¿Qué está pasando en Europa? ¿Por qué la crisis
humanitaria que se está viviendo en Siria está minando de forma tan grave los
pilares básicos de nuestra civilización occidental?
La verdad es que es una cuestión harto difícil de
solventar. La gente que habla por hablar, o sea, casi todos incluido yo mismo, ya
que no tenemos voz ni voto en lo que ocurre, no suele tener en cuenta todos los
componentes de la ecuación. Nos quedamos sólo en el «míralos, pobrecitos,
huyendo de una guerra de la que no son culpables», y nos echamos las manos a la
cabeza cuando vemos en nuestro televisor las imágenes del cuerpo sin vida de un
niño tendido sobre la arena, víctima inocente de la otrora bienvenida
«Primavera árabe». Pero qué pasa con Grecia, país al que están acudiendo todos
estos refugiados. No debemos olvidar que hay ya más de cien mil refugiados en
el país heleno, que sólo tiene una población de once millones de habitantes y
está, además, pasando por una de las peores crisis de su historia reciente.
Así que por un lado tenemos el problema de conciencia
de que más de 700.000 refugiados están pidiendo asilo político ante nuestras
fronteras, más los que queden por llegar, y por otro lado tenemos el problema
de acoger a tal ingente cantidad de miembros de otra civilización que nada
tiene que ver con la nuestra, con diferentes formas de pensar, sentir,
convivir, rezar o expresarse. Les recuerdo que hace dieciséis siglos ocurrió lo
mismo a las puertas del Imperio Romano de Occidente. Se dejó pasar a aquellos
pueblos germánicos para que se asentaran en territorio romano, de manera
pacífica, y luego éstos terminaron por tumbar al coloso, desde dentro. Y no me
digan que el caso no es extrapolable porque los números nada tienen que ver, ya
que se calcula que los visigodos eran solamente unos 100.000 individuos y
llegaron a dominar la Península Ibérica, poblada por entonces por unos cuatro
millones de hispano-romanos.
No es que quiera decir que vaya a
ocurrir aquí lo mismo, únicamente estoy analizando un problema de una tremenda
complejidad. Tal es así que ni los mandamases
de la Unión Europea saben cómo hacerle frente. La última ocurrencia ha sido
firmar un inestable tratado con Turquía para que se queden allí los refugiados.
Nadie se cree que los turcos, que tienen parte en lo que está ocurriendo en
Siria, vayan a cumplir el tratado, aunque, eso sí, bien que se quedarán con los
6.000 millones de euros que se les ha prometido como compensación. También en
dicho pacto se refleja una flexibilización de ciertas cuestiones en referencia
a una futura entrada de Turquía en la Unión Europea. Papel mojado, ya lo digo
yo, porque nadie en Europa quiere ver a 80 millones de turcos pululando
impunemente por nuestros territorios. Y no es una cuestión de xenofobia,
porque, ¿qué sabemos de Turquía? Turquía es el país musulmán más
occidentalizado, gracias a Ataturk, pero de eso hace casi ochenta años. Su
estudiada laicización se está desmoronando poco a poco, porque los islamistas
cada vez tienen más peso en una Turquía con cada vez menos tintes democráticos.
De hecho, recientemente han cerrado tres periódicos turcos, síntoma
preocupante. En Turquía el deporte más popular es el «tiro al kurdo», pueblo al
que llevan masacrando desde hace más de un siglo, pasándose los Derechos
Humanos por el arco del triunfo, mientras los occidentales miran hacia otro
lado, con leves y escasas reprimendas, debido a los intereses estratégicos que
tenemos en aquella parte del globo. Mientras Turquía sea miembro de la OTAN y
sirva como tapón al creciente poderío ruso y al incipiente problema del
autoproclamado Estado Islámico, tendrá las manos libres para hacer y deshacer a
su antojo en aquel rincón del planeta.
Y para sumar más problemas, en muchos países europeos
está creciendo la afiliación a partidos políticos de corte fascista, con
ideales absolutos de extrema derecha y con la xenofobia por bandera,
argumentando que se están perdiendo los valores cristiano occidentales a la vez
que nuestras calles se están volviendo más peligrosas, por culpa del
desmesurado aumento de la inmigración de, sobre todo, musulmanes. Hasta en
Alemania están ya un poco cansados de los casi cuatro millones de turcos que
allí habitan desde hace décadas. Es curioso que sean los alemanes de la antigua
RDA los más combativos contra la idea de admitir refugiados, al igual que
ocurre con Hungría. Ya no recuerdan los esfuerzos que tuvo que hacer una Europa
occidental y democrática por acoger a aquellos excomunistas, que apenas
contaban con un cartón con el que taparse sus vergüenzas.
Por todo esto comento lo complicado que es resolver
el problema. No es tan fácil como salir a la calle con una pancarta pidiendo
que se dé refugio a esos pobres desgraciados, que tanto han sufrido. Al igual
que tampoco es tan fácil negárselo, para evitar problemas futuros, olvidando
nuestros valores occidentales que durante tantos años hemos defendido. Porque,
quizá, al que sale con la pancarta defendiendo a los refugiados le cambiaría el
chip si se le dijera que al refugiado Menganito Mohamed se le iba a acoger y se
le iba a ofrecer su puesto de trabajo, por lo que el pancartista quedaría en la calle. También seguro que le cambiaría
el chip al que niega el derecho de asilo al pobre refugiado si él se viera en
la misma tesitura.
Cuando nos decantamos por una opción, de forma
rotunda, no solemos pensar que rara vez las cosas son blancas o negras, sino
que la mayoría son grises y los problemas intrincados o no tienen solución o,
finalmente, se debe escoger el mal menor. Les pongo un ejemplo: usted está en
un edificio que va a explotar y sabe que hay dos habitaciones con personas
dentro cuyas puertas están cerradas. Dentro de una de ellas se encuentra un anciano,
y dentro de otra un total de cien jóvenes. Sólo tiene tiempo de abrir una de
ellas, por lo que las personas que se queden encerradas morirán. Parece fácil
la solución, ¿no? ¿Y si les digo que el anciano que está encerrado de manera
solitaria es una bellísima persona que toda su vida la ha dedicado a hacer el
bien a los demás y que los cien jóvenes son todos asesinos, violadores,
pederastas, etc? No es tan sencilla la decisión, ¿verdad?
Pues a eso me refiero, que a veces las cosas no son
tan claras como para tomar una decisión ecuánime y rotunda, y el caso de los
refugiados sirios es un ejemplo de libro. Yo, desde luego, no tengo la solución
al problema, y, por lo visto, a los políticos de la Unión Europea les pasa
exactamente lo mismo. Claro, que yo ni pincho ni corto, pero a ellos les
pagamos para que sí tengan dichas soluciones. ¿O no?
El Condotiero
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