sábado, 5 de diciembre de 2015

Depredadores insaciables

             El viernes, en el segundo canal público de nuestro país, vi un documental que me impactó. Sé que a esa hora habría cosas más interesantes que ver en el canal que tiene un número 5, como algún asunto sucio entre la Belén Esteban y cualquier otro contertulio de altura, ya sea familiar de fenecida tonadillera o antiguo esnifador de todo aquello que fuera blanco y en polvillo, pero es que yo soy masoca y me gusta ver horteradas.
            Aun así, recomiendo la visualización de dicho documental, puesto que no creo que deje a nadie indiferente. Se titula La era de la estupidez y trata del calentamiento global y la carrera que estamos haciendo por la sistemática destrucción del medioambiente. Pero no es otro documental más, puesto que su originalidad radica en cómo está explicado. El narrador, un archivero, graba un mensaje para que pueda ser visualizado por quien sea, pero lo hace en el año 2055, por lo que narra sus propias vivencias, además de las experiencias de otras personas que aparecen en vídeos que tiene en su inmenso archivo. O sea, que no habla de posibles o futuribles, sino de cosas que para él ya han ocurrido.
            Sé que es sólo una forma de hacerlo y que algunos podrían tachar de demagógico, puesto que no hay seguridad al 100% de lo que pasará en un futuro ya no tan lejano, pero sí dice la verdad en cuanto que todos los síntomas que están apareciendo los estamos desoyendo, por regla general. Es evidente que la principal culpa la tienen nuestros políticos y los grandes empresarios del mundo, que sólo ponen sus miras en el balance de resultados y no en el posible daño que estén produciendo al medio ambiente.
            Pero aunque ellos sean los principales responsables, no son los únicos, puesto que todos nosotros nos hemos dejado envolver por el espíritu del consumismo, creyendo que teniendo más cosas seremos más felices, sin pensar que para ello estamos abocando a nuestros semejantes de los países más pobres, de los cuales parten la gran mayoría de los recursos primarios, a la más absoluta indigencia, obligándoles a vivir una aventura diaria por la supervivencia.
            La cosa es que lo hacemos de forma inconsciente, sin pensar que el más mínimo gesto que hagamos, ya sea el encender la calefacción en lugar de coger una mantita, poner el aire acondicionado, en lugar de abrir una ventana, o el comprar una botella de agua mineral en lugar de llenar un vaso de agua del grifo, está sumando un granito de arena más a ese futuro planeta inhabitable. Y es que estamos tan imbuidos de esa mentalidad occidental proconsumista que no nos damos cuenta. Yo he visto a un chaval de 15 años, sin tara física alguna, montarse en una parada del autobús de línea para bajarse en la siguiente. En el mismo documental se ríen de la estupidez de comprar agua embotellada, que es mucho más cara a nuestro bolsillo y es infinitamente más cara de producir, por la botella de plástico, que el agua del grifo. La culpa de esto es de los padres de hoy en día, que creen que sus hijos van a estar más sanos por ello, o han sido engañados por la multitud de anuncios televisivos donde les dicen que el agua embotellada es fuente de vida, sin mencionar que lo que realmente es fuente de dinero para sus propias arcas. Yo he bebido agua del grifo toda la vida y estoy muy orgulloso de ello. Y que no me digan que el agua del grifo es cancerígena y la embotellada no, porque les puedo contestar que, según otro documental que me tragué hace años, el plástico utilizado para fabricar las botellas de aguas es malísimo para la salud.
            No creo que el documental haya contado nada que no supiéramos. Estoy seguro de que todos estamos ya muy al corriente de cómo están las cosas, pero es importante recordarlo de vez en cuando. Y cuando pienso el porqué de nuestra actitud respecto a un problema por todos conocido y que no hacemos nada por ponerle solución, sólo se me ocurre algo parecido con el Síndrome de Estocolmo. Nuestros captores son los políticos y los medios de comunicación, comprados todos éstos por las grandes empresas multinacionales, que son las que manejan el cotarro y las que se lo llevan calentito, y nosotros, la inmensa población, pobres raptados, aunque sólo mentalmente, somos incapaces de levantarnos y ponernos en contra de todos ellos, porque en seguida nos sacan un nuevo teléfono móvil que deseamos más que otra cosa en el mundo, o nos ponen vuelos de bajo coste, con lo que nos obligan prácticamente a volar donde sea, con tal de aprovecharlos, sin pensar en las consecuencias de comprar ese nuevo teléfono móvil o de subirnos a ese avión cuyas turbinas destruyen los ecosistemas. Y todos, incluido yo mismo, caemos y volvemos a caer en la trampa, en una especie de huida hacia delante, sin mirar los cadáveres que dejamos a nuestro alrededor y bajo nuestras suelas de los zapatos.
            Mientras tanto, la Conferencia por el cambio climático de París pasa casi desapercibida, porque los medios insisten más en los 132 asesinados en la misma ciudad semanas antes, o en los intentos de captura del terrorista huido. Nos manejan como a los burros con la zanahoria y nosotros, mientras, discutiendo sobre nimiedades. Sí, sé que es duro escucharlo, pero más lo es decirlo, pero ante una futura extinción planetaria, 132 muertos no es nada, o la memoria histórica de personas asesinadas hace 80 años es menos todavía, porque el futuro se acerca peligrosamente y llegará el momento en que ya nada podamos hacer por detener el deterioro. Y es que este deterioro no es futuro, es presente, puesto que el número de especies extinguidas en los últimos años supera con mucho a las de las extinciones naturales ocurridas en los millones de años que nos preceden, ni siquiera cuando la gran y dilatada extinción de los dinosaurios.
            Como suelo decir, a mí es al que menos me importa, porque mi sangre se extinguirá conmigo, al no tener descendencia, pero y a vosotros, ¿os preocupa?, ¿qué queréis legarle a vuestros descendientes?

            El Condotiero


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