miércoles, 14 de junio de 2017

¿A lómce vamos?

             Cádiz, por desgracia, vuelve a destacar de manera peyorativa. Y no lo digo porque crea que las personas no deban ejercer su derecho a la protesta cuando algo es injusto, sino porque lo hacen más como una pataleta y un echar balones fuera que como una legítima acción contra las tiránicas autoridades.
             Antes, debería ponerles en antecedentes. Resulta que un chico gaditano, del cual omitiré su nombre, ha iniciado con tremendo éxito una campaña de protesta en la más conocida plataforma virtual de recogida de firmas, en contra de lo que él y los demás alumnos que han participado en esta nueva prueba para el ingreso en la Universidad creen que ha sido una injusticia y una tomadura de pelo. Puede que tengan razón en ambas cosas, ya que no estudiaron un tema en concreto que sus profesores les recomendaron no estudiar, puesto que no caería, pero con la sorpresa de que sí que cayó. Decir que este alumno gaditano creo que no culpa a los profesores por ello, sino a la Junta y al Ministerio de Educación por lo que él piensa que ha sido un despropósito de desinformación. Viendo el resultado, puede que hasta con algo de mala leche, oiga.
             El caso es que, sea como fuera, los alumnos españoles cada vez van más hacia atrás, como los cangrejos, hasta que la marea termine por engullirlos y volvamos a las cavernas.
             ¿Quién es el culpable? Bueno, hay tantos que necesitaría unos cuantos gigas de espacio para poder explicarlo con una total coherencia y que todos los agentes actuantes se vieran reflejados con total nitidez. Ni dispongo de esos gigas, ni de tiempo para escribirlo ni ustedes disponen de tiempo para leerlo, por lo que intentaré ser lo más breve posible.
             Ya he disertado más de una vez sobre la dejadez total de los padres actuales, quitándose el problema de encima (si quieren saber el nombre del problema es Manuel, Juan, Virginia, María, etc.). Ellos ya hicieron bastante teniendo a sus niños, por lo que lo lógico es que sean los profesores los que les enseñen. Si luego no lo hacen, por falta de medios o de vocación, el niño o niña se convierte en un australopithecus y habrá que llamar al Hermano Mayor ese.
             El sistema de oposiciones que todas las Comunidades Autónomas administran, por mor del Estado, para contratar nuevos maestros y profesores olvidan evaluar la mayor y mejor capacidad que debe tener una persona que quiera enseñar a niños y adolescentes, y ésta es la vocación. Sin la vocación, los maestros y profesores pasan de sus alumnos, porque lo único que les interesa es cobrar a final de mes. Sé que es complicado evaluar la vocación, pero por eso mismo un país como Finlandia, con un gran historial de buenos resultados educacionales, no posee ningún tipo de oposición. El director de cada colegio contrata a los profesores por sólo un año y, si éstos son buenos, les va prorrogando el contrato. Ni tienen el puesto para toda la vida ni se corre el riesgo de que un profesor apruebe su oposición sin vocación alguna y, a las primeras de cambio, se dé de baja por depresión.
             Eso sin contar la falta absoluta de cultura que observo en algunos maestros y profesores españoles. Solamente hay que ver alguno de los concursos culturales televisivos, inundados de profesores, que algunas veces parecen más humorísticos que otra cosa, por la de pamplinas que se les escucha decir. Qué menos, creo yo, que los maestros y profesores españoles se lean un libro de vez en cuando, y no sólo el Marca o el Hola. Atentos, que no digo que todos los maestros y profesores españoles sean unos incultos, pero muchos sí. Con que hubiera sólo uno, habría que echarlo de su puesto de trabajo. O reciclarlo.
            Y los alumnos. Bueno, creo que son los que menos culpa de todo tienen. Los alumnos siempre han sido alumnos, en todas las épocas y en todas las culturas, por lo que su ley es la del mínimo esfuerzo y la de pasárselo bien. Ya los egipcios decían que el oído estaba en la espalda, que quería decir que había que darles con una vara para que aprendieran. No hay que llegar a tanto, por supuesto, pero el problema es que hoy en día los alumnos tienen casi más poder que los profesores. Éstos últimos están acogotados por perder su puesto de trabajo por enfrentarse a un alumno cabrón y los alumnos están respaldados por los padres y por la administración. Yo recuerdo que no podía decirle a mi padre que un maestro me había castigado, porque si lo hacía en lugar de un castigo obtenía dos. Ahora, el padre del niño va con sus primos a cantarle las cuarenta al profesor de turno.
             Y, cómo no, he dejado para el final al Gobierno y a las Comunidades Autónomas, que son las que tienen la competencia de educación gracias a una porquería de Constitución que aún algunos defienden con uñas y dientes. El mayor hándicap con el que se encuentra la educación en España no es otro que los 450 000 políticos que existen en nuestro país. Con tal cantidad, doblando al segundo país europeo con más número de éstos, hay que colocarlos en algún sitio. Además, los políticos españoles carecen de cualquier preparación, puesto que no hay que superar examen, selectividad, reválida u oposición alguna que valide el puesto al que optan, más allá del famoso dedo del que hay que hacerse amigo.
             Así, tenemos a los políticos en todos los puestos de responsabilidad imaginables, sin saber qué tienen entre manos, y rodeándose de asesores megacaros que tampoco lo saben, ya que lo normal es que éstos sean amiguitos o familiares a los que dar un sueldo de 3000€ por la face. Hasta el loco y drogado de Hitler buscó a un arquitecto, Speer, para la construcción de su gran capital, Welthauptstadt Germania, y a un ingeniero, Todt, para la construcción de su Fortaleza Europa, de la cual hoy sobreviven gran cantidad de búnkeres y defensas para submarinos. Pero en España, no. En España no ponemos a pedagogos (me niego al chiste fácil) al frente del Ministerio de Educación ni al frente de las consejerías de educación de las distintas CC.AA. Más aún, cuando hacen un cambio en las leyes de educación, lo que viene siendo cada legislatura, no preguntan a los que entienden del tema, es decir, a pedagogos, profesores, maestros, psicólogos infantiles, etc. Hay tantos profesionales de los que se podrían asesorar gratuitamente, que, quizá por ello, pasan de todos, a su bola, mercachifleando los cursos y las asignaturas con la única premisa del buenismo y la igualdad mal entendida.
             Estos demagogos, que no pedagogos (lo siento, al final no he podido aguantarme), que están al frente de los diferentes cargos políticos relacionados con la educación, no se dan cuenta de que cuando la cagan, porque no hay otra palabra que lo defina mejor, con una ley de educación, condenan a varios miles de chavales a un mundo de incultura que les pesará en el resto de su futuro, ya que, por desgracia, pocos padres se tomarán la molestia de encargarse personalmente de las carencias de sus churumbeles.
             Y sé de lo que hablo. Hasta profesores universitarios me comentaron en su día con respecto a la LOGSE que no tenían más remedio que aprobar a sus alumnos, puesto que venían con tantas carencias que era prácticamente imposible exigirles un mínimo nivel, aunque fuera sólo en lectura y faltas de ortografía. Decían que más valía quitarse de problemas y aprobarlos para que luego fuera el mundo real el que se hiciera cargo de ellos. Si eso opinaban de la LOGSE, no quiero ni pensar qué opinarán de la LOMCE.
             Ahora habrá muchos que digan que exagero, que en todas las generaciones se habla de lo mismo respecto de las nuevas y otros que ellos no han salido así aunque hayan sufrido dichas leyes. A ellos les digo que siempre sale gente buena y preparada, como excepciones que confirman la regla, pero lo habrán logrado más por una cuestión de superación personal y ánimo de conocimiento que por las exigencias de sus estudios. Porque no debemos equivocarnos: saberse al dedillo la lista de los reyes godos o todos los afluentes de la Península Ibérica no hace que un alumno esté más preparado que otro; lo que lo hace es enseñarle la metodología adecuada para que sea él mismo el que tenga ganas de aprender. Dotarle de un abono para las neuronas que no es otro que la lectura y la escritura, aderezado con algo de matemáticas: parte humanística y parte científica. Lo demás, vendrá por sí solo, porque Internet es una gran herramienta que sirve no sólo para jugar y chatear, sino también para buscar información y libros que leer.
             Pero el problema subyacente sigue siendo el mismo: la culpa es de los políticos. La cuestión es dilucidar si es que son demasiado tontos para darse cuenta de ello o, por el contrario, son demasiado listos y lo que están buscando (y consiguiendo) es una sociedad de palurdos sin capacidad de crítica.

             El Condotiero

No hay comentarios:

Publicar un comentario