Es
preocupante, aunque no por menos esperado, el triunfo que ha tenido el Frente
Nacional, de la ultraderechista Marine Le Pen, en las elecciones regionales
francesas. En los últimos años ha estado ganado protagonismo el ultraderechismo
en Francia, pero hasta ahora no había conseguido ningún triunfo. Hasta ahora,
repito. Claro, el caldo de cultivo es propicio, con los recientes atentados de
París.
La Historia se suele repetir, y aquí
tenemos un ejemplo de ello. ¿Qué le pasa a la sociedad francesa? Una sociedad
atacada en sus profundos cimientos democráticos, pero no por extranjeros, ya
que se ha demostrado que la mayoría de los yihadistas que atacaron la noche del
13-N eran franceses de nacimiento. Los franceses de pro, es decir, blancos,
católicos y demócratas, amantes del vino, del queso y de los croissants, están
hartos de convivir con personas que no consumen estas delicias, que tienen otra
religión y que, en definitiva, no se adaptan al modo de vivir francés y
europeo.
A mí me recuerda sobremanera a lo
ocurrido en la Alemania de los años 30, una Alemania que sufría las
consecuencias de su derrota en la Gran Guerra, a lo que había que sumar la
crisis económica del 29 y la debilidad de su régimen democrático. La gente,
inculta e ignorante por regla general, se arrimó a las ascuas que más
calentaban, y ésas eran un nuevo partido político que prometía empleo y
recuperación del orgullo nacional. Además, echaba las culpas de todo lo que les
ocurría a los alemanes no a ellos mismos, sino a los judíos, una gente que
tenía otra religión y otras costumbres, y que sobrellevaba mejor la crisis
económica, puesto que el clientelismo judío siempre ha sido encomiable. Creemos
que a los españoles nos encanta echar las culpas de lo que ocurre a los demás,
en lugar de revisar nuestros propios errores, pero parece que es algo europeo,
occidental, propio de nuestra civilización.
Como sabemos, el Partido Nazi llegó
al poder en Alemania, y ahora los ultraderechistas se están aprovechando de una
favorable coyuntura para aumentar sus expectativas de votos. Claro, la culpa de
todo la tienen los musulmanes extranjeros que campan a sus anchas por nuestro
país, dirán los franceses, por tanto, votemos a los que quieren que Francia sea
de los franceses. Nadie se atrevería a explicarles ahora a los franceses, que
no están para discutir nada, sólo para bombardear Siria, que somos los
occidentales los culpables del nacimiento y maduración del yihadismo, y que
nosotros hemos hecho auténticas perrerías en sus países y que únicamente desean
vengarse, y con parte de razón.
Pero no es un fenómeno único, sino
que el renacer del ultraderechismo es algo general en Europa, desde Grecia
hasta Alemania. En Grecia echan la culpa de sus problemas a la gran cantidad de
inmigrantes que hay en su suelo, sin mirarse a sí mismos y a la penosa gestión
de sus gobernantes y a la corrupción generalizada de la sociedad griega, que ha
estado viviendo muy por encima de sus posibilidades. En Alemania ya no se
quiere a los turcos, los cuales han estado trabajando en multitud de puestos
que eran tan necesarios como denigrantes, a la vista del alemán medio, pero
ahora hay muchos turcos y la situación económica no es tan boyante como debiera,
pues aún se está pagando el meter a la atrasada Alemania Oriental dentro del
capitalismo.
Y no nos olvidemos de España.
También hemos vivido por encima de nuestras posibilidades en los principios de
este siglo, que parecía que el que no tuviera un Audi o un BMW y un piso en el
mejor barrio de la ciudad era un don nadie. Ahora que hemos despertado
bruscamente del sueño especulador, nos damos cuenta que hay demasiados
sudamericanos en nuestro suelo.
No es que seamos xenófobos, ya que sólo
lo somos cuando vemos que el que no pertenece a nuestra cultura tiene más que
nosotros o cuando no tenemos a nadie más al que achacar los problemas que nos
acucian. Pero eso es algo humano. Somos así, lo hemos sido siempre y lo
seguiremos siendo. Siempre miraremos con odio a nuestro vecino más rico, pero
más si las cosas nos van mal, aunque a él le vaya peor.
¿Qué hacen ellos? Los inmigrantes
cometen el fallo de no adaptarse al entorno que los rodea. Hay un viejo dicho
que reza «done fueres, haz lo que vieres». Ellos no renuncian a su forma de
vivir ni a su religión, pero es que eso es igual de humano que lo de la
xenofobia. Es más, la mayoría de yihadistas europeos eran inmigrantes de
segunda o de tercera generación. Sus padres o abuelos, no tan occidentalizados,
no se inmolan contra quienes los odian.
Lo que veo es que no hay posible
solución al respecto, puesto que el giro xenófobo es algo humano e
inconsciente, fruto de la ignorancia de las gentes, que no lee y tampoco deja
de ver programas basura, o fútbol y toros, que los idiotizan. Votar a la
ultraderecha no va a servir de nada, sólo para radicalizar el ambiente, más si
cabe. Y los inmigrantes tampoco van a dejar de amar a su antigua patria, a la
patria de sus padres o abuelos. Sería como pedirle a un español en Berlín que
dejara de hacer tortillas de patata. Eso me lleva a pensar en un graffiti que vi
en una pared que siempre me pareció la mar de tonto, pero ahora, con nuevas
perspectivas, me parece bastante profundo, y que decía: «tortilla olé». En
Cádiz, la filosofía está en la calle.
El Condotiero
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