Se
habla mucho, en estos días, sobre la cuestión del impuesto de
sucesiones, particularmente abusivo en comunidades autónomas como
Asturias y Andalucía. No es que sea algo nuevo, sino que, como bien
todos sabemos, los temas periodísticos tienen su tiempo y su lugar,
y lo que ayer no era noticia, lo es hoy de forma desaforada,
debiéndonos amoldar a la tiranía de la prensa, que es la que parece
decidir qué asunto es importante y cuál no, llegando a la paradoja
de que es la prensa, y no los gobiernos, la que dirige nuestras
vidas, o al menos nuestras críticas. Ya se sabe, lo que no se
publica ni siquiera existe.
No
voy a entrar a valorar lo justo o lo injusto de tal impuesto, porque
me da igual, ya que creo que la mayoría de los impuestos son
injustos. No crean que soy un antisistema, aunque cada vez dejo de
serlo un poco menos, porque evidentemente un país necesita de unos
impuestos recaudados a sus ciudadanos para poder seguir existiendo. Y
esto no es nuevo, comenzó a ocurrir cuando se empezaron a crear los
primeros asentamientos humanos mínimamente organizados, incluso
antes de la aparición de las primeras ciudades-estado. Así, es
lógico que los impuestos existan, a la vez que también es lógico
que sean injustos, puesto que quien los pone es quien se beneficia de
ellos. Y esto también ha sido así siempre. Como no estamos
descubriendo la rueda ni nada parecido, lo único que puedo tratar
aquí es del porqué en España, que es lo que me interesa, y ahora,
no en la Historia, los impuestos son como son, y atañen a quien
atañen.
De
tal forma, siendo los impuestos injustos de per se, la
cuestión es conocer la razón de que en España sean más injustos
que en otros lugares del mundo. Tampoco descubro el fuego si digo que
la razón principal de que España sea uno de los países con una
presión fiscal más alta es por la mala gestión que los políticos
han realizado en los últimos cuarenta años. Ya todos saben que
España posee el triple de políticos que Alemania, un país que casi
dobla nuestra población. Esto quiere decir que España posee seis
veces más políticos por habitante que Alemania, un país que casi
todos advierten que está mejor gestionado que el nuestro. Y lo mejor
de todo es que Alemania está más descentralizada que España, cosa
curiosa. Por tanto no es la descentralización el verdadero problema,
aunque influye, y mucho, ya que cuando los gestores son malos,
cuantos más haya, peor. Y ése si es el verdadero problema.
O
sea, que debemos acudir a la implantación de nuestra Constitución y
la creación de nuestra democracia para ir al germen del problema. Si
preguntamos a la mayoría de los españoles, éstos estarán de
acuerdo con la existencia de las comunidades autónomas, porque
desean huir de una supuesta tiranía de un gobierno centralizado, y
más si nos damos cuenta de la calidad de nuestros políticos, que en
las pocas ocasiones que han podido disfrutar de una mayoría absoluta
en las Cortes, en su gobierno central, han hecho y deshecho como han
querido, sin preguntar a propios ni extraños y ejerciendo casi una
dictadura de corto recorrido. El español medio parece que no está
programado para la contemporización, sino más bien para el
porquemedalagana.
Ahora
bien, si preguntamos a los mismos que antes estarían totalmente de
acuerdo con la existencia de comunidades autónomas, seguro que dirán
que también quieren que todos los españoles seamos iguales. Aquí
niego la mayor, como ya comenté en la entrada La
utopía de la Igualdad, porque en realidad los españoles no
desean la igualdad de todos sus compatriotas, sino la mayor igualdad
de ellos mismos, es decir, que cada uno de ellos no desea ser menos
que los demás y, si es posible, ser un poco mejor. Esto explicaría
la contradicción que hay en que deseen la existencia de las
comunidades autónomas pero, al mismo tiempo, quieran que haya una
igualdad impositiva para todos ellos. Algo así no es posible, ni
lógico, puesto que si quieres que haya comunidades autónomas,
algunas tan absurdas como las de Asturias, Cantabria, La Rioja,
Navarra, Madrid y Murcia, que sólo tienen una provincia a la que
gobernar, es para que impongan sus propias leyes, ya sean de carácter
impositivo o de educación. Pero claro, ahora resulta que queremos
que haya comunidades autónomas para evitar un desproporcionado poder
central pero que las leyes sean iguales para todos. Entonces, ¿para
qué queremos las comunidades autónomas?
Lo
que los españoles deberíamos meditar en profundidad es la
conveniencia de las comunidades autónomas. Solemos crecernos cuando
hablamos de la Transición Democrática, poniéndola como ejemplo de
cómo un país puede pasar de una dictadura a un democracia sin
derramamiento de sangre, o con el menos posible, pero no nos damos
cuenta que cuando haces una revolución, por pequeña que sea, no
está completa sin el uso profiláctico de la guillotina. Si lo que
quieres hacer es una revolución que contente a todo el mundo, como
fue nuestro caso, donde hubo cabida a todos los ideales y a todas las
personas, acabas por producir un ente con unas soluciones de
compromiso que, a la larga, demostrará sus carencias y sus meteduras
de pata. Y creo, sinceramente, que la generación y la generalización
de las comunidades autónomas españolas fueron un fiasco de
proporciones calamitosas. Permitirles a unos políticos que no ven
más allá de sus narices que gestionen la educación de las
siguientes generaciones o los impuestos a sus ciudadanos es
hipotecarnos para el futuro y para el presente, respectivamente.
Así,
quizá sea hora de que los españoles decidamos si sería beneficioso
votar una nueva constitución que haga desaparecer errores tales como
las comunidades autónomas y, aunque yo no sea republicano, la
existencia de un rey como presidente de la Nación. Pero lo que digo
no es fácil, puesto que los españoles no nos ponemos de acuerdo ni
para tomar el café, además que el sistema no nos permite votar lo
que queramos, sino lo menos malo entre lo que hay. Por ejemplo,
elucubrando un poco, si el PP fuese a las siguiente elecciones con un
programa en el que habría que gasear a dos millones de personas y el
PSOE con otro en que sólo debiésemos gasear a un millón,
votaríamos al PSOE, por considerarlo menos malo, cuando lo que
realmente tendríamos que hacer es levantarnos en masa y gasear a
todos los políticos, tanto del PP como del PSOE, que hubiesen
presentado tales programas.
Al
fin y al cabo somos españoles, con todo lo que ello implica... para
lo bueno y para lo malo... sobre todo para lo malo.
El
Condotiero
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