Las
hormigas, como seres individuales, no tienen la menor relevancia, solamente
importa la supervivencia de la colonia. La colonia es como un gran ente vivo
por el cual todos los sacrificios merecen la pena. Todo lo que haga falta con
tal de que la colonia vaya pasando de generación en generación, incluso
combatir contra otras colonias.
Creo que es un símil parecido al de
las civilizaciones humanas. ¿A quién importa que 200.000 franceses fueran
guillotinados por conseguir unos derechos que hoy creemos fundamentales? Si se
piensa fríamente, esos franceses ya estarían muertos de todas formas, al igual
que el resto de franceses de esa época, pues ya han pasado más de dos siglos
desde entonces.
Las luchas entre las civilizaciones
que se están produciendo desde la caída del Telón de Acero son como las luchas
entre las distintas colonias de hormigas. Podemos pensar que los individuos son
importantes, pero realmente no es así, puesto que dentro de 100 años habremos muerto
todos, de una forma o de otra, y sólo quedará nuestro legado.
En el siglo XX se produjeron varios
hechos históricos de importancia capital para comprender lo que está pasando
hoy en día. Como es natural, las cosas no ocurren porque sí, sino que tienen un
origen, unas causas que producen unas consecuencias. Y esas consecuencias son
las que estamos viviendo ahora mismo. Lo primero que se produjo fue una gran
guerra civil europea, con una tregua de por medio de 25 años. Esa gran guerra
civil europea fueron las dos guerras mundiales, aunque en ella participaron
países de fuera de Europa. La gran guerra civil europea supuso varias cosas: el
fin de las guerras entre hermanos de la misma civilización occidental, ya que
desde entonces no ha vuelto a ocurrir algo así y los países europeos se han ido
uniendo bajo la bandera de la Unión Europea; el otro hecho fue la puesta en
práctica de una ideología comunista en un gran país como Rusia, el cual alcanzó
con ella cotas de poder que hasta entonces nunca había alcanzado bajo el yugo
de los zares.
Prácticamente el resto del siglo XX
estuvo encauzado con la lucha de ideologías. Se formaron dos bloques
antagónicos, el occidental y el comunista, basados ambos en cuestiones
ideológicas. Se creó, posteriormente, un tercer bloque, los no alineados, conociéndose
como el Tercer Mundo, aunque después esta denominación tuviera carácter
peyorativo debido a la pobreza de la mayoría de sus miembros.
Hasta la caída de la URSS las
naciones no se juntaban por la civilización a la que pertenecían, sino por ideologías:
si eras demócrata, a la OTAN (aunque podías no ser comunista pero tampoco demócrata
y querer participar de ésta, por lo que te permitían ser país asociado, aunque
no miembro, como le ocurrió a la España de Franco, que no entró en la OTAN
hasta que éste murió y le sucedió una democracia); si eras comunista, al Pacto
de Varsovia; si no querías decantarte por ninguna de las dos alianzas, al
Tercer Mundo. ¿Qué ocurrió cuando cayó el Telón de Acero y la URSS se
desmembró? Pues que cada gallina a su gallinero y la gran mayoría de los
antiguos miembros de las dos alianzas fueron a juntarse con los que más se
parecían a ellos, es decir, con los países hermanos de su propia civilización.
Por ejemplo, los países bálticos se unieron a la OTAN y a la Unión Europea, al
igual que Polonia, República Checa y Hungría, antiguos países comunistas, y
Austria y Finlandia, países que no lo eran pero estaban obligados a permanecer
neutrales por orden del Politburó. En cambio, países como Bielorrusia, Ucrania,
Moldavia, etc, fueron asociándose con la antigua Rusia, que comenzaba a
encabezar la civilización eslava y ortodoxa. Por ello, sinsentidos como que
Grecia pertenezca a la Unión Europea es ahora visto por muchos como un error,
ya que el mismo Putin ha dejado claro que si Grecia quiere dejar de pertenecer
a una Unión Europea que la reprende continuamente por su mala gestión del país,
Rusia la acogería con agrado. Que los griegos ortodoxos anticomunistas se
unieran a la OTAN contra la URSS, no significa que ahora odien a Rusia, que ya
no es comunista y está más cercana a su sentir que Europa occidental.
Lo que está ocurriendo en el mundo
desde la caída del comunismo es una reorientación de intereses y alianzas. Así,
el mundo occidental, la civilización más fuerte, ha iniciado un combate feroz
contra la civilización islámica, la antigua enemiga religiosa. Desde el 11-S
hemos invadido varios países islámicos y hemos acogotado al resto. Queremos que
estén calladitos mientras ven cómo Occidente se hace con sus recursos y coloca
gobiernos afines a sus propios intereses. Los occidentales, las hormiguitas, no
entendemos que unos cuantos locos se inmolen y ponemos el grito en el cielo
cada vez que eso ocurre en París, o en Londres, o en Madrid, o en Nueva York,
pero nos da igual que lo hagan en todos los países de África o Asia, a no ser
que caigan turistas occidentales, que entonces si que la noticia requiere gran
cobertura. Los miembros del resto de civilizaciones no son tontos, ni siquiera
los musulmanes, por lo que ellos ven lo que nosotros no queremos ver. Como dice
Samuel
P.Huntington, en su libro Choque de
civilizaciones, acerca de las pretensiones universalistas de nuestra
civilización, queriendo que todas las naciones sean demócratas y tengan
nuestros mismos valores: «La hipocresía, los dobles raseros y los “sí pero no”
son el precio de las pretensiones universalistas. Se promueve la democracia,
pero no si lleva a los fundamentalistas islámicos al poder; se predica la no
proliferación nuclear para Irán e Irak, pero no para Israel; el libre comercio
es el elixir del crecimiento económico, pero no para la agricultura y la
ganadería; los derechos humanos son un problema con China, pero no con Arabia
Saudí (n.a.: nuestro socio); la agresión contra los kuwaitíes que poseen
petróleo es enérgicamente repudiada, pero no la agresión contra los bosnios,
que no poseen petróleo».
Este autor explica con ese párrafo
los sentimientos de aquellos que ven claras nuestras ansias de hacernos con el
planeta, a nuestro gusto, con los dobles raseros que nunca deben existir y yo
repudio constantemente, tanto en la política como en la justicia como en
cualquier tema. Pero los occidentales no queremos ver ese doble rasero. No nos
importa, que te calles, que no te escucho. Yo llevo un tiempo diciendo que
EE.UU. no puede decirle a Irán que no debe tener armas nucleares, cuando posee
el mayor arsenal de armas nucleares del planeta. Con esto no quiero decir que
yo esté de acuerdo con que Irán posea armas nucleares, sólo incido en la
incoherencia resultante. Es como si el presidente de la comunidad de vecinos de
tu edificio te dijera que no puedes tener perro en tu casa, por estar
prohibido, mientras él tiene siete u ocho.
Y nosotros, las hormiguitas humanas,
somos prescindibles. Todos somos prescindibles, incluidos los presidentes,
porque ellos pasarán, tarde o temprano, y lo único que quedará será el legado
de la civilización occidental. Al igual que millones de hormiguitas humanas
fueron lanzadas contra las ametralladoras durante la gran guerra civil europea,
sin importarles un pimiento a sus dirigentes, los caídos por los atentados
yihadistas tampoco importan mucho. Otra cosa es que se den golpes en el pecho,
pero les da igual. Y es comprensible, porque en una Europa de 500 millones de
occidentales, que caigan 132 es un número totalmente irrisorio. Por supuesto
que tienen que acudir a actos donde se vean compungidos por la matanza, para
mantener las formas y porque el resto de la población, la que debe tener miedo
y apoyar sus reformas antiliberales, son las que tendrán en su mano el voto
para las siguientes elecciones. Pero las 132 víctimas de París eran sólo peones
del gran juego. Los dirigentes occidentales son también piezas de ese gran
juego que se juega a nivel planetario, el juego de las civilizaciones, aunque
sean piezas de mayor calado, pero son también prescindibles. Quizá haya que
sacrificar a alguna de ellas con tal que sobreviva la pieza maestra, que es
nuestra civilización. Lo demás no importa.
Saber esto tampoco va a cambiar
nada, pues como hormiguitas humanas que somos no podemos cambiar las reglas del
juego, sólo podemos atenernos a nuestra labor diaria, que es pagar los
impuestos y estar dispuestos a ser sacrificados en aras de una jugada mejor.
Pero sabiéndolo nos da la posibilidad de intentar vivir mejor lo que nos quede
de juego a cada uno de nosotros, sin odios ni rencores que no llevan a ninguna
parte, pero que nos hacen más infelices.
El Condotiero
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