesto que todos conocemos los nombres de Wozniak, Jobs, Gates, etc, pero creo que poca gente sabe que fueron tres jóvenes italianos, allá por los principios de la década de los 50 del siglo anterior, los que tuvieron la fenomenal idea de convertir los mega ordenadores que ocupaban habitaciones enteras en pequeñas máquinas, no más grandes que una de escribir, para dar así comienzo a lo que serían los ordenadores personales. Todos los que vinieron después, como los nombres antes mencionados, se basaron en la máquina diseñada por esos tres jóvenes y producida por Olivetti, llamada Progamma 101. Los problemas financieros a los que tuvo que hacer frente esta empresa en la década posterior, vendiendo su departamento informático a General Electric, impidieron que dicha empresa italiana se convirtiera en el peso pesado de la industria informática en los años posteriores. ¿Quién sabe? Si esto no hubiera sido así, quizá hoy el sistema operativo usado por la gran mayoría no fuera Windows, sino Finestre.
Os estaréis preguntando a qué viene todo esto. Pues sí, es un largo prólogo para poner en antecedentes mis ideas, ya que mientras yo me distraía de esta guisa ante la denominada caja tonta, otros muchos sintonizaban otros canales, viendo programas como Sálvame o Tu cara me suena. Evidentemente, cada uno tenemos nuestros gustos y poseemos, de momento, la libertad para atender los programas que queramos, por lo que no voy a criticar si alguien vio este programa o aquel otro, a nivel particular, pero me parece lamentable que el programa de Antena3 llegase al 25% de la audiencia televisiva, y los bodrios de Tele5 a casi el 20%, mientras los estupendos y edificantes documentales que yo me tragué apenas alcanzaron al 2% de la población que en esos momentos estaba ante un televisor.
Con todo esto quiero destacar, una vez más, el aborregamiento al que estamos sometidos por parte de los medios de comunicación, conchabados con los gobiernos que sufrimos, dedicados más a esconder la cultura y a difundirla lo menos posible, subiendo los impuestos de forma escandalosa, como el IVA a los productos culturales, comparándolos con coches o yates de lujo, por ejemplo, o multando a los escritores jubilados por recibir royalties de novelas escritas mucho antes de su jubilación. Eso sí, si eres jubilado pero tienes dinero en acciones, el producto de ese peculio no cuenta para perder tu derecho a recibir la subvención de la jubilación. Las consecuencias suelen tener unas causas, lógicamente, y las causas que veo en todo esto son los intereses de los políticos en tener aborregados al personal, en un declive generalizado del cociente intelectual de los votantes.
Pero los votantes somos los que, en último término, tenemos la culpa de lo que ocurre, por seguir pulsando los botones de la telebasura que nos ponen por delante. Lo peor de todo es que luego nos quejamos de cómo está el país. Qué queremos, si un viernes por la noche tenemos a casi la mitad de la población que se quedó en casa ante un televisor ensimismados por unos programas que invitan a sus espectadores a suicidarse mentalmente…

El Condotiero

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