lunes, 7 de diciembre de 2015

Viraje hacia la xenofobia

             Es preocupante, aunque no por menos esperado, el triunfo que ha tenido el Frente Nacional, de la ultraderechista Marine Le Pen, en las elecciones regionales francesas. En los últimos años ha estado ganado protagonismo el ultraderechismo en Francia, pero hasta ahora no había conseguido ningún triunfo. Hasta ahora, repito. Claro, el caldo de cultivo es propicio, con los recientes atentados de París.
            La Historia se suele repetir, y aquí tenemos un ejemplo de ello. ¿Qué le pasa a la sociedad francesa? Una sociedad atacada en sus profundos cimientos democráticos, pero no por extranjeros, ya que se ha demostrado que la mayoría de los yihadistas que atacaron la noche del 13-N eran franceses de nacimiento. Los franceses de pro, es decir, blancos, católicos y demócratas, amantes del vino, del queso y de los croissants, están hartos de convivir con personas que no consumen estas delicias, que tienen otra religión y que, en definitiva, no se adaptan al modo de vivir francés y europeo.
            A mí me recuerda sobremanera a lo ocurrido en la Alemania de los años 30, una Alemania que sufría las consecuencias de su derrota en la Gran Guerra, a lo que había que sumar la crisis económica del 29 y la debilidad de su régimen democrático. La gente, inculta e ignorante por regla general, se arrimó a las ascuas que más calentaban, y ésas eran un nuevo partido político que prometía empleo y recuperación del orgullo nacional. Además, echaba las culpas de todo lo que les ocurría a los alemanes no a ellos mismos, sino a los judíos, una gente que tenía otra religión y otras costumbres, y que sobrellevaba mejor la crisis económica, puesto que el clientelismo judío siempre ha sido encomiable. Creemos que a los españoles nos encanta echar las culpas de lo que ocurre a los demás, en lugar de revisar nuestros propios errores, pero parece que es algo europeo, occidental, propio de nuestra civilización.
            Como sabemos, el Partido Nazi llegó al poder en Alemania, y ahora los ultraderechistas se están aprovechando de una favorable coyuntura para aumentar sus expectativas de votos. Claro, la culpa de todo la tienen los musulmanes extranjeros que campan a sus anchas por nuestro país, dirán los franceses, por tanto, votemos a los que quieren que Francia sea de los franceses. Nadie se atrevería a explicarles ahora a los franceses, que no están para discutir nada, sólo para bombardear Siria, que somos los occidentales los culpables del nacimiento y maduración del yihadismo, y que nosotros hemos hecho auténticas perrerías en sus países y que únicamente desean vengarse, y con parte de razón.
            Pero no es un fenómeno único, sino que el renacer del ultraderechismo es algo general en Europa, desde Grecia hasta Alemania. En Grecia echan la culpa de sus problemas a la gran cantidad de inmigrantes que hay en su suelo, sin mirarse a sí mismos y a la penosa gestión de sus gobernantes y a la corrupción generalizada de la sociedad griega, que ha estado viviendo muy por encima de sus posibilidades. En Alemania ya no se quiere a los turcos, los cuales han estado trabajando en multitud de puestos que eran tan necesarios como denigrantes, a la vista del alemán medio, pero ahora hay muchos turcos y la situación económica no es tan boyante como debiera, pues aún se está pagando el meter a la atrasada Alemania Oriental dentro del capitalismo.
            Y no nos olvidemos de España. También hemos vivido por encima de nuestras posibilidades en los principios de este siglo, que parecía que el que no tuviera un Audi o un BMW y un piso en el mejor barrio de la ciudad era un don nadie. Ahora que hemos despertado bruscamente del sueño especulador, nos damos cuenta que hay demasiados sudamericanos en nuestro suelo.
            No es que seamos xenófobos, ya que sólo lo somos cuando vemos que el que no pertenece a nuestra cultura tiene más que nosotros o cuando no tenemos a nadie más al que achacar los problemas que nos acucian. Pero eso es algo humano. Somos así, lo hemos sido siempre y lo seguiremos siendo. Siempre miraremos con odio a nuestro vecino más rico, pero más si las cosas nos van mal, aunque a él le vaya peor.
            ¿Qué hacen ellos? Los inmigrantes cometen el fallo de no adaptarse al entorno que los rodea. Hay un viejo dicho que reza «done fueres, haz lo que vieres». Ellos no renuncian a su forma de vivir ni a su religión, pero es que eso es igual de humano que lo de la xenofobia. Es más, la mayoría de yihadistas europeos eran inmigrantes de segunda o de tercera generación. Sus padres o abuelos, no tan occidentalizados, no se inmolan contra quienes los odian.
            Lo que veo es que no hay posible solución al respecto, puesto que el giro xenófobo es algo humano e inconsciente, fruto de la ignorancia de las gentes, que no lee y tampoco deja de ver programas basura, o fútbol y toros, que los idiotizan. Votar a la ultraderecha no va a servir de nada, sólo para radicalizar el ambiente, más si cabe. Y los inmigrantes tampoco van a dejar de amar a su antigua patria, a la patria de sus padres o abuelos. Sería como pedirle a un español en Berlín que dejara de hacer tortillas de patata. Eso me lleva a pensar en un graffiti que vi en una pared que siempre me pareció la mar de tonto, pero ahora, con nuevas perspectivas, me parece bastante profundo, y que decía: «tortilla olé». En Cádiz, la filosofía está en la calle.

            El Condotiero

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