jueves, 4 de febrero de 2016

Juego de Truños

             Chan-chan-tara-chánchan-tara-chánchan-tara-chánchan…naa-na-nanana-na-naná-chan-chan-tara-chánchan-naa-na-nananá…
Había una vez un reino en Poniente (en poniente del Mediterráneo, claro), aunque no siempre había estado unido. Antes de ello, había estado separado por varios reinos, al menos siete (reinos de Castilla, León, Galicia, Navarra, Aragón, Valencia, Mallorca…), y una Guardia de la Noche y del día (la Guardia Civil) custodiaba el Muro que separaba el reino de los territorios controlados por los Salvajes del sur (Gibraltar), que siempre estaban deseando conquistar el reino con montones ingentes de cajetillas de tabaco. Además, el Mar Angosto separaba el reino de Poniente de las Ciudades Libres (Ceuta y Melilla), las cuales siempre estaban el peligro de caer bajo un ataque de las feroces tribus amantes de los dromedarios (y algunos «camellos»).
Hacía poco, el último rey de Poniente había abdicado en su hijo, debido al malestar causado en la población por su hábito de cazar compulsivamente dragones, elefantes y osos y, también, por diversos temas de corrupción por parte de una de las princesas y su ducal marido, que a punto estuvieron de dar comienzo a las guerras de los millones de peniques.
Todo parecía ir bien en el reino, puesto que la unidad estaba asegurada, la línea dinástica también, y las cajetillas de los salvajes estaban parcialmente controladas, pero algo sórdido se estaba moviendo por los entresijos del reino, puesto que la lucha por ser la Mano del Rey no estaba del todo clara. Los grandes consejeros del reino intrigaban para quitar el puesto a la actual Mano del Rey, mientras que este último hacía lo propio para mantenerse en dicho puesto.
La lucha no paraba ahí, porque montones de barones se posicionaban por un consejero u otro, por lo que el ambiente en el reino se fue llenando de intrigas palaciegas entrecruzadas, jugando al infausto Juego de Truños, por el cual unos decían una cosa, contradiciéndose con lo que habían dicho la semana anterior, y otros decían otra, aunque fuera lo mismo, pero de diferente forma, a la vez que engañaban al pueblo, diciéndole que sólo ocupaban sus puestos por mor de la gente, por y para ellos, con ánimo absoluto de disolver la pobreza y limpiar barrios como el Lecho de Pulgas y otros similares, mientras que realmente su único deseo era beneficiar a sus amigos del Banco de Hierro de Bruselas, que eran los que de verdad imponían su criterio, ya que podrían cortar la financiación y el Reino de Poniente, acuciado por las deudas debidas a la mala administración y gestión de las Manos del Rey anteriores y actual, se vería impelido a subir los impuestos de las clases menos pudientes, como siempre se hacía, y ensanchar, aun más, la fractura entre ciudadanos pobres y ricos.
Mientras los poderosos jugaban al Juego de Truños, el Reino entraba en desgobierno, por lo que la casa se quedaba sin barrer y el pueblo llano, engañado de vil manera, por unos y otros consejeros, por unos y otros barones, nada podía hacer por evitar este dislate de Juego de Truños, donde lo más importante es conseguir sentarse en las sillas del Consejo, por no decir en el Truño de Hierro. Lo único que le queda al pueblo llano, abandonado por sus nobles, es esperar la llegada de alguna Daenerys que, montada sobre el dragón vengador, sobrevuele la Corte y arrase con su aliento a los miembros del Consejo, incluyendo a la Mano del Rey y a los posibles pretendientes a su cargo.
Esperanza fatua y vana, ya que esto es sólo un cuento y Daenerys no existe, ni los dragones tampoco…

El Condotiero

3 comentarios:

  1. Evidentemente todo lo que digo es real. Ni Daenerys existe, ni los dragones tampoco y la lucha por los sillones más importantes del reino es de lo más auténtico.

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