Ya
en la entrada Ficción
democrática en España puse de manifiesto mi disconformidad con el
sistema democrático español. Quizá no sea un problema inherente sólo al Estado
español, sino, probablemente, incumba a todas las democracias del mundo
civilizado (del que no es civilizado, mejor ni hablar). Que llamemos
«democracia» a un sistema de gobierno donde la soberanía pertenece al pueblo y
este sólo pueda dar su opinión cada cuatro años y con un papelito la mar de
inútil, me parece más un timo que otra cosa.
Entonces, ¿por qué decimos que la
soberanía dimana del pueblo? Simple, para evitar que éste se levante. Ya lo
inventó el Despotismo Ilustrado, con aquello de «todo para el pueblo, pero sin
el pueblo». Si el pueblo vive en los «mundos de Yupi» y se cree el tongazo,
mejor para los que nos gobiernan, que son, realmente, los que sí ejercen esa
soberanía.
Esa palabra, «casta», tan usada últimamente,
es cierta. Existe. Tanto lingüísticamente como significativamente, pero no sólo
en el ámbito de la política, sino que también existe en el ámbito empresarial,
en el de las universidades y, en definitiva, en todo aquel que pueda ostentar
cierto poder. Aunque, hoy, la que nos ocupa es la cuestión política, por lo que
únicamente me referiré a ella. Pero, ¿a qué viene ahora referirme a la casta
política? Pues porque en sus manos está el gobierno de nuestro país y son ellos
los que podrían poner solución a la falta de democracia imperante. Y ese sí que
es el verdadero problema que tenemos. Si los necesitamos para cambiar un
sistema que solamente les beneficia a ellos, ¿podemos creer que alguna vez se
pondrán manos a la obra para quitarse a sí mismos sus privilegios?
Con esos papelitos inútiles que
echamos en las urnas cada cuatro años se supone que elegimos a nuestros
representantes, porque nuestro país está catalogado como democracia
representativa. Hasta ahí bien, e incluso lógico, puesto que aún nadie ha sido
capaz de construir un hemiciclo con 45 millones de asientos (y si alguien fuera
capaz de realizar semejante locura, me gustaría poder asistir a un debate de 45
millones de personas, a ver quién se entiende). Pero de ahí a que nuestros
«representantes» pasen de nosotros durante los siguientes cuatro años, me
parece una tomadura de pelo. Tú eliges a tus representantes, pero, ¿realmente
te representan después? Está claro que no, que sólo se representan a ellos
mismos, al menos durante tres años y medio, porque en el octavo medio año de
legislatura el partido en el gobierno se dedica a inaugurar pamplinas y a
prometer maravillosas medidas para la siguiente legislatura. Pero oiga, ¿por
qué no las ha hecho en ésta? Y los partidos de la oposición se dedican también
a prometer estupendas leyes si los votantes los eligen a ellos, cuando han
estado tres años y medio en la oposición sin hacer nada más que berrear y poner
el ventilador.
Alguien puede decirme que hay
mecanismos en nuestras leyes para que el pueblo pueda participar de la
democracia, como el de las 500.000 firmas para proponer que un asunto llegue al
Congreso de los Diputados. Primero, que reunir 500.000 firmas no es tan fácil
como escribirlo en un papel. Segundo y más importante, ¿qué ha pasado en la
mayoría de las ocasiones en que una propuesta avalada por más de 500.000
votantes ha llegado al hemiciclo? Pues que sí, que ha llegado. Ya está. Tal y
como llegan, las echan para atrás sus señorías. ¿Eso es democracia? ¿De verdad
nos representan?
Ahora bien, en un mundo que ha
cambiado tanto en los últimos 20 años, ¿no habría posibilidad de que también
cambiara nuestra relación con los representantes políticos? En la Edad Media, o
Moderna, a nadie se le ocurriría un sistema de gobierno que fuera diferente al
poder único de un rey, un papa, un dux,
un margrave, etc, porque es lo que
había. Si alguien le hubiera comentado a Alfonso X el Sabio, por ejemplo, que en
siete siglos los países más adelantados estarían regidos por el pueblo, que
elegirían a sus representantes políticos, éste lo habría tomado por loco. Los
tiempos cambian y, últimamente, más, pues el desarrollo tiene un avance de
progresión geométrica. ¿Qué ha cambiado tanto en los últimos 20 años? No, no
hay coches que vuelan, ni patines aerogravitacionales, lo siento, Marty McFly,
ahí se columpió Zemeckis, pero lo que sí que ha sido un vuelco en nuestras
vidas es Internet. Que el mundo entero tuviera una conectividad tan bestial es
algo que ni Julio Verne pudo llegar a imaginar.
Internet, ¿es algo bueno o malo? Ésta
suele ser la primera pregunta que te haces. Pero la respuesta es muy sencilla:
nada es bueno ni malo de por sí, sino que es el uso de ese algo lo que es bueno
o es malo. Podemos utilizar internet para montones de cosas, algunas buenas y
otras malas. ¿Estamos infrautilizando internet? Probablemente, y sobre todo en
el mundo de la política. Internet es la herramienta que podría sacarnos del
atolladero en el que anda metida nuestra sociedad occidental. ¿Por qué no
usamos internet para que la democracia sea más participativa? No se trata de
eliminar los partidos políticos, no de momento, puesto que seguiremos
necesitando representantes políticos, pero éstos deberían poner en las manos
del pueblo las decisiones más importantes: los nuevos decretos-ley, las nuevas
leyes, las disposiciones, etc. Que no voten sólo los 350 miembros del
parlamento, que vote toda la población. Es algo tan sencillo que da miedo. No
creo que inventar un programita para que la población española pueda votar en referéndum
cualquier cosa sea más complicado que hacer «Assassin´s Creed», por ejemplo. Lo
único que haría falta sería tener tu NIF y una conexión a internet, votando lo
que pensaras que fuera lo justo. No haría falta hacerlo los domingos, porque
votar no te llevaría más de un minuto, por lo que también ahorrarías dinero
evitando colocar las urnas. Pero es que no todo el mundo tiene internet. Bueno,
eso es cierto, pero sí que lo tiene o lo usa más del 50% de la población. El
resto, podría acudir a cualquier edificio municipal, autonómico, gubernamental
o diputación, donde habría siempre instalado un ordenador para servicio de
votación de usuarios (como ya existen en la mayoría de ellos).
Yo, sinceramente, sólo veo
beneficios y posibilidades a este bosquejo de idea, pero claro, yo no soy
político. No creo que a la casta política les guste la idea, porque perderían
parte de su autonomía y privilegios para hacer y deshacer en el país, llevarse
las comisiones de manera burda y ser indultado si me cogen. Por lo demás, los
ciudadanos podríamos votar leyes controvertidas y pasar, así, de los dictámenes
y las cerrazones de los partidos. De esa forma, un votante del PP podría haber
votado a favor del aborto, o del matrimonio gay, porque aunque sus ideas estén
más en consonancia con las del PP, en esos puntos concretos, puede diferir. O
un votante del PSOE, igualmente, podría haber votado en contra del aborto o del
matrimonio gay, por las mismas razones.
Pero una vez en esto, no nos
quedemos ahí. Internet podría servirnos, igualmente, para recrear esa
separación de poderes tan necesaria. Los votantes, por internet, podríamos
elegir directamente a nuestros representantes en el Tribunal Constitucional, o
elegir a los fiscales de nuestras ciudades, que tendrían que demostrar su valía
al pueblo, no sólo antes de ser elegidos, mediante campaña electoral, sino
durante su tiempo de servicio, que sería limitado. Si ha demostrado ser un
vaina, pues se elige a otro la próxima vez, y no te tienes que tragar al fiscal
vaina funcionario para el resto de los restos, amén.
Otra cosa es que nos queramos tomar
los adelantos de forma seria o no, y sólo dejar internet para elegir quién gana
Gran Hermano u Operación Triunfo (ah, no, que ya no existe, pues LaVoz).
El Condotiero
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