Nadie,
aún, más allá de los iluminados religiosos, han descubierto el
sentido de nuestra existencia y, mucho menos, el destino que nos
aguarda al finalizar ésta. Como comprenderán, no es mi pretensión
descubrirlo aquí, con esta corta entrada, porque ni yo estoy
preparado para hacerlo ni creo que sea el lugar apropiado. Pero
siempre es un buen tema de conversación, ahora que estamos ante la
trascendencia de unas nuevas elecciones generales y después que el
Real Madrid haya conseguido la «undécima».
¿Qué
tendrá que ver una cosa con la otra?, preguntarán ustedes. Pues
nada, pero todo cuando lo que intentamos dilucidar es la
trascendencia de las cosas, porque lo trascendente de algo difiere de
forma radical según el punto de vista del que lo vea. Es una
cuestión marcadamente subjetiva, aunque nosotros pensemos que es
algo objetivo. Por ello, personas como Antonio del Castillo se
enfadan cuando observan que hay más personas en una manifestación
apoyando al Real Betis Balompié que protestando por la injusticia
del caso de su malograda hija. Que Antonio del Castillo tenga razón
o no en su enfado sólo depende del punto de vista de la persona que
exprese su opinión. Pienso que casi todo el mundo estará de acuerdo
con él, aunque luego actuemos de diferente forma y nos movilicemos
según qué cosas.
Es
chocante darte cuenta que hay personas en el África más
subdesarrollada que son tremendamente felices mientras que en el
Primer Mundo nos ofuscamos con cualquier nimiedad y el índice de
felicidad está por los suelos. Porque si tenemos la Playstation 3
estamos enfadados por no tener la Playstation 4. Hay
«expertos» que nos dicen que el ser humano es así, que nunca está
contento con lo que tiene y que esa ha sido la base de nuestro
incesante avance científico. Yo no estoy del todo de acuerdo, porque
esa ambición desmedida quizá sea una característica inherente al
hombre blanco, pero no veo que sea así en el resto de las razas. Si
estudiamos la historia del Sapiens Sapiens, desde el 100.000
antes de Cristo hasta hoy en día, nos damos cuenta que sólo una
pequeña porción de ese tiempo ha tenido ese dogma como credo
fundamental del Hombre. Al principio, como no podía ser de otra
manera, el ser humano sólo ha pretendido ser como el resto de los
animales: sobrevivir un rato más y reproducirse. Ha sido a raíz de
la victoria del principio de la desaforada ambición cuando el ser
humano se ha separado de los objetivos primordiales de cualquier
animal: ahora muchas parejas no desean tener hijos y el índice de
suicidios es tremendamente alto.
El
otro día estaba departiendo con un compañero de trabajo, con uno
que le gusta jugar a los juegos de conquista y dominación, a los
juegos de estrategia, vaya, e iniciamos una conversación sobre lo
típico acerca de por qué España desaprovechó la oportunidad que
tuvo en los siglos XVI y XVII de dominar a las demás naciones.
Siempre se aduce a que el problema radicó en la intransigencia de la
religión católica para aceptar nuevos estudios o avances
científicos, a diferencia de las religiones cristianas protestantes,
que en esa época nacieron y se consolidaron, sin olvidar una
profunda decadencia consanguínea de nuestra monarquía, la Casa de
Austria. Que sí, que si ustedes quieren el debate se puede hacer
eterno, porque habría muchas más razones que sopesar y todas las
que ustedes quieran poner sobre la mesa ya las habrán discutido
miles de personas antes de ustedes, entre las que me incluyo, porque
las discusiones sobre lo futurible o qué habría pasado si son mi
fuerte, pero ese no es el tema principal de lo que quiero hablar. Lo
que quiero dejar claro es que tanto Felipe II como el más humilde
miembro de la tribu de los jíbaros se llevó lo mismo al Más Allá,
o sea, nada de nada. Por ello, después de haber discutido miles de
horas con mis amigos sobre el tema en cuestión, ahora, con una
mentalidad más madura, pienso que la razón más importante por la
que España no consiguió dominar el mundo la vemos todos los días
en nuestra geografía: las terrazas de los bares.
Ya
se ha dado el golpe en la cabeza, pensarán alguno de ustedes, ¿cómo
que está en la terraza de los bares? Pues sí, a los españoles nos
gustan las terrazas de los bares, porque nos gusta la buena compañía,
al sol, refrescándonos con cerveza fresquita y alguna que otra
exquisita tapita. Y eso es lo que no tienen el resto de países del
Primer Mundo. Y esa es la razón del porqué hay tantos extranjeros
en nuestro país, porque a ver quién es el guapo que se pone a tomar
cervecita fresquita en una terraza de Hamburgo, o de Riga, o de
Bergen... Y la prueba la tenemos en Cervantes. Quizá otros se fijen
en otras cosas del Quijote, pero yo en lo que más me fijo es
en la cantidad de platos que Cervantes documenta en su novela, porque
al español, de siempre, lo que más le ha gustado es el buen comer y
el buen beber, quizá adornado todo con nuestro magnífico clima,
que, desde luego, no es algo exportable. El sol lo tienes o no lo
tienes, pero no lo puedes robar ni comprar. Y por eso no dominamos el
mundo, ¿para qué?, si todo lo que nos gusta lo tenemos aquí. ¿Para
qué nos vamos a deslomar trabajando, si lo que queremos está en el
bar de abajo por unos pocos euros?
Esa
es la búsqueda que debemos realizar, la de la felicidad. Hay
montones de personas que lo tienen todo y no son felices, a la vez
que hay otros que lo son con muy poco. Pero para ello hay que haber
sido educado en la tolerancia al fracaso. El fracaso o la derrota son
muy importantes cuando sabes sacar provecho de ello, cuando aprendes
las razones que te han llevado a ello para no volver a repetir dichos
errores y, sobre todo, la tolerancia al fracaso te ayuda de forma
definitiva a saber que todo tiene solución, menos la muerte. El que
se suicida ha perdido toda la fe por su futuro, o no ve que haya
solución al problema que tenga más allá de su fin en esta vida.
Los padres de hoy en día, ¿educan a sus hijos en la tolerancia al
fracaso?, ¿les ayudan en algo dándoles todo lo que quieren? ¿Qué
pasará cuando esos niños sean adultos y se den cuenta que no pueden
tener todo lo que quieren?
A
mí hay dos frases que me encantan e intento seguir, que son, «de
fracaso en fracaso hasta el éxito final», que no sé de quién es,
y la de «no te preocupes: si algo tiene solución, se solucionará,
y si no lo tiene, no se solucionará, pero no ganas nada
preocupándote», que creo que es de Sócrates. Mientras tanto, a
vivir, que son dos días, y a intentar ser felices, que es lo único
que recordaremos en nuestro último segundo en este mundo, cuando
llegue...
El
Condotiero
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