Murieron
cientos de miles de personas, la mayoría de ellos guillotinados, para que la
ancestral costumbre humana por la que el título valiera más que el hombre fuera
desterrada de nuestra civilización occidental. Incluso Napoleón Bonaparte, en
plena expansión de las ideas revolucionarias, dijo aquello de que «todo soldado
francés porta un bastón de mariscal en su mochila», haciendo alusión a la
posibilidad de ascenso que tenía todo hombre, independientemente de su
nacimiento, a diferencia de lo que había ocurrido en los siglos anteriores.
Pero todo esto resultó ser falso, ya
que sólo cambió el «quién», pero no el «cómo». Dos siglos después, seguimos
avalando y sosteniendo un sistema que favorece los amiguismos y los contactos,
o sea, la Dedocracia. Como en el más sórdido ambiente de la «cosa nostra»,
nuestra sociedad se vale más de hacer favores y cobrarlos, en todos los ámbitos
de la misma, que de la propia valía de los individuos.
Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de
los asesores de los políticos. Personas que cobran más de 3.000 euros al mes
por hacer prácticamente nada, ya que la mayoría de ellos no poseen las
cualidades oportunas para ejercer aquello para lo que han sido contratados, en
puestos en los que no ha habido concurso, oposición ni concurso-oposición. Como
el caso del asesor técnico de la Consejería de Salud de Baleares (en este caso,
impuesto por el PSOE, porque la corrupción no entiende de ideales), con un
sueldo de más de 46.000 euros anuales, pese a tener sólo 20 años y ni siquiera
una triste carrera universitaria con la que avalar dicho nombramiento, puesto
que aún no tiene edad para ello. Lo curioso del tema es que el chaval dimitió
al ver el escándalo que se había formado, y ya es un haber en su currículo, el
haber dimitido en un país en el que no dimite ni el tato.
En Andalucía vivimos en una sociedad
expectante de las subvenciones y paguitas a las que podamos acceder, de una
forma u otra, o por una razón o por otra. No importa nada más y para eso nos
vendemos al mejor postor, que, de momento, sigue siendo el PSOE andaluz, o eso
parece, porque supongo que si otro partido llegase al gobierno en Andalucía,
seguiría con las mismas costumbres, si quisiese perpetuarse en el poder.
En la empresa privada también se dan
casos de nepotismo, lo vemos todos los días cuando vamos a cualquier tienda o
llamamos a cualquier profesional para que nos solucione lo que sea. Nos damos
de bruces, constantemente, con empleados desganados y malhumorados,
irresponsables e ineptos, preguntándote siempre si no había más personas que
contratar que ésas con las que nos topamos, con la de desempleados que hay.
Pero claro, seguramente esos trabajadores estarán puestos ahí a dedo y
conocerán al dueño de la empresa, o a alguien que conozca al dueño de la
empresa y, ya una vez contratados, son más difíciles de echar. De todas formas,
en la empresa privada es más disculpable, puesto que el empresario debiera
saber lo que hace y si, por culpa de su desganado empleado, pierde clientes,
peor para él. Es su penitencia.
Lo que más fastidia es ver el nepotismo
en el mundo de la cultura. Éste tendría que ser un mundo donde sólo el talento
debiera ser el baremo para que alguien tenga o no éxito, pero a diario nos
encontramos con casos que desmienten este axioma: buenos actores que jamás
reciben un premio, mientras hay pésimos actores y actrices que no paran de
trabajar y cuyas rodillas deben estar descarnadas; directores de cine que no
paran de sacar adelante sus proyectos, aunque nadie vaya a ver sus películas,
por infumables, pero que reciben millones de euros en subvenciones, a la vez
que no se sienten españoles (p.e.: Trueba); juntaletras que se dicen
escritores, cuyos libros sólo servirían para contrarrestar la cojera de una
mesa, pero que son invariablemente publicados y premiados, quizá por sus bien
atados contactos, más relevantes en el mundo editorial que una construcción
literaria bien acabada o una historia interesante que contar.
El problema de todo esto es que no
paramos de quejarnos de la corrupción de los políticos españoles y, si algo son
los políticos españoles, es eso, que son españoles. Nuestros políticos son el
reflejo de nosotros mismos y nuestra sociedad, en general, es corrupta. Todos,
alguna vez, hemos pagado o cobrado en «negro», todos alguna vez hemos, o hemos
querido, defraudar al fisco, aunque, claro, no es lo mismo defraudar dos euros
que dos millones, y todos nos hemos visto en la tesitura de tener que favorecer
a un familiar o amigo, o a un familiar o amigo de un familiar o un amigo,
pasando por encima de las leyes escritas o de las leyes de la decencia, tanto
da. Está, pues, en nuestra naturaleza, por lo que podemos quejarnos de la
corrupción imperante de nuestra sociedad, pero con las boquita pequeña, pues
debemos ser honestos con nosotros mismos y respondernos con sinceridad a la
pregunta «¿qué haríamos nosotros en su caso?».
Y os diréis que es curioso que esto
lo mencione alguien cuyo nombre de bloguero sea El Condotiero, haciendo referencia a los capitanes mercenarios que
pululaban por la Italia bajomedieval y renacentista. Pues sí, desengañaos, porque
todos tenemos nuestro precio. Y es lo justo. De quien jamás os debéis fiar es
de aquéllos que se dan golpes en el pecho y prometen que ellos son
incorruptibles, porque no es cierto y, por tanto, ya os están intentando
engañar. La virtud es enemiga del ser humano, pues ninguno somos Dios y tenemos
nuestros defectillos, unos más y otros menos. Como ejemplo, tenéis al propio
Hitler, que ni fumaba ni bebía alcohol ni comía carne, puesto que era
vegetariano. Si alguien no fuma ni bebe, no te fíes de él/ella, porque
seguramente tendrá otros defectos escondidos, que serán aún peores.
El Condotiero
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