Es
lamentable, pero no queda otra que alzar la voz para que todos
podamos ser conscientes de que se trata de una verdad que duele:
nuestro sistema democrático está muerto.
Sí,
amigos, lo está, pero lo que no estoy tan seguro es de que en
realidad se trate de un verdadero sistema democrático. Lo he
repetido hasta la saciedad y lo volveré a decir todas las veces que
haga falta, ya que no creo que sea malo que la gente sepa con certeza
dónde vive y cuáles son las normas absolutas que les afecta. Así,
anunciaré de nuevo que no puedo considerar como una democracia real
un sistema que sólo te da la oportunidad de echar un papelito cada
cierto tiempo en una papelera, puesto que un papel no sirve de casi
nada. Y no sirve de casi nada primero porque los votos no son iguales
según el lugar donde sea emitido; segundo porque tú participas en
unas elecciones con las expectativas puestas en que tu voto va a
servir para aupar a un representante político el cual te va a
representar, cosa que no es cierta porque quizá sea probable que ese
voto, por mor de los pactos, sirva para aupar en el gobierno a otro
político el cual tú no querías y al cual tú no habías votado; y
tercero porque nada ni nadie te asegura que el programa emitido por
el representante al cual tú votas sea el que finalmente se ponga en
actuación.
Ya
he comentado en varias entradas que el sistema electoral que tenemos
es, a todas luces, injusto, funcionando únicamente para beneficiar a
los partidos más votados, por lo que es más que evidente que éstos
jamás enmendarán un sistema electoral el cual les ha aupado al
lugar que ocupan. Y los partidos perjudicados por el sistema
electoral carecerán de poder para cambiarlo.
También
es comprensible estar en desacuerdo con un sistema político que
permite a un partido engañar a sus ciudadanos y no cumplir ni
siquiera el 10% del programa electoral por el cual se ganó la
confianza del pueblo, que, según la Constitución, es el que posee
la soberanía. Pues resulta que la soberanía la cede gratuitamente a
unos políticos que lo engañan y ante los cuales no puede hacer nada
hasta las siguiente elecciones, en las que será engañado de nuevo.
Sobre
los pactos de los partidos para «repartirse» los asientos mejor no
decir nada, porque la gran mayoría de los votantes está en su
contra y si es verdad que en ocasiones el gobierno sería del todo
imposible sin ellos, también es cierto que los pactos no se realizan
con el fin exclusivo del bien del representado o de un bien mayor, o
sea, de todos los ciudadanos, sino que se realizan con el oscuro
deseo de aunar poder.
Creo
que de todo lo anterior ya he hablado suficiente, pero hoy quiero
comentar algo que no ocurrió, o no al menos de la misma forma, en
las democracias de verdad, es decir, en las de las polis griegas
democráticas o en la Roma del siglo I a.C.: la disciplina de
partido.
Es
algo que socava la democracia de un país, puesto que estamos hartos
de escuchar que si uno quiere cambiar algo puede meterse a político
y cambiarlo desde dentro. Yo discrepo de esto último puesto que el
propio sistema creado lo imposibilita, ya que la disciplina de
partido te obliga a acatar todo lo que el partido en el cual militas
dice o hace, por mucho que no estés de acuerdo. Si discrepas,
patadita en el culo y a tomar viento. De tal forma, la única forma
de que pudieras hacer algo es comenzar desde arriba y no escalón a
escalón.
Si
empiezas desde abajo del todo, que es lo más lógico, irás
aprendiendo a mantener tu boca cerrada y a asimilar las ideas de los
líderes de tu partido como tuyas. Cuando, si lo consigues, llegues a
la cima, después de 20 años de vil servilismo, tendrás tan tatuada
la lección, que más que lección sería aleccionamiento, que ya ni
te acordarás cuáles fueron los encomiables motivos por los que te
hiciste político. Serás uno más de los muchos que hay y,
probablemente, un mediocre, puesto que si fueras una persona válida
no habrías llegado al vértice de la pirámide, debido a que tus
valores como persona te habrían hecho apearte del viaje al éxito
político mucho antes de que tuviera lugar.
Algunos
pensarán que exagero un tanto, pero nada más que hay que sentarse
un rato en la terraza de un bar en cualquiera de las ciudades
españolas para advertir que nadie toma el café de la misma forma
que el de al lado, por lo que ante tantas maneras de pensar y
opiniones diferentes que enarbolamos, lo cual nos hace
intelectualmente más ricos, es difícil de creer que todos los
integrantes de un mismo partido piensen igual. Hay una ejecutiva del
partido que dicta cómo deben pensar los miembros del mismo, y si
existe alguna discrepancia en la ejecutiva, será el presidente del
partido el que guiará el camino. Algunos pensarán que debe existir
un líder evidente en un partido, y yo a ésos les digo que no es lo
mismo liderazgo que tiranía, que es lo que suele ocurrir en los
partidos políticos españoles. De hecho, cuando hay algún tipo de
democracia interna en los partidos, vemos cómo el vencedor realiza
una purga incruenta con sus otrora adversarios.
De
esta forma observamos que el sistema democrático impuesto no puede
cambiarse desde fuera, pero tampoco existe la posibilidad de
cambiarse desde dentro y éste es el verdadero problema, ya que un
sistema que no puede ser renovado, reformado o remodelado, pronto
quedará obsoleto (en nuestro caso, no ha llegado ni a cuarenta años
para ello) y los que vivan bajo su yugo lo harán o cabizbajos o
desesperados, con la única opción viable de amoldarse a una vida de
fútbol y Sálvame, para que las pocas neuronas que queden no te
obliguen a salir a la calle y a acabar con todo y con todos... Total,
si como se suele decir en los tanatorios, no somos nadie...
El
Condotiero
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